En la esquina de Obrapía y Avenida del Puerto, en el interior de la Casa Pedroso, se conservan unos antiguos canales esculpidos en la roca costera, que constituyen uno de los vestigios arqueológicos más extraordinarios de La Habana. Aunque fueron hallados en las excavaciones realizadas entre 1991 y 1995, y desde 2010 se encuentran en exhibición pública, no son muy conocidos por los habaneros ni por quienes visitan la capital.
Esta singular estructura acanalada conforma los restos de una grada utilizada para la construcción de embarcaciones pequeñas. Son múltiples zanjas paralelas excavadas en la roca caliza, sobre las que se colocaban troncos de madera que, a manera de rodillo, permitían desplazar la embarcación de tierra a mar para su botadura. En ellas también se observan algunos agujeros donde debieron colocarse puntales de madera. En el centro, un gran orificio de dos metros de diámetro, conservaba el fondo de una caldera de hierro con restos de brea.
Estas gradas de construcción son las únicas que atesora La Habana. En el país solo se han hallado unas similares en Boca de Jaruco (Mayabeque), en 2001, mucho más grandes y completas, que fueron declaradas Monumento Nacional en 2013. Las de La Habana, en cambio, constituyen el único vestigio inmueble de la larga tradición constructiva que tuvo el puerto, que dio gran prestigio a la capital cubana y fue a la vez un canal de acceso para el desarrollo tecnológico y la introducción de mano de obra especializada. Son, además de las más antiguas, pues se consideran anteriores a 1603.
Tal vez a quien conozca de la existencia del Real Arsenal de La Habana en terrenos donde hoy se ubica la Terminal Central de Ferrocarriles (1912) le sorprenderá la localización de estas gradas entre la Plaza de Armas y la Plaza de San Francisco. Por eso habría que contar que, a lo largo del tiempo, el astillero itineró por el borde costero de La Habana Vieja, desde la calle Cuarteles hasta Egido, marcando tres emplazamientos entre los siglos XVI y XVIII.
El primer astillero de La Habana se ubicó próximo a la entrada de la bahía, al final de la calle Cuarteles. Sin poder precisar fecha exacta, se sabe que a mediados del XVI ya fabricaba galeones, galeoncetes y fragatas de remo. El primer galeón fue botado en 1551, y en 1591 ya se hacían fragatas de guerra.
Gracias al profundo calado natural de la bahía, las embarcaciones podían atracar directamente en la costa y ser botadas sin mucho riesgo ni necesidad de diques. A partir de 1561, cuando el puerto se definió como punto de reunión de la flota española, se construyeron muelles de madera entre el Castillo de La Fuerza y la Iglesia de San Francisco para facilitar la carga y descarga, y la reparación de navíos. Desde entonces este tramo se definió como los Muelles Principales, y el siguiente, desde la calle Luz, se destinó al tráfico interior de la bahía.
Según la datación arqueológica, las gradas de construcción de la calle Obrapía debieron ser instalaciones complementarias, aunque resultan doblemente llamativas al saber que el primer astillero se describía sencillo y sin gradas, y que para carenar los barcos se dejaban a flote, inclinándolos con el auxilio de otros más pequeños. Gran parte de la construcción naval del puerto habanero estuvo destinada a la Armada de Barlovento, constituida en 1618, y a nutrir y reparar las armadillas guardacostas.
En 1722, el astillero se trasladó a los Muelles Principales. Allí se interponía al trasiego comercial y portuario, y no disponía de suficiente espacio para forjas y fábricas de implementos, necesariamente dispersas por la ciudad. Para entonces las gradas de Obrapía debían estar en desuso, ya que la Casa Pedroso se registra construida en 1631.
Una de las instalaciones legendarias de este segundo astillero fue la máquina para arbolar del Baluarte de Luz, inmortalizada como La Machina (1740). Allí permaneció hasta 1903, aunque el Arsenal se había reubicado desde 1735 al sur, entre las calles Egido y Factoría. Ambos emplazamientos coexistieron hasta 1745, cuando el Real Astillero de Nuestra Señora de Bethelen quedó concluido.
Este tercer astillero fue el más grande, tuvo almacenes de madera, fundición, arboladura, sierra hidráulica, tres gradas, diques secos, muelle, etc. Allí permaneció hasta 1910, cuando el terreno se entregó a la Compañía de Frrocarriles. Tal fue su significación, que en 1748 absorbió el Apostadero Naval, antes situado en Veracruz, y que devino Comandancia General de la Marina española, en 1766.
La trascendencia de la industria naval habanera se constata mucho más allá de los cientos de barcos construidos. Sus astilleros fueron foco de la cultura técnica, gracias a la presencia de varios oficios que también aprovechó la ciudad. Algunos migraron luego a otras industrias cubanas, como la azucarera. En su nómina, el arsenal incluyó escultores, pintores, carpinteros, calafates, herreros, faroleros, vidrieros, caldereteros, cerrajeros, toneleros, etc., muchos de los cuales formaron gremios y caracterizaron la población de los barrios circundantes. Fueron una especie de escuela taller, en la que también se formaron muchos artesanos negros y mulatos.
Existen hitos importantes como la fundación de la Sociedad de Armadores, en el siglo XVII, por el capitán habanero Francisco Díaz Pimienta, gran innovador de la industria naval española; o la redacción del libro Arte de navegar, navegación astronómica, teórica y práctica (1672), considerada la primera obra científico-práctica escrita en Cuba, del sevillano Lázaro de Flores, vecino de La Habana. El Arsenal también contribuyó al desarrollo del Cuerpo de Ingenieros, y fomentó la creación de la Escuela Náutica de Regla (1818) y la Escuela de Mecánica o Maquinarias (1845).
Los astilleros motivaron la manufactura complementaria de productos como la jarcia, el alquitrán, la brea, tahonas para hornear galletas marineras, velas, utensilios de cerámica e instrumentos náuticos, de los que se sabe tuvieron gran aceptación por su precisión. Fueron de las industrias que más incidieron en la transformación de los campos cubanos. En su lado positivo, motivaron el estudio detallado de las especies arbóreas cubanas para su aprovechamiento. De nuestras maderas se decía que triplicaban la vida útil de las embarcaciones y en los combates no provocaban los astillazos que dañaban a la tripulación más que las propias balas. Por tanto, se explotaron intensivamente. Solo durante el siglo XVIII, el Arsenal consumió más de medio millón de metros cúbicos de madera, y anualmente suministró unos 25.000 metros cúbicos a los de Cádiz, El Ferrol y Cartagena.
Parte de esta historia se inició en las gradas que hoy exhibe el vestíbulo de la sala de teatro El Arca, en el interior de la Casa Pedroso, una vivienda que también ha acompañado al puerto habanero a lo largo de los últimos cuatro siglos.
Cuba fue por casi 3 siglos una potencia en construcciones navales debido a la abundancia de buena madera en los bosques.
El “Santísima Trinidad”, que fue el buque insignia del almirante español Federico Gravina. Fue capturado por los británicos durante la batalla de Trafalgar en Octubre de 1805.
Fue contruido en La Habana en 1769 con 4,950 ton de desplazamiento tenia 130 cañones y 1,800 tripulantes. Fue considerado el mayor barco de la epoca.
https://en.wikipedia.org/wi…
Muy informativo, gracias a Yaneli Leal.
Pensar que entre los siglos XVI y XVIII hubo en La Habana esa dinámica industria naval, cuando hoy día no se construyen ni palanganas.