Cuba guarda una entrañable relación con el mar, en primera instancia por su insularidad y por lo que esta condición ha impuesto a su relación con el mundo. Este acento era remarcado cuando el acceso fundamental dependía de la navegación. A pesar de que hoy los aeropuertos han desplazado lejos de la bahía la puerta de las principales ciudades del país, y de que no se fomentan los cruceros, el mar será siempre un elemento vinculado a la identidad cubana.
La Habana, que por varios siglos fue ciudad bahía, tiene muchos símbolos asociados a esta íntima relación con el mar. Sus castillos y su faro son el testimonio del valor estratégico que tuvo en medio de un circuito comercial transatlántico. Muy especialmente su faro ha sido la enseña de luz que ilumina el horizonte y que también identifica el lugar donde se está, a donde se arriba. Tiene por ello una fuerte carga ontológica. Es esa ventana encendida en la oscuridad que da señales de vida, y que da sentido a la expresión popular "el último, que apague el Morro".
El puerto de La Habana fue por mucho tiempo sitio de llegadas y partidas, por lo que el mar se ha percibido también como la extensión de la despedida, la barrera que está entre los de aquí y los de allá, el espacio físico intermedio impuesto entre el ser querido, el espacio añorado. Ha de ser por esa razón que la tradición popular identificó un nuevo símbolo de espera y le impregnó el más legítimo sentido de la añoranza y la despedida.
La Giraldilla es una escultura veleta de 1,1 metros, que se colocó en 1633 sobre la torre de vigilancia del castillo de la Real Fuerza, ubicado junto a los muelles principales y la plaza mayor (Plaza de Armas). Desde este campanario se marcaban las horas del día a la población, y la veleta cumplía sus funciones a la marinería.
La figura de singular belleza fue encargada por el entonces gobernador de la Isla, Juan de Bitrian y Viamonte, y su legado debía quedar en ella inmortalizado. Tiene además el valor de haber sido la primera escultura en bronce realizada en Cuba. Su autor fue Gerónimo Martin Pinzón, quien dejó con orgullo su nombre grabado en el pecho de la estatuilla.
La escultura es, en definitiva, la alegoría del triunfo sobre el asedio pirata que sufrió La Habana entre abril y junio de 1631. Por eso representa una figura femenina en actitud triunfante, portando en una mano la palma de la victoria y en la otra la cruz de Calatrava, orden a la que pertenecía el gobernador. Bitrian y Viamonte la nombró La Giraldilla, en recuerdo al Giraldillo, veleta similar que corona la torre campanario que distingue Sevilla, su ciudad natal. De este modo, La Giraldilla está íntimamente asociada a la figura del gobernador, a sus blasones, a su victoria en la defensa del puerto y a la añoranza por su pueblo.
No obstante, la tradición popular fue desligando el significado de la escultura de este personaje histórico para asociarlo a otro anterior, Isabel de Bobadilla, esposa del adelantado Hernando de Soto, quien partió rumbo a La Florida en 1539 a la conquista de las riquezas de América del Norte. A su esposo lo despidió Isabel en La Habana, desde donde se cuenta lo esperó en vano y con denuedo. Hernando murió en 1542, en un sitio desconocido entre Luisiana y Arkansas.
Esta mujer, transfigurada popularmente en La Giraldilla, le impregnó a la escultura el signo de la espera, la melancolía, la fidelidad y el amor, todas condiciones atribuidas al pueblo que habita junto al puerto, y que ve partir a sus seres queridos en busca de horizontes más prósperos. Ha sido por ello reconocida La Giraldilla como símbolo de la ciudad, de su perseverancia, de la ciudad estática que permanece junto al mar con los ojos puestos en tierras lejanas. Es un símbolo de vigía diferente, sin luz, pasivo, íntimo y a la vez colectivo. Donde El Morro es esperanza y guía, La Giraldilla es añoranza y pérdida.
En la narrativa contemporánea no escapa el tema del éxodo, y tiene La Giraldilla un lugar especial en el cuento "Añejo cinco siglos", de María Elena Llana, publicado en 2007. En él, el fantasma de Isabel de Bobadilla conversa con una habanera de hoy. Entre ellas se manifiesta la clara diferencia histórica que las separa, aunque comparten el dolor ante la partida.
La gran fuerza de la espera como significado fundamental de esta escultura, queda resumida en el hipotético diálogo de despedida entre Isabel y Hernando, que Llana recrea en su cuento cuando dicen:
"—Mientras viva os esperaré. Y aún muerta, hallaríais mi espíritu en esa veleta sin banderola que mira al mar.
—Desafiando los vientos, como la ciudad.
—Cumpliendo su destino de zozobra por los que parten."
Hoy la escultura original se preserva expuesta en el interior del castillo de la Real Fuerza. Allí forma parte de la valiosa colección del museo dedicado a la historia naval de la ciudad. Ya no conserva las piezas móviles de la veleta ni las puntas de las palmas, pero una réplica al completo corona la torre del castillo a la vista de todos, profundamente arraigada en la historia de la ciudad y en el sentir de su gente. Su imagen, en cambio, recorre el mundo en las etiquetas del ron Havana Club.
Nada, que Cuba había progresado demasiado y llegado demasiado lejos para ser una isla del Caribe, y había que ponerla en su lugar--tercermundista, por supuesto. Gracias, Fidel.
Habana Club ,el ron robado por los facisnerosos verdeolivos a sus legítimos dueños,lo mismo que Hupman,Partamos y otros.No le quedó otro remedio a muchos del litoral capitalismo que emprender el incierto viaje en balsa al norte.Muchos no volverán y otros jamás tocarán tierra en ninguna orilla....