La Habana está apagada. Una ley de esta epidemia prohíbe pernoctar, sentarse en un parque, hacer fiestas, los bares y todo espectáculo de arte o entretenimiento. Esa ley es interpretada creativamente por la gente (y cuando digo gente incluyo a la Policía), de manera que todo el mundo piensa que está prohibida también la música alta.
Un paseo por los barrios insalubres nos recordaría relativamente a Suiza por el silencio. Al principio puede sentirse apenas una ausencia, algo extraño que nos hace mirar la ciudad de un modo más directo, la suciedad de las fachadas se acerca y los paseantes lucen más graves en su rutina. Hasta que una cae de repente en qué era aquello que cubría el espacio entre nosotros, distrayéndonos más de nuestras vidas: "¡Tanto criticar el escándalo musical de La Habana para extrañarlo ahora!", una se dice.
Los colores también se le están yendo a La Habana, como pasó en el Periodo Especial. Las gallinas han vuelto a picotear sin vergüenza incluso las aceras de El Vedado. En medio de esta inopia, quedan en la ciudad dos sitios apenas asequibles para el alma divertir: las galerías y los comercios de libros. A las primeras no sé por qué casi nadie entra. Nunca lo han hecho: quizás porque les intimida el cuidador del lugar, que no nos perderá pie ni pisada en cuanto lleguemos y parecerá examinar el cuadro que vemos, o leernos el pensamiento… No sé. La gente evita las galerías. Las librerías, en cambio, suelen ser más visitadas todo el año. Desgraciadamente, en tiempos de la epidemia, esto no ha sido así en La Habana.
Me llama la atención porque se suponía que durante el encierro (y con esta onda suiza que tenemos ahora) la gente leyera más. En el mundo ha pasado así. Compruebo en el periódico británico The Guardian que las ventas de libros subieron un 6% a pesar del cierre. Leo también en la revista L’Obs que en París las banderas que anunciaban las grandes exposiciones, los espectáculos de música o baile, han sido sustituidas por la cara de autores que antes no salían de una tímida contraportada. Es el momento del libro porque es el momento de la crisis y el recogimiento. Pero no en Cuba. Al menos no en el negocio de la librerías.
"Estuvimos como siete meses cerrados", me dicen en la librería Cuba Científica, que es un recuerdo apenas de lo que era antes (si las librerías pueden envejecer, ahí está una). Además, me comenta un librero que tiene un buen puestecito frente a la Universidad y sabe lo que hace, "la gente con la crisis al parecer tiene otras prioridades para gastar el dinero: el pollo, el picadillo…" Pero yo sé que hay más.
Desde 2019 apenas se imprimen libros en el país. No por la pandemia, sino por el estado anterior por el que íbamos y que la gente ya olvida: "la coyuntura" —cuando Díaz-Canel dijo que estaríamos atravesando una "situación coyuntural" porque el petróleo de Venezuela faltaba y en eso llegó la pandemia y a todo el mundo se le olvidó la coyuntura que ya existía—. Desde entonces, me dice una fuente que no quiere identificarse, faltan insumos para cumplir el plan de todas las editoriales. Incluso los premios literarios, que otorgan publicación, no han podido imprimirse. Y es que por alguna razón en este país cada vez que comienza una crisis económica verdadera lo primero que no fluye es el papel: desde el papel sanitario hasta el papel de imprenta, desaparecen. Un día se revelará el misterio: dejan de darle dinero al tipo del papel o algo… Por eso el Granma sirve para tantas cosas.
En fin, que un librero, a quien le asustaría mucho aparecer en DIARIO DE CUBA, me confiesa que están vendiendo cinco veces menos que el año anterior. "A estas alturas de marzo esta librería estaría llenísima —me dice—, tendríamos la Feria, el parque del Quijote… y ahora todo eso se acabó".
Ni siquiera los pocos libros del Centro Provincial les llegan porque si algún problema tiene el Centro Provincial del Libro es el transporte, "y ahora menos, que con la cuarentena en Centro Habana no se podrá ni llegar al almacén de nosotros". Él también piensa que durante esta crisis la gente ha priorizado otras compras: "todos parecemos obsesionados con el pollo, o el picadillo…" Pero yo sé que hay más.
