Para hacer la historia, y hacerla bien, para entender la lista de más de 250 filmes excluidos de las salas cubanas en las tres últimas décadas, que ha publicado recientemente la Asamblea de Cineastas Cubanos, para que cobre sentido una de las frases más certeras para definir no solo al cine cubano, sino a la sociedad toda ―"Somos el poder y hacemos lo que nos da la gana", de la cineasta Rosa María Rodríguez―, hay que empezar por donde siempre han empezado los artículos sobre la censura en el cine cubano, por el corto documental P.M., de 1961.
El corto, producido y patrocinado por el semanario cultural Lunes de Revolución, y dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, es un típico producto del free cinema, una observación nostálgica de la noche habanera, que motivó la primera polémica intelectual de la Revolución y, también, la primera de una larga lista de censuras. P.M. fue el aldabonazo inicial de una práctica que se volvería sistemática y destructiva, más intensa a partir de los años 90, cuando los avances tecnológicos permitieron dejar atrás el costoso celuloide y hacer cine con cámaras digitales y de video.
"Los actos deliberados de censura y exclusión responden a políticas públicas de difusión o exhibición que deben ser analizadas y corregidas", escribieron los miembros de la Comisión de Censura y Exclusión de la Asamblea de Cineastas Cubanos como preámbulo a la mencionada lista.
"Amparadas en cuestiones de interés ideológico, circunstancias contextuales o prejuicios hacia el ejercicio crítico de nuestros cineastas, estas políticas de control no solo afectan a los creadores y sus obras, sino también a los ciudadanos, cuyo derecho a pensar por sí mismos es mutilado", agregaron.
La lista, entregada a la dirección del país en octubre de 2023, incluye a importantes directores del cine cubano como Rolando Díaz, Belkis Vega, Arturo Sotto y Enrique Colina, hasta completar 100 nombres y más de 250 obras, entre las que figuran largometrajes de ficción, documentales, cortos y animación.
También han sido censuradas obras de Alán González, Alejandro Alonso, Armando Capó, Arturo Infante, Carlos Lechuga y Carlos Quintela, así como películas de Daniela Muñoz Barroso, Eduardo del Llano, Enrique Álvarez, Rosa María Rodríguez, Fernando Fraguela, Ian Padrón, Carla Valdés, Jorge Molina, José Luis Aparicio, Heidi Hassan, Juan Carlos Cremata, Juan Pin Vilar, Luis Alejandro Yero, Ricardo Figueredo, Miguel Coyula, Pavel Giroud, Yimit Ramírez y muchos otros.
Películas como Santa y Andrés (2016), Utopía (2004), De buzos, leones y tanqueros (2005), Fuera de liga (2008), Sueños al pairo (2020), Crematorio (2015), Llamadas desde Moscú (2023), Vicenta B (2021), Memorias del desarrollo (2011), Corazón azul (2022), Despertar (2012), La singular historia de Juan sin nada (2016), El caso Padilla (2022), Quiero hacer una película (2020), Si me comprendieras (1998), Actrices, actores, exilio (2007), DeMoler (2004), El tren de la línea norte (2014), además de la serie de animación Dany y el club de los berracos, de Víctor Alfonso Cedeño, y los cortos de Nicanor, de Eduardo del Llano, son algunos ejemplos de la larga lista de censuras en la historia del cine cubano.
Desde la prohibición de P.M, hace más de 60 años, la maquinaria del Gobierno ha operado de varias maneras para deshacerse de las obras y los autores incómodos. Claro está que la más habitual es excluirlas del Festival Internacional de Cine de La Habana y negar los permisos para exhibirlas en los cines, pero las mentes censoras han sido, no pocas veces, mucho más retorcidas.
Alicia en el pueblo de Maravillas, dirigida por Daniel Díaz Torres en 1991, fue uno de esos casos en los que la censura no operó de forma lineal. La película, una crítica descarnada, concienzuda y profunda al burocratismo y al inmovilismo de la Revolución, fue exhibida, sí, pero los militantes del Partido Comunista y la Unión de Jóvenes Comunistas tenían la indicación de, como máquinas de vigilar y castigar, llenar las salas de cine y acallar cualquier apoyo que pudiera tener el filme.
Las críticas de contenido ideológico, y no cinematográfico, que han aparecido no pocas veces en la prensa nacional, han sido otro de los mecanismos de la censura. Alicia en el pueblo de Maravillas fue condenada al ostracismo, y las críticas mordaces contra Suite Habana, de Fernando Pérez, intentaron y no pudieron hacer lo mismo.
Censura también fue cuando el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) produjo películas que se estrenaron años después, incluso obras que nunca se estrenaron, o fueron exhibidas con cortes, como sucedió con la película Hasta cierto punto, de Tomás Gutiérrez Alea, luego de largas y enconadas discusiones de este con el presidente del ICAIC, Alfredo Guevara.
Censura también fue cuando Fidel Castro criticó públicamente, con duras palabras, la película Guantanamera, de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, sin ni siquiera haberla visto. Censura también fue cuando el Ministerio de Cultura, a través de uno de sus máximos censores, el ahora exviceministro Fernando Rojas, impidió la exhibición del documental La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar. O cuando relegaron a un plano más que secundario la obra de Nicolás Guillén Landrián. O cuando Fernando Pérez renunció a la presidencia de la Muestra Joven por las constantes intromisiones y censuras. O cuando el ICAIC canceló el evento, que entre los años 2000 y 2020 reunió a lo mejor del cine cubano hecho por jóvenes. O cuando la mayoría de esos jóvenes se han visto obligados a emigrar, ante la depauperación del cine en la Isla y los deliberados actos de censuras de los que eran y siguen siendo protagonistas.
O cuando todos los cines de Cuba son propiedad exclusiva del ICAIC, que es quién determina qué se pone y qué no. O cuando impiden la creación de salas de cine independiente, que rompan con el control de las pantallas que ha mantenido el ICAIC desde su creación. O cuando han prohibido la exhibición de documentales sobre Pablo Milanés, José Lezama Lima, Heberto Padilla y Eliseo Alberto.
Las películas censuradas son, en su mayoría, obras que, desde la crítica y el apego a la realidad, indagan no solo en el deterioro multisistémico de la sociedad cubana, sino que buscan, de diferentes formas, contar la Cuba que no sale en el Granma. Es harto conocido que, ante este panorama, ante las palabras y las imágenes que no se amoldan a sus intereses, las autoridades solo saben censurar.