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Educación

Santiago de Cuba: escuelas destruidas y rodeadas de basura, la 'normalidad' a la que no se adaptan las familias

A estos problemas se suma la baja calidad de la enseñanza y la poca exigencia de los profesores.

Santiago de Cuba
Basurero frente a una escuela en Santiago de Cuba.
Basurero frente a una escuela en Santiago de Cuba. Diario de Cuba

Para Mildred, enviar a su niña a la escuela se ha vuelto absurdo. Al alto precio que paga por la crisis económica se suman las preocupaciones por la higiene y la formación académica de su hija, que estudia en una de las escuelas con aulas destruidas, cercas rotas y alrededores llenos de basura de Santiago de Cuba.

"Las escuelas no solo son un monumento al desastre del sistema educativo cubano, sino también un peligro para la salud de los alumnos en una provincia plagada de dengue y oropouche", opinó esta madre mientras decidía si dejaba a su hija en medio del ambiente perjudicial que alarma a los padres y afecta a los menores.

Otros familiares —e incluso hasta maestros— criticaron la cercanía de los desperdicios, porque elevan el riesgo de las infecciones y violan los protocolos de sanitarios. El hedor que emanan los vertederos improvisados interrumpe las clases de la primaria Nilo Antonio Bolerí, ubicada en un área periférica de la ciudad.

Hortensia, jubilada del sector educacional, reclamó a la secretaría docente una solución para el deterioro de ese centro, pues al riesgo epidemiológico se suma el robo de los cristales, los pupitres y las ventanas para hacer rejas y balcones, cotizados en el mercado negro entre 40.000 y 50.000 pesos.

En similares o peores condiciones, agravadas por el incremento de la actividad sísmica y los problemas constructivos de las escuelas, están los 1.224 centros docentes de la provincia, donde más de 177.600 estudiantes de todos los niveles de enseñanza reciben instrucción por parte de 20.200 maestros.

Tal situación contradice las declaraciones de Nuria Mejía, directora provincial de Educación, quien informó que los profesores y auxiliares pedagógicas higienizarían las escuelas y los círculos infantiles para recibir al estudiantado tras la interrupción del curso por el huracán Oscar.

Sin embargo, lo único que se aseguró fue el mensaje de que en algunas secundarias y seminternados la docencia sería corrida de horario debido a dificultades con la merienda y la comida, que por lo general incluyen pan seco, caldo de "sustancia" y, cuando se puede, un trozo de vianda hervida.

" y viven expuestos al peligro", dijo Marta al evaluar un contexto en el que una y otra vez se reajustan los programas de estudio.

El dilema de la alimentación y la formación de los alumnos

A la entrada del seminternado Manuel Ascunce, Fraimaris le recalcaba a su hija Milena que no se comiera el almuerzo de la escuela, por temor a la intoxicación y la diarrea, y que mucho menos le diera del que llevaba a nadie, pues como madre soltera se sacrifica mucho para garantizar sus alimentos.

En otro ángulo del problema, el claustro de la escuela Horacio Rodríguez, de Carretera del Morro, aboga porque los padres enseñen a sus hijos a compartir la merienda con sus maestros y compañeros más vulnerables.

Entre resignada y confundida, la abuela Olga escuchaba la lista de necesidades que, a través de la cerca, una de las maestras le comunicaba a los padres para que sus hijos tuviesen más "confort" en las aulas del Manuel Isla.

Ventiladores, pintura, candados, plastilina, hojas, gomas de borrar, lápices, tizas, luminarias y otros artículos figuran en el "inventario" de solicitudes que al parecer Educación no ha garantizado, pese a disponer de un presupuesto anual superior a los 3.000 millones de pesos, según la prensa oficialista.

Por su parte, Amelia le reclamaba a su hijo que le prestara mayor interés a las clases, debido a que "terminó a porrazos el noveno grado y sin cambios aparentes continúa los estudios en el Cuqui Bosch, el preuniversitario más emblemático de Santiago de Cuba".

Algo similar hizo Loida con Sergito, que lleva tres cursos con serias lagunas educativas en el cálculo y la lectura. A Miguel le preocupa que a su hija le regalaran el onceno grado y que esa sea la tónica con que concluya el bachillerato. "A los maestros les importa más la retención escolar y la continuidad de los ciclos que el conocimiento", lamenta.

Similares preocupaciones tienen los padres de los estudiantes de las escuelas de arte y formación deportiva, donde la cultura general tradicionalmente ha sido deficiente, la base material de estudio escasa y las prácticas extracurriculares apenas se planifican.

A Rosa le inquieta el relajamiento de las evaluaciones y que los planes de estudio contemplen tantas horas de prácticas en centros de producción y servicios, un método que a su juicio ni funciona, ni motiva a los alumnos, porque las empresas los utilizan como mensajeros y recepcionistas.

Estos y otros problemas dibujan la situación curso escolar en Santiago de Cuba, donde muchas familias están preocupadas por la deformación de sus hijos.

No solo los padres, también muchos maestros miran el futuro con preocupación y caminan por la cuerda floja al denunciar una realidad que produce incertidumbre y que afecta irremediablemente la imagen del sector educativo.

Hace dos décadas en las zonas montañosas de la provincia se cerraron todas las escuelas con menos de diez alumnos, opción que hasta ese momento beneficiaba a los niños de las comunidades intrincadas. Hoy esos menores recorren a pie o a caballo hasta diez kilómetros para recibir sus clases.

Por contraproducente que parezca, en este territorio el 90 por ciento de los cursos de inglés y otras lenguas extranjeras los imparten los cuentapropistas y el Arzobispado, pese a que el Estado dispone de la infraestructura para responsabilizarse de esa actividad.

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