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Urbanismo

Mirar La Habana

'En el día a día vemos solo fragmentos de ciudad. Por eso resulta tan sobrecogedor aprovechar esos instantes en que desde una elevación se abre ante nuestra mirada.'

La Habana
La Habana.
La Habana. istock

Continuamente observamos la ciudad, pero ¿hasta qué punto somos conscientes de esa mirada como ejercicio de conocimiento y del tipo de relación que establecemos con el espacio desde ese acto cotidiano? La Habana ha sido siempre una ciudad muy observada, y la forma en que cada cual lo ha hecho, sumado a la visión socialmente compartida sobre el paisaje, provoca múltiples sensaciones e incluso forma parte del autoconocimiento.

No pocas impresiones han quedado reflejadas en memorias de viajeros, en pasajes literarios, poemas, e incontables fotografías y fotogramas que han llevado por todo el mundo distintas miradas sobre la ciudad. Esas imágenes artizadas, generan nuevos conceptos a través del arte y la representación, que con el tiempo han servido para modelar la percepción que muchos tienen sobre La Habana. Y es que según el geógrafo Joan Nogué, el paisaje puede ser visto como un texto, como una metáfora, como un centro de significados y símbolos transmitidos por generaciones, lo que condiciona nuestra forma de verlo.

Entre los múltiples aspectos a tener en cuenta, el "cómo" y el "dónde o desde dónde" se observa, incorpora varias apreciaciones desde las distintas visuales que ofrecen todos los puntos accesibles. Por ejemplo, desde lo alto se reconoce el valor de la vista general, siempre peculiar; mientras que, desde abajo, lo elevado suele percibirse como un referente importante en el paisaje, muchas veces complementado por construcciones de valor.

Por lo general, en el día a día vemos solo fragmentos de ciudad. Por eso resulta tan sobrecogedor aprovechar esos instantes en que desde una elevación se abre ante nuestra mirada una porción más amplia. Puede resultar incluso revelador descubrir aspectos que pasan desapercibidos desde la posición del transeúnte y conexiones que desde una vista general se hacen más claras. Para quien lo ha experimentado quedará siempre en la memoria la vista de La Habana desde el Morro y otros edificios altos como el hotel Sevilla, el FOCSA y el Memorial José Martí; así como desde elevaciones naturales como la Loma del Burro o las cimas de Lawton.

Salve decir que por ello, durante la República existieron proyectos para construir parques públicos en las lomas del sur habanero que hoy define el municipio Diez de Octubre. Sin embargo, la especulación inmobiliaria privilegió la construcción de bellos palacetes privados en esos puntos de alta calidad ambiental y visual.

Por otro parte, resulta interesante pensar que algunas vistas no siempre fueron popularmente conocidas o accesibles. Las de las fortalezas de la bahía, que hoy son tan apreciadas, solo eran conocidas por la guarnición militar y los presos allí recluidos, ya que hasta bien entrado el siglo XX conservaron sus funciones militares. De aquel entonces el escritor Reinaldo Arenas dejó esta impresión en Antes que anochezca: "Íbamos a la terraza del Morro y allí, con unos tanques de agua, teníamos que lavar la ropa de todos los oficiales y soldados (…) Desde allí podíamos al menos ver La Habana y el puerto. Al principio yo miraba la ciudad con resentimiento y me decía a mí mismo que, finalmente, también La Habana no era sino otra prisión; pero después empecé a sentir una gran nostalgia de aquella otra prisión en la cual, por lo menos, se podía caminar y ver gente sin la cabeza rapada y sin traje azul".

Sin duda, desde su posición en la otra orilla, El Morro, La Cabaña y la terraza del Cristo son por excelencia los balcones desde donde se mira a La Habana, como si se la viera desde altamar. Para algunos es un espacio de reflexión, para otros de fuga, para muchos la ventana que permite observar "desde fuera" el espacio habitado en un sentido puramente topológico y sentimental. En una ocasión el poeta Alex Fleites señaló La Cabaña como el espacio para mirar y sentir La Habana, desde ella, decía: "es como si me viera a mí mismo y a todos los que quiero, trajinando del otro lado de la bahía".

Otro punto de observación realmente único es desde la bahía misma. No solo desde la orilla, sino desde el cuerpo de agua. Hoy esta experiencia solo puede vivirse de manera rápida y discreta cuando se cruza en la lanchita entre La Habana Vieja, Regla y Casablanca. Sin embargo, no deja por ello de ofrecer una perspectiva muy singular del viejo puerto. Sobre ello expresó Ángel Augier: "Cuando a la ciudad le nazca el poeta de su existencia cotidiana, se revelará entonces con más relieves la dimensión desconocida de esas lanchas —tranvías y guaguas marinas, como las bautizara una niña de imaginación— que con su estela de espumas, con el latido isócrono de sus motores, con su travesía 'de bolsillo', hacen el constante trasiego de viajeros —trabajadores, turistas domésticos, fanáticos religiosos—… Las lanchas que a los paseantes domingueros con sus 'fiñes' les ofrecen una especie de 'viaje de circunvalación' de la bahía que propicia la contemplación no solo del espectáculo impresionante de la capital vista desde el mar, sino también ese otro espectáculo siempre renovado del crepúsculo habanero".

En la década de 1990, existió un galeón que ofrecía un paseo por la costa capitalina y con ello una perspectiva de todo su frente marino. Duró poco y no siempre se veía mucho de una ciudad en perpetuo descalabro energético. Mucho antes, en la década de 1940, además de las consabidas lanchitas, se describía la marcada actividad de botes que con fines recreativos daban servicio en el canal del puerto desde el Muelle de Caballería, que está junto a la Plaza de Armas. Con el fresco de la noche, este servicio ofrecía una interesante perspectiva de la bahía que complementaba el paseo por la Avenida del Puerto. Así fue descrito por Ángel Augier: "el canal del puerto en ocasiones remeda a los de Venecia de ciertas novelas amorosas, no por la canción del 'gondoliero' —puesto que nuestros boteros no cantan— ni por el 'puente de los suspiros' —que habrá suspiros pero no puente—, sino por la teoría de botes pintorescos que bogan hasta llegar al Morro y regresan hasta el viejo muelle con parejas que se arrullan, con parejas que quieren alejarse unos minutos de la tierra para imaginarse en breve y relativa soledad, (…) sin más testigo que el mar… y el botero silencioso y discreto que golpea el agua con lento afán, sin prisa pero sin descanso".

El binomio ciudad y mar ha llevado a reconocer la profunda conexión física y cultural que existe entre ellos y que identifica a La Habana. Por eso es el litoral uno de los sitios predilectos para observarla y para entender que es también una ciudad que mira más allá de lo que alcanza la vista, donde conduce el mar. De este modo lo resumió Miguel Barnet en su poema Bahía con perro amarillo: "Al contrario de lo que se cree, La Habana es profunda,/ Tanto que toca el fondo del mar. Es el gran ojo de la/ Isla, que mira, desde este punto, hacia todos los horizontes".

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5 comentarios

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Profile picture for user ALCOMBATECORRED

"Si a La Habana / se la mira desde lejos / es un paraíso..."
Vigencia eterna de Maiyakovski

(...)
Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.
(...)
Gaston Baquero

Muy heterogénea la selección de poemas y poetas... Francamente mediocre

Profile picture for user Ana J. Faya

De nuevo, gracias por esto.

Profile picture for user EM

gracias..