Hay rostros lúgubres e incertidumbre, mucha incertidumbre, en la escena inicial de Madagascar, la tercera película de Fernando Pérez, que cumple 30 años en este 2024. En el filme, uno de los más conceptuales del cineasta cubano, conviven el querer ser de una generación con un entorno de vidas fracasadas e ilusiones deshechas.
Ahí están la rebeldía y los cambios adolescentes de Laurita, la frustración de la madre y las frases lapidarias de la hija. "Lo que no quiero es ser como tú", "¿Dónde estoy yo?", "Me voy de viaje, para Madagascar", "Yo era igual que tú, Laurita, igual", "¿Qué pasó?, nadie sabe que pasó", "Solo te pido que nos entendamos, no que me obedezcas", "Si algo he aprendido en este tiempo es a no ser intolerante contigo. No lo seas tú conmigo, mija, ni con la vida", "Yo ya soñé con conocer París. Ahora me importan un pito la torre Eiffel, el Big Ben y el Coliseo Romano", "Nadie tiene derecho a juzgar lo que está pasando entre ella y yo".
Madagascar es un filme de sensaciones y símbolos, y así avanza la película, en medio de un país en decadencia, que envuelve y condiciona cada escena, cada situación y cada palabra. Hay símbolo, de una generación y de un país, cuando decenas de jóvenes se suben a las azoteas de La Habana, con los brazos abiertos y diciendo "Madagascar", como metáfora de una generación que quiere cambiar, que quiere soñar, una generación que se ha ido, que se está yendo de la Isla, cuyas inquietudes siguen vigentes, siguen creciendo y la realidad cubana las sigue pisoteando.
Madagascar se estrenó en 1994, durante el Periodo Especial, ¿cómo fue filmar en medio de la crisis?
En plena Opción Cero, cuando parecía que el país se hundía, Rolando Díaz, Daniel Díaz Torres y yo (a quienes nos ha unido siempre algo más que las inquietudes artísticas: la amistad inquebrantable) sentíamos que no podríamos hacer cada uno un largometraje en esas condiciones y nos planteamos hacer uno entre los tres. Surgió así la idea de contar tres historias contemporáneas, sin complicaciones de producción y con una duración de 30 minutos (principio que ninguno de los tres cumplimos). Miro hoy algunas fotos del rodaje y me asombra comprobar lo flacos y desmejorados que todos estábamos, pero perdura en mi recuerdo la energía con que filmamos. Fue un privilegio poder hacer cine en una realidad de escasez, penurias y oscuridad.
Madagascar es un retrato de las aspiraciones de una generación y las frustraciones de otra. ¿Cómo crees que influyó en los jóvenes de la época y de otras épocas? ¿Crees que el mensaje de la película sigue vigente?
Madagascar nunca fue una película para un público amplio (recuerdo que en su primera proyección, en el hoy tristemente desaparecido cine Payret, muchos abandonaban el cine sin entenderla). Pero igual he sentido que a lo largo del tiempo ha estado acompañada por espectadores no solo jóvenes, sino de todas las esferas de nuestra realidad. Una experiencia reciente, organizada por el grupo La Jeringa en la Fábrica de Arte, fue muy enriquecedora, porque me permitió comprobar que muchas de las inquietudes de la película siguen vigentes.
¿Sueñas con irte a Madagascar? ¿Cómo crees que han cambiado Cuba y el cine cubano a lo largo de estos 30 años?
Como toda metáfora, Madagascar se abre a múltiples lecturas e interpretaciones. Me identifico con varias, pero la que vive más firme dentro de mí es cuando la concibo como un viaje al interior de uno mismo, a la libertad individual que siempre se manifiesta única, misteriosa y generalmente con más preguntas que respuestas. Por eso Laurita reafirma así los motivos de su viaje: "porque es lo que no conozco".
Con el tiempo ha crecido en mí la idea de que una sociedad (y la nuestra ha derivado cada vez más y, lamentablemente, hacia ello) no puede erigirse sobre verdades absolutas y excluyentes. Lo definió como nadie Martí cuando escribió que la pasión de los padres, las religiones, las filosofías y los sistemas políticos terminan poniéndole riendas al individuo apenas nace y este va entonces por la vida como un caballo embridado, sujeto a normas morales e ideológicas. Y concluye Martí que solo la espiritualidad, esa que forja en cada individuo su manera propia de sentir y pensar, es la única vía.
En mi vida personal e íntima he tratado de vivir sincrónico con ese Madagascar espiritual (y te aseguro que no es fácil). Y en mi vida profesional de estos últimos 30 años he sentido que ese Madagascar se corporizaba en la Muestra de Cine Joven y vibraba y se esfumaba a ratos, pero finalmente se hizo Cardumen a pesar de que la desaparecieron y surgió nuevamente de la bruma, en la noche del 27N frente al Ministerio de Cultura, y hoy siento que vibra en los espacios y horizontes que trata de preservar y abrir la Asamblea de Cineastas Cubanos, reavivada e impulsada fundamentalmente por los más jóvenes y a la cual pertenezco con orgullo.
Ese horizonte de un cine libre sin censuras, sin exclusiones, sin fracturas ni destierros, con una Ley de Cine que proteja la libertad de expresión, ese Madagascar que ahora es un sueño porque la política oficial no quiere reconocerlo, se irá haciendo realidad en el tiempo, porque el pensamiento es libre y nada puede silenciarlo.
hizo buen trabajo desinflando la protesta frente al Mincult
".. el pensamiento es libre y nada puede silenciarlo." Y me dice un amigo desde Cuba: "Esa última frase es muy bonita, pero en Cuba ya mucha gente prefiere no pensar porque teme que los que gobiernan le lean el pensamiento y le pasen la cuenta."
Suerte y mucha salud para Fernando.
"Ese horizonte de un cine libre sin censuras, sin exclusiones, sin fracturas ni destierros", muy bien por Fernando, siempre digno y valiente nuestro talentoso cineasta...