Uno de los símbolos más poderosos de la Cuba española fueron sus fortificaciones, baluartes físicos del espacio conquistado, guardianes del poder y las riquezas obtenidas en los nuevos virreinatos, extensión de la ejecutoria real allende los mares y de sus obras magnánimas. Aún durante el siglo XX siguieron ganando notabilidad en su uso y adaptación por parte de las nuevas fuerzas militares, con lo cual suman siglos de servicio, múltiples eventos de significación y en algunos casos alguna batalla epopéyica.
La Habana es por derecho la ciudad más fortificada. Entre los siglos XVI y XIX fue sumando obras al sistema defensivo, donde España implementó las tipologías más modernas. Lo primero fue la protección de la bahía, con los tres castillos que figuran en el escudo de la ciudad (La Fuerza, La Punta y el Morro). En el siglo XVII, resguardaron las entradas de los ríos que desembocan al este y oeste, con los reductos de Cojímar y La Chorrera. La línea de la costa se vigilaba desde los torreones de San Lázaro y Bacuranao, y la ciudad se amuralló.
No obstante, esto no impidió que La Habana fuera tomada por los ingleses en 1762. Una vez recuperada, se construyeron nuevos castillos que buscaban hacerla inexpugnable. Al este de la bahía, la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, complementada por el hornabeque de San Diego (hoy en ruinas), resguardaba por tierra el espacio contiguo al Morro, y sobre otras dos elevaciones se protegió el sur y el oeste de la ciudad. De este modo, el Castillo del Príncipe sobre la loma de Aróstegui y el de Santo Domingo de Atarés sobre la de Soto, establecían un triángulo defensivo con La Cabaña. Más adelante se adicionaron nuevas baterías en la costa.
De los llamados castillos, el de Atarés constituye un caso excepcional ya que, al no tener ningún baluarte, no debe ser considerado como tal. Los inmuebles de esta tipología deben contar más de tres baluartes. En su caso, sería más apropiado llamarle fortaleza o batería, lo cual no resta que sea una estructura magnífica, construida con sillares de piedra caliza conchífera en la cual puede observarse, como ocurre en otros inmuebles coloniales, las marcas personales de los maestros canteros. Estos vestigios remiten a uno de los primeros oficios especializados de La Habana que ejecutaron sus construcciones más relevantes. En el caso de Atarés, la acometieron en solo cuatro años, entre 1763 y 1767. El diseño inicial fue realizado por Silvestre Abarca y llevado a cabo por el ingeniero Agustín Crame.
A 29 metros sobre el nivel del mar se alzó esta fortaleza hexagonal irregular con una garita en cada vértice, rodeada por un camino cubierto y un foso. Para acceder a su interior debe cruzarse un puente levadizo, que es el único en funcionamiento de los castillos habaneros. Inicialmente su izaje se hacía con dos palancas basculantes, como figura en la maqueta situada al interior del castillo, luego se sustituyó por el actual sistema de ruedas y contrapesos.
Sobre la puerta principal pueden verse el escudo español y dos placas de bronce conmemorativas de su inauguración bajo el reinado de Carlos III. No obstante, el nombre lo debe el castillo al conde de Atarés, padre del entonces capitán general de la Isla, Ambrosio Funes de Villalpando. Las salas abovedadas del inmueble se ordenan alrededor del patio central, bajo el cual dos aljibes interconectados proveían a una guarnición que inicialmente fue de 100 hombres y en el siglo XIX llegó a alcanzar los 250.
Una amplia escalera de piedra conduce a la terraza donde se situaban las piezas de artillería, fundamentalmente en los cuatro lados que dan hacia tierra, definidos por parapetos con troneras a diferencia de los otros dos que miran al mar, pues su objetivo era la defensa terrestre. Debe tenerse en cuenta además que, un siglo después, la Loma de Atarés estaba aún rodeada de forma natural por un brazo de agua, como un islote. Sus laterales hacia la bahía eran bajos cubiertos de mangles, y canales cercanos se abrían desde Tallapiedra hasta los barrios de Chávez, Vives y Jesús María, haciendo navegable el espacio entre El Cerro y el Arsenal.
Aunque la parte urbana más relevante de La Habana quedaba intramuros, la expansión fuera de las murallas ganaba importancia, y en las inmediaciones de Atarés se encontraban conjuntos industriales como el Corral del Consejo y el matadero, la Factoría de Tabaco y el Arsenal. También existió un cementerio para los fallecidos por cólera. En lo adelante la ensenada más occidental de la bahía asumió el nombre del castillo, subrayando su presencia sobre el resto de inmuebles y funciones de relevancia que completaron la zona.
Durante todo el siglo XX el castillo de Atarés mantuvo funciones militares. Fue constantemente transformado para adecuarlo a las necesidades de cada régimen. Una de las reformas más importantes se realizó durante la intervención norteamericana, que incorporó nuevas instalaciones hidráulicas y sanitarias, y abrió claraboyas en todas las habitaciones del castillo que continúan siendo el principal sistema de iluminación interior.
Desde entonces Atarés fue cuartel de la Guardia Rural (1901), de la Caballería del Ejército (1917), escuela de oficiales (1936), biblioteca y archivo militar (1948), Quinta Comandancia de la PNR (1959), batallón de Seguridad y Servicios de la Marina de Guerra (1991) y Unidad de Ceremonias del MININT (1994). También fue cárcel, tristemente célebre durante el Gobierno de Gerardo Machado por los asesinatos y torturas.
El 8 de noviembre de 1933 fue la única ocasión en que el castillo entró en combate. Ocupado por el alzamiento militar que pretendía terminar con el Gobierno de Ramón Grau San Martín, fue severamente atacado, y requirió una importante reparación tras la contienda.
En 2013, el Castillo de Atarés fue entregado a la Oficina del Historiador de la Ciudad quien llevó a cabo una amplia investigación histórica y arqueológica que sustentó la rehabilitación integral del inmueble en alto grado de deterioro y transformación. En 2019 se abrió por primera vez al público como museo de sitio. Su visita rebosa el privilegio de acceder a uno de los puntos altos del sur de La Habana, con una de las mejores vistas de la bolsa de la bahía y sus alrededores. Visitarlo es adentrarse en un inmueble de alto valor patrimonial hasta ahora inaccesible, donde se han recuperado espacios originarios como el polvorín, la antigua cocina, la letrina y el calabozo. Asimismo, se exponen objetos de gran interés hallados en las excavaciones arqueológicas que corresponden a distintas etapas de su vida.
Esta nueva fortaleza recuperada afianza su valor como parte del imponente sistema de fortificaciones que cuidó La Habana, pero también es excepcional en sí misma por su diseño, por su historia y por su relación con el espacio circundante. En ciernes está la restauración del Castillo del Príncipe. Es responsabilidad del Estado la salvaguarda de estas reliquias que distinguen a Cuba, reconocidas Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1982. A cinco años de la restauración del Castillo de Atarés, es importante recordar también que es su responsabilidad el mantenimiento continuo de estos inmuebles.