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Censura

Un año de Asamblea de Cineastas Cubanos y los cineastas 'puestos'

La ACC ha publicado un dossier que demuestra la seriedad con la que despertaron, a raíz de los abusos institucionales cometidos contra el documental 'La Habana de Fito'.

La Habana
Cartel de la ACC.
Cartel de la ACC. Facebook/Asamblea de Cineastas Cubanos

A un año de su reactivamiento, la Asamblea de Cineastas Cubanos (ACC) ha publicado un dossier de 120 páginas que demuestra la seriedad con la que despertaron, a raíz de los abusos institucionales cometidos contra el documental La Habana de Fito. El documento recoge con transparencia el trabajo de la organización durante este tiempo, presenta sus precisas normas, propósitos,  pero sobre todo registra la interesante historia de tensión con las autoridades cubanas que va definiendo su rumbo. Para los opositores tradicionalistas, la estrategia de la ACC ha podido sonar sospechosa o desfasada (debo confesar que al principio pertenecí a ese grupo de escépticos). "¡A estas alturas del juego insistir en el diálogo con el poder ladino que gobierna Cuba! El diálogo tramposo, el diálogo que hundió a Venezuela", podrían decir esos escépticos.

Lo cual puede derivarse de la lectura de una carta, de una declaración, donde la protesta de la ACC va acompañada siempre del reconocimiento legítimo de las instituciones del Estado como colaboradoras. Sin embargo, el plano general que ofrece hoy el dossier demuestra una obra distinta: no es una conversación traidora la que procuran ellos, sino una imposible que desafía a las autoridades dejándolas, al mismo tiempo, desarmadas. La ACC quiere tratar abiertamente de la libertad de expresión con el poder —a cada momento repite que debe solucionarse el problema de la "exclusión y censura"—, pero lo quiere con firmeza y ahí está el desafío.

Ingenuamente, la ACC pretende que las autoridades accederán a resolver la realidad de la censura que las define. Bien sabemos que la censura no es "un problema de la Revolución", sino que es la Revolución. Si la censura deja de existir, el orden conocido se derrumba. Pero la ACC y sus representantes aparentan desconocer este axioma y con toda inocencia han pedido una y otra vez reuniones y sesiones de trabajo con el ICAIC enfocados en tres líneas generales: una Ley de Cine (que protegería la libertad de expresión), "discutir sobre las políticas de control, censura y exclusión" y "revitalizar la deprimida industria del cine y el audiovisual".

La segunda mitad del dossier de la ACC deja constancia de estos intentos de acercamiento de los cineastas hacia las autoridades: varias cartas enviadas a todos los niveles, dos informes detallados que dan cuenta del estado de la "censura y políticas públicas de difusión en Cuba" y la "producción, distribución y edición" de las obras audiovisuales, junto a propuestas de solución.

Los de arriba, sin embargo, callan. Los funcionarios que deben trabajar en pos del cine cubano ignoran a los cineastas. La única acción que podría considerarse como una respuesta por parte de ellos ha sido una carta que la vicepresidenta Inés María Chapman enviara a la presidencia del ICAIC donde se refiere a las inquietudes  de "un grupo de cineastas cubanos pertenecientes a la institución" (lo cual, en primer lugar, es un error porque la mayoría de los 11 representantes de la ACC, signatarios de las cartas, no pertenece al ICAIC, y en segundo lugar desconoce la existencia de la ACC).

"Queremos que nos respondan a nosotros como grupo", pide el crítico Gustavo Arcos. Pero los funcionarios no pueden hacer eso. Responder a la ACC sería equivalente a legitimarla, a reconocer su existencia y, sobre todo, su voz. "Desde el punto de vista oficial, la organización gremial no es reconocida. Los medios de prensa nacionales y las instituciones culturales han recibido orientaciones de silenciar o desconocer su trabajo", se lee en el dossier.

Al estar impedidos entonces, por su propia naturaleza, de lidiar de forma diáfana con la ACC, a las autoridades solo les queda el camino oscuro.

En los buenos viejos tiempos,  Fidel Castro los hubiera metido presos a todos y no hubiéramos sabido sino de la versión oficial de los hechos. Pero no estamos en la época en que "nadie escuchaba". Internet protege a los miembros de la ACC. También el hecho de que los líderes de la ACC son figuras prestigiosas del cine cubano. Al poder se le dificulta, de igual manera, lanzarlos al exilio. También a extramuros. Usualmente, a la persona que comienza a pedir democracia "desde la Revolución" se le empuja hacia el exterior de la misma, donde se sabe que no hay "ningún derecho", para reprimirla con soltura. Este protocolo corriente tampoco funcionaría para la ACC por las mismas razones de número y reconocimiento que la protegen. ¿Cómo acusar a cientos de trabajadores del arte de contrarrevolucionarios? ¿Cómo acusar tan siquiera a diez respetados cineastas?  

Desde mi punto de vista, a las autoridades le quedan dos caminos para anular el influjo de la ACC: corromperlos (Zersetzung, diría la Stasi) por la vía de la inteligencia o absorberlos. La primera variante incluye todos los intentos por dividirlos, que van desde las cultivadas suspicacias hasta el chantaje, los sabotajes, los estudios sicológicos, las penetraciones y, en fin, las técnicas de inteligencia que el Estado utiliza contra la sociedad civil.  

En cuanto a lo segundo, la ACC, como ciertas iniciativas de apariencia diversa, se convertiría en una representación vacía, de aspiraciones democráticas y calculadas cegueras; en una ventaja del régimen que mirará hacia otra parte mientras el error que le incumbe se comete. Un controlado disenso, un sometimiento con disfraz de rebeldía. Cierto que históricamente este tipo de disidencia es creada por el mismo Estado con disimulo. Pero, si no se cuida, la ACC podría caer en esa trampa.

En el presente, los cineastas, cansados ya de tanta indiferencia por parte de las autoridades, no patean el tablero, pero tampoco piden permiso. Mientras los de arriba los ignoran, consolidan la asociación independiente más importante de la sociedad civil, con más de 400 miembros en su nómina; cuatro comisiones que trabajan en los problemas de la "censura y exclusión", la "política cultural", la "Ley de Cine" y la "producción", que generan informes y soluciones; un grupo de 11 representantes; un boletín; una revista; un canal de YouTube... Todavía no han cargado las cámaras, pero ya convocan a la creación de un filme colectivo sobre la experiencia de ser cineasta en Cuba llamado En nuestros ojos. Luis Manuel Otero Alcántara diría que "están puestos".

En efecto, sus líderes son inteligentes y el conjunto más fuerte que los tristes funcionarios que enfrentan, incluso que los corruptos gobernantes que se esconden. Pero tienen dos retos ante sí: mantenerse unidos (para lo cual será imprescindible la transparencia) y saber cuándo han dejado de moverse

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