Back to top
Opinión

Un epílogo para 'Santa y Andrés'

'Las películas no cambian la vida, pero hay algunas que dan claves para construir una sociedad más justa.'

Madrid
Fotograma de 'Santa y Andrés', de Carlos Lechuga.
Fotograma de 'Santa y Andrés', de Carlos Lechuga. enfilme

Los mítines de repudio del pasado 10 de octubre contra varios miembros de la sociedad civil serían un potente epílogo documental para Santa y Andrés, segundo largometraje del multifacético director Carlos Lechuga, quien —dicho sea de paso— no está al tanto de este artículo ni de mis intenciones de intervenir su película.

Si cierro los ojos puedo reconstruir la escena final donde Santa (Lola Amores) palea el estiércol dentro del corral de ganado vacuno de su centro laboral. En ese momento la canción de Haydée Milanés se empieza a escuchar y los créditos finales comienzan a aparecer en el borde inferior del cuadro como para no entorpecer la acción de Santa.

Esa es la versión original, la que yo disfruté en casa de Claudia Calviño, productora del filme. Pero en esta versión imaginada, la hermosa canción de la Milanés la sustituiría por la banda sonora (reparto y reguetón) que acompañó los improperios de la turba enardecida y gozadora de la Seguridad del Estado que reprimió a Tania Bruguera, Michel Matos, Aminta De Cárdenas, Kirenia Yalit y Camila Lobón, frente a la sede del Movimiento San Isidro.

Esa mezcolanza entre fiesta y maltrato irían secuestrando el ambiente sonoro  tranquilo propio de la escena. Por corte me iría a negro y luego también por otro corte entraría el siguiente texto: "37 años después, occidente de la isla de Cuba". Acto seguido las imágenes del mitin repudio en formato vertical cerrarían. Después de esto los créditos finales regresarían acompañados por la delicada y honesta voz de Haydée Milanés.

Santa y Andrés, estrenada con éxito en el Festival de Toronto en 2016 y multipremiada en varios certámenes internacionales, apostó por la reconciliación entre los cubanos sin importar su ideología. Sin embargo, como el humanismo para las autoridades culturales de la Isla es un tema secundario en relación a la ideología, la cinta fue censurada y su director y productora acechados continuamente.  

A estas alturas me da lo mismo por qué la censuraron, lo que me preocupa es que esa reconciliación, que se delineaba en su trama central, sigue siendo un tema pendiente. Por el momento es solo la solución narrativa de una ficción y no un camino real para nuestra sociedad.

El mitin de repudio de hace unos días está grabado en el pellejo de quienes fueron agredidos y en la mente de quienes lo hemos observado en las redes. Es otro mitin que se sumará a la inmensa lista de vejaciones que ha provocado el castrismo y que hemos permitido delante de nuestras narices. Aceptar esto es echar más estiércol encima de nuestra sociedad, estiércol que tendremos que palear al igual que Santa, si nos interesa un camino más prospero, inclusivo y decente para todos.

Acumular hechos de esta naturaleza supondrá que el periodo de reconciliación entre los cubanos —si acaso arribamos a este— será doblemente arduo. ¿En nuestras cabezas cabe la posibilidad de imaginar un abrazo entre el represor y la víctima?

Sinceramente después de lo que he visto en los repudios que han circulado lo veo más como una quimera. Me cuesta imaginar un abrazo sincero a escala nacional similar al que se dieran Santa y Andrés en la costa antes de su despedida.

La reconciliación en Cuba no será entre el pueblo y el Estado totalitario, ni entre los personajes de ficción de una película de Carlos Lechuga. Será, si llega a ocurrir, tarea de todos los cubanos. Si el deseo escondido de nuestra sociedad es llegar a la democracia, pues vamos a ir empezando a practicarla a nivel individual, ejercitarla en la casa antes de hacer uso de ella en la calle.

Contrario a las reglas de esos juegos en donde el lector busca las diferencias entre los personajes, en esta segunda inmersión en Santa y Andrés me he detenido en el arco de transformación del personaje de Santa y en cómo ella va reconociendo en Andrés (Eduardo Martínez) aquellos valores éticos y morales que los unen.

Disfruté mucho cómo Santa, a lo largo de la trama, se va "andresijando", casi como Cervantes quijotizó a Sancho al final de su novela. Esa transformación que sufre el personaje de Santa al comprender que detrás de un disidente se esconde un ser humano muy parecido a ella, deberá verse reflejada en millones. Este es el primer reto para reconocer la injusticia donde quiera que esta brote. La segunda será salir del closet y activarse cívicamente para ser guardaespaldas de nosotros mismos.

Las películas no cambian la vida, pero hay algunas que dan claves para construir una sociedad más justa. Lechuga propuso viajar a 1983 para hablar de una tarea más grande que cualquier otra tarea que le haya asignado la Revolución a su pueblo. Se trata de alcanzar como seres humanos un crecimiento espiritual que nos permita distinguir entre la justicia y la injusticia, más allá de cualquier hechizo o adoctrinamiento, más allá de nuestros propios miedos.  Luego de esto, ya lo comenté al inicio, habrá que pasar a una etapa más compleja, el periodo de reconciliación. Me gustaría aclarar que reconciliarse no es olvidar, es saber que para evitar volver al mismo punto en el que estamos, no podemos  arrasar con el pasado.

La historia de Santa y Andrés transcurre en 1983, pero la realidad de 2020, en particular los sucesos del 10 de octubre y los atropellos en días posteriores, son un mazazo al corazón de esta película. Pareciera que realmente la única opción es emigrar, si se tuviera acceso a la privilegiada opción de salir huyendo.

Me gustaría pensar que el final de Santa y Andrés, ese en donde observamos a Santa palear el estiércol, puede convertirse un día en una imagen que ilustre el proceso de transición y no una imagen derrotista y sin esperanzas.

Recomiendo volver sobre Santa y Andrés, ahora más que nunca.

Más información

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.