Se trató de una Cumbre deslucida: asistió la mitad de los gobernantes invitados. Tampoco hubo una postura de consenso para condenar el avance autoritario en América Latina y, como ha sido habitual en estos foros, terminó siendo una plataforma para que la dictadura cubana se fotografiara de tú a tú con países democráticos, sin que haya un reclamo de estos por las violaciones a los derechos humanos básicos en la Isla.
Las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, un espacio que especialmente España se ha cuidado de impulsar y financiar, se establecieron en 1991 y desde aquella primera cita han sido un escenario seguro para la proyección diplomática de Cuba.
La primera cumbre, según recuerdan analistas de política exterior, le permitió a Fidel Castro estar en la misma mesa con gobernantes de la región, en una apuesta para poner fin al aislamiento que vivía Cuba con América Latina y recomponer la diplomacia ante el descalabro que ocurría entonces: la caída del bloque soviético, que había sido sostén de la dictadura cubana largamente.
En la XXVIII Cumbre Iberoamericana, celebrada en Santo Domingo este 24 y 25 de marzo, se habló poco de los desafíos a la democracia y el contexto restrictivo que se viven en países miembros de la comunidad como Cuba, Nicaragua o Venezuela.
Salvo el presidente de Chile, Gabriel Boric, que puso sazón en medio de una cadena de pronunciamientos convencionales, llenos de buenas intenciones y escritos con sumo cuidado diplomático, nadie más cuestionó a una de las tiranías (la de Nicaragua) que no solo están consolidadas, sino que son parte de mecanismos internacionales junto a naciones democráticas.
El gobernante cubano, Miguel Díaz-Canel, que ha debutado en este foro iberoamericano ya que no asistió en 2018, tuvo incluso el atrevimiento de utilizar el escenario para defender a los regímenes autoritarios de Nicaragua y Venezuela, cuyos mandatarios (Daniel Ortega y Nicolás Maduro) no asistieron a Santo Domingo, la capital dominicana.
A esta cumbre asistieron 12 jefes de Estado y de Gobierno. La única mujer en la fotografía oficial ha sido Xiomara Castro de Zelaya, la presidenta de Honduras. Las ausencias de los dos países con más peso específico en la geopolítica global, México y Brasil, terminó por restarle importancia a la cita, que según medios de prensa de República Dominicana tampoco despertó interés entre los habitantes de ese país caribeño.
Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, no solo estuvo ausente sino que en su reemplazo no envió a Marcelo Ebrard, su canciller, como hicieron otros ausentes, sino que puso al frente de la delegación mexicana a un funcionario de segundo rango. López Obrador mantiene un pulso político con Madrid, dado que exige una disculpa pública de la Corona española por el proceso de conquista y exterminio de población indígena de hace cinco siglos.
El brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, entre tanto, sí ha sido una ausencia inesperada. El septuagenario presidente, quien asumió para un tercer mandato en enero pasado, no solo debió cancelar su presencia en Santo Domingo sino que dejó sin efecto un estratégico viaje a Beijing, donde se esperaba fortaleciera los lazos con China. Afectado por una neumonía, suspendió todas sus actividades fuera de Brasilia.
El presidente español, Pedro Sánchez, cuyo Gobierno ha tenido condenas a los desmanes en Nicaragua, y, por otro lado, presiona pública y privadamente al régimen de Maduro para que haya elecciones libres en 2024, en Venezuela, evadió cualquier mención a estos temas en su alocución y en sus declaraciones a la prensa.
Madrid optó por ponerse el traje diplomático de coorganizador y evitó cualquier palabra subida de tono que hiciera molestar a los invitados, incluso a las dictaduras que restringen libertades básicas en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Hasta el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, quien ha aprovechado diversos escenarios internacionales para criticar de forma abierta a la dictadura cubana, tuvo en Santo Domingo una postura neutra, sin abordar el problema del retroceso democrático que se registra en la región.
El presidente de Uruguay, que encabeza entre los países latinoamericanos los rankings internacionales en democracia, defendió genéricamente la necesidad de respetar el Estado de derecho, la separación de poderes y la defensa de los derechos humanos.
Asimismo, en esta cumbre iberoamericana se hizo evidente la dificultad de alcanzar consensos en este tipo de reuniones. Por ejemplo, fue imposible una condena común a la invasión rusa de Ucrania, que Nicaragua, Venezuela, Cuba, Bolivia y El Salvador no condenaron en la ONU. En el texto definitivo se llama a alcanzar una "paz completa, justa y duradera en todo el mundo basada en la Carta de las Naciones Unidas, incluyendo los principios de igualdad soberana e integridad territorial de los Estados", pero sin mencionar a Ucrania.
Finalmente, la falta de consenso ha impedido aprobar uno de los documentos previstos: el referido al diseño de una nueva arquitectura financiera internacional, al que se opuso Cuba y que por eso quedó eliminado de la lista de textos anunciada al inicio de la Cumbre por el secretario general iberoamericano, Andrés Allamand.
En lo que sí hubo acuerdos fue en el Plan de Acción de la Cooperación Iberoamericana 2023-26, la Carta de Derechos Digitales, la Estrategia de Seguridad Alimentaria y la Carta Medioambiental o Pacto Verde. En líneas generales, estos documentos son una síntesis descriptiva de problemáticas, y un conjunto de buenos deseos, sin planes de acción con actividades específicas que puedan ser evaluadas en el tiempo.
Lo que sí se acordó es que se le dará continuidad a este foro de gobernantes de América Latina, España y Portugal. A fines de 2024, en noviembre, habrá una nueva Cumbre en Quito, Ecuador, y se espera que el Gobierno de Lula da Silva reciba la siguiente reunión presidencial en 2026, en una ciudad aún por definir.