La Moderna Poesía está cerrada. En el Centro Cultural Habana, sitio famoso por sus presentaciones, los estantes de novedades se reducen. Lo más que están comprando es la colección Ocean de libros latinoamericanos o temáticos (carísimos), me cuenta una trabajadora de ahí, y la sección de libros de uso, que casi todos los establecimientos tienen ahora, es una pena.
La famosa librería universitaria Alma Mater está cerrada hace tiempo y por su noble puerta principal se escapan aguas albañales hacia la esquina de Infanta y Neptuno. La UNEAC está cerrada por la pandemia. El Ateneo, de la calle Línea, no presenta libros con copyrights posteriores de 2018. También está drenando. Todas las librerías drenan. Apenas se renuevan ahora por los libros de uso.
En medio de todo esto hay un oasis. La librería Centenario del Apóstol, más conocida como 25 y 0, optimiza al máximo el poco espacio que tiene (si la comparamos con las antes citadas, se podría decir que es la más chica), de manera que no sobra un metro de pasillo entre anaquel y anaquel o entre las tres mesas con libros que presenta. A pesar de que la sección de novedades es igualmente enclenque por la penuria nacional, se puede sentir que se está entrando a una película fantástica, donde una puerta se abre a otra dimensión y de pronto hay buenos libreros que te hacen caso, que saben del tema literario que mencionas y que tienen ganas de vender.
Les dije que era escritora (sin revelar mi relación con un diario opositor, que los espantaría) y prácticamente hicieron una fiesta. Suelo evitar el patetismo, el ditirambo lacrimoso. Pero regular la exaltación de lo que vi sería faltar a la verdad. Difícil acostumbrarse a tanta atención. Durante el rato en que estuve ahí todos me hablaron con interés. La directora había salido, pero en cuanto llegó me la presentaron también, porque yo era escritora.
En la puerta misma, antes de entrar ni presentarme ni nada, Yamile empezó a explicarme cómo funcionaba la iniciativa "Libro a la casa", una invención provincial para vender libros en la pandemia: básicamente ellos mismos tienen que coger una guagua y llevarte el libro que le pidas por teléfono a tu casa, sin costo adicional. Se ve que lo hacen, a pesar de mi asombro.
Está la legendaria Norma, que pertenece al ambiente del libro desde antes del triunfo de la Revolución y podría vender hielo en el Polo Norte. "Hoy se me metió entre tarro y tarro vender esa enciclopedia ¿verdad que lo dije cuando llegué? Y ya tú ves —enseña el vacío que dejó el volumen despedido— Na, suerte que uno tiene".
Está un personaje recoleto, que parece adivinar tus deseos mientras interrogas los anaqueles y puede discutir, junto con Norma, de cualquier tema: desde las mejores adaptaciones cinematográficas de piezas literarias hasta la obra de Rine Leal.
"Vender libros es una cultura", me dice Norma. "No se trata solo de vender un objeto". La librería crece en su cabeza mientras habla (como en la película de fantasía donde estamos) y se convierte en el centro cultural que quizás merecen: "Queremos que esto sea un espacio de tertulia, un lugar libre. Tú, si quieres, te puedes quitar los zapatos y acostarte ahí", señala un pasillo angosto donde no quepo. "Aquí hacemos también lanzamientos, conversatorios, en esos mismos pasillos estrechos."
Podrían contar al menos con un catálogo de los libros que quieren vender, pero no tienen ni computadora. El trabajo promocional se hace en la página de Facebook de Ada, la directora, con sus datos móviles. Del mismo modo, pagan de su bolsillo el transporte para la iniciativa "Libro a la casa". Más allá del encanto de la librería de viejo asistida por buenos lectores, este lugar tiene algo muy difícil de encontrar en Cuba y son las ganas de hacer algo. Inevitablemente, la ineficiencia socialista se les enfrenta. Quieren progresar, pero encuentran la realidad como obstáculo.
Una imagen muy preocupante de la pérdida de la educación formal y la cultura verdadera...
Dice la autora que "Las gallinas han vuelto a picotear sin vergüenza incluso las aceras de El Vedado." Veremos por cuánto tiempo, hasta que le torzan el pescuezo.