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Urbanismo

La Habana gris, la ciudad sin parques

En su sección metropolitana, La Habana apenas cuenta con áreas verdes de considerable tamaño.

Madrid
Bosque de La Habana.
Bosque de La Habana. Wikipedia

Si se observa La Habana en una imagen satelital se verá que es una ciudad gris. En su sección metropolitana apenas cuenta con áreas verdes de considerable tamaño. Predomina la retícula que, con varios parches, todos grises, rellena la capital cubana. Esto fue consecuencia de un proceso urbanizador de gran especulación inmobiliaria, no regulado por un plan director que reservara áreas libres para grandes parques dentro de la ciudad.

Debe decirse que desde tiempos coloniales todo el territorio había sido distribuido entre varios propietarios, entre ellos el Rey. Con el tiempo estas propiedades, inicialmente  inmensas, se fueron subdividiendo. Luego los terrenos dedicados al cultivo se parcelaron y vendieron para su construcción. Aunque muchos dejaron alguna manzana para parque, iglesia, escuela y otros edificios públicos, se buscó aprovechar al máximo el terreno urbanizable, así que los espacios verdes fueron mínimos. Por lo general ocuparon una manzana, y en el mejor de los casos se incluyó parterre en las aceras y alguna avenida arbolada.

La incorporación de grandes áreas que sirvan de pulmón a la ciudad es labor del Estado, porque es el único capaz de implementar un plan que regule el crecimiento urbano y reserve amplias superficies para jardines, a partir de terrenos de su propiedad y, si es preciso, de otros adquiridos de particulares. El uso de espacios verdes en las ciudades permite mantener en equilibrio la acción de la luz, el viento y las temperaturas, a la par que purifica el aire indispensable para la vida. Junto a estas cualidades vitales y a su condición paisajística, favorece el descanso, el intercambio social, las actividades recreativas y el deporte. Esto no se consigue con un parque de una hectárea; pero con cientos de hectáreas verdes en medio de la ciudad, sí. Por eso ha sido un aspecto de suma importancia en el planeamiento urbano, fundamentalmente desde el siglo XIX.

El diseño de las áreas verdes forma parte de una ciencia llamada paisajismo o arquitectura del paisaje. Las obras de Frederick Law Olmsted (1822-1903), considerado el padre de la arquitectura paisajista moderna, constituyen ejemplos paradigmáticos de esta práctica, como el Central Park, de Nueva York; el Prospect Park, de Brooklyn; el Parc du Mont-Royal, de Montreal; el Emerald Necklace, de Boston; el parque estatal Reserva de las Cataratas del Niágara, y los jardines del Capitolio de EEUU, entre otras.

En la revista Carteles de 1936, Luis Machado, doctor en Derecho Público y Civil y presidente del grupo Amigos de la Ciudad, sugería que, considerando la función vital de las áreas verdes, las ciudades deberían dedicar por lo menos el 25% de su área total a parques y espacios libres. Esto no solo fue razonable sino también realizable, ya que para esta época según Machado, París tenía el 26%; Londres, el 24%; Viena, el 20%; Washington, el 14%; Boston, el 12%; y "La Habana, en pleno trópico, ¡solo tiene el 2%!".

Esta alarmante situación se agravaba por la tala indiscriminada de árboles, la ausencia de una conciencia colectiva y de la voluntad del Gobierno para enmendar este asunto, cuando aún disponían de terrenos libres en el contexto urbano. Durante la República importantes arquitectos cubanos como Pedro Martínez Inclán y Enrique J. Montoulieu, así como el francés Jean Claude Nicolas Forestier, propusieron el diseño de grandes parques en zonas aún no urbanizadas como la que luego ocupó la Plaza Cívica (hoy Plaza de la Revolución), el área de La Puntilla, el entorno del castillo del Príncipe y la Quinta de los Molinos, en el de Atarés y en el de la futura Ciudad Deportiva, donde solo se conservó verde el espacio del actual Parque Forestal y el de la Quinta de los Monos.

Entre Lawton y Luyanó, Martínez Inclán también propuso un gran parque en una antigua propiedad de los jesuitas, conocida como Quinta de los Curas, cerca de la intersección de la avenida Porvenir con la Calzada de Luyanó. Sin embargo, el terreno fue urbanizado en 1927 y convertido en el reparto La Asunción.

Todas estas propuestas eran de fácil acceso desde distintos barrios de la capital, por lo que beneficiaban a una parte importante de la población. Los únicos que llegaron a acometerse fueron el Bosque de La Habana (1937), el Jardín Zoológico (1943) y el Parque Almendares (1959-1961). Aunque es importante mencionar la construcción por iniciativa privada, de los Jardines de La Tropical (1904), los de La Polar (1914), los de La Cotorra, los de San Francisco, el Floral Park (1916), los Jardines del Oriental Park (1921) y el Cabaret Tropicana (1939), el único que en la actualidad conserva mejores condiciones por su importancia en el sector turístico internacional.

Entre todos, el más significativo en dimensión fue el Bosque de La Habana, añorado desde 1912 por varios arquitectos cubanos. Finalmente, fue realizado por los ingenieros Enrique Ruiz Williams, Aquiles Maza y Juan García Montes, gracias a la comunión de varias propiedades que el Estado tenía en la zona y a muchas otras que fueron expropiadas o negociadas con sus propietarios. Sin embargo, con el tiempo los barrios inmediatos tomaron terreno al Bosque, en especial los repartos de El Vedado, Almendares, Alturas del Almendares, Nuevo Vedado y la Puntilla.

Hoy la superficie del Bosque se limita a una estrecha franja verde en ambas riberas del río Almendares. Urge su reforestación y la restauración de las escasas instalaciones originales que conserva. Lamentablemente, hace décadas algunas secciones de bosque son inaccesibles porque forman parte de varias unidades militares, y lo que resulta más preocupante e irreversible es la ocupación inmobiliaria de parte de su territorio por viviendas de militares.

En la ciudad contemporánea resulta imposible la construcción del pulmón verde que la capital necesita, al no existir terreno libre suficiente. Ante esta oportunidad desperdiciada, cobran doble interés y protagonismo los escasos espacios verdes que están a disposición de la sociedad habanera. Valdría la pena fomentar una conciencia sobre la urgencia de su debido cuidado, uso y accesibilidad, frenar la tala indiscriminada, fomentar la reforestación y el uso adecuado de estos sitios, y multiplicar iniciativas como la preservación del relicto del antiguo Monte Barreto como parque ecológico, y de las pequeñas pero efectivas inserciones que la Oficina del Historiador ha hecho en una zona tan compacta urbanísticamente como es La Habana Vieja.

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