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Opinión

Cuba: La contrarrevolución virtuosa

'La contrarrevolución es una virtud afirmativa de la ciudadanía frente a las revoluciones añejas en el poder': el primero de una serie de tres artículos que publica DIARIO DE CUBA.

La Habana
De izq. a der.: Carlos Manuel de Céspedes, Ramón Grau San Martín, Fulgencio Batista y Fidel Castro.
De izq. a der.: Carlos Manuel de Céspedes, Ramón Grau San Martín, Fulgencio Batista y Fidel Castro. Diario de Cuba

El debate sobre las revoluciones es el tema político por excelencia en los estudios sobre la modernidad política. Esto tiene una razón a la vez histórica y científica. La histórica se vincula a los cambios acelerados que, al menos desde la Revolución Norteamericana y más tarde con la Revolución Francesa, se produjeron en todo el mundo. Dos siglos después, la Revolución Rusa le dio mayor impulso y radicalidad a ese proceso histórico. Ya casi todos los cambios históricos que se produjeron con posteridad comenzaron a ser analizados bajo este prisma. La razón científica tiene que ver las mudanzas de paradigmas que se producen en la ciencia, que transforman la manera en que vemos a la naturaleza, luego a la sociedad, y que cambian aparentemente de manera brusca nuestras relaciones con ella. De esta combinación surge una paradoja. Porque en puridad, el sentido etimológico de la palabra revolución describe el movimiento en círculo hacia el mismo punto de partida.

¿Es este el sentido real de las revoluciones que se pretenden totales y que destruyen al ciudadano político como tal?

La contrarrevolución, la que surge de la revolución misma, es una virtud afirmativa de la ciudadanía frente a las revoluciones añejas en el poder. Así fue en Francia. Su contrarrevolución, por encima de las distorsiones del Imperio, fue la que rescató de manos del Terror las aspiraciones y el sujeto original de la Revolución Francesa: el ciudadano. En el caso de Cuba, la contrarrevolución es la pretensión, además, de recuperar lo que nos constituye como cubanos y cubanas. Una reafirmación de nuestra pluralidad y diversa condición cultural de partida. Sin tutelas.

Lo propio de la revolución que nació aquí en 1959 es la de definirse por cada uno de sus presentes. Su relato fue y es meramente táctico. Sus significados han estado atados a las coyunturas. A diferencia de otras revoluciones, su referencia guía no son los ideales que adoctrinan y sujetan, sino las circunstancias.  Su éxito es el poder.

Una buena definición hoy podría leerse así: revolución cubana es fortalecer el poder de grupo; amplificar la retórica estalinista con algunas pinceladas martianas; incursionar en el capitalismo de compadres para crear una oligarquía con el apoyo de intereses foráneos y mercantilizar los servicios sociales; dolarizar la economía, estratificando socialmente la moneda; ritualizar los espacios glamorosos de las elites, con su turismo, sus Festivales del Habano, sus desfiles de alta costura ocasionales y sus campos de golf. Todo ello en paralelo a la precarización planificada de los servicios públicos de la pobreza, la militarización policíaca de la sociedad y un formato legal republicano. Todo ello en nombre del pueblo.   

Tres son las constantes de cualquier definición de la revolución castrista: poder de grupo sobre el individuo, el pueblo como referencia acomodaticia y la coacción militar y policial como vínculo y atadura entre los de arriba y el resto. En el medio están el tiempo, el contexto y el cinismo.

Si observamos bien, notaremos que la revolución hace al mismo tiempo tres movimientos graduales: alejarse de la fuente de su relato (el pueblo), mantener retóricamente sus pautas (el gobierno del pueblo) y acercarse a la fuente de su contrarrelato (el capitalismo). La revolución se estira para que le quepa el espacio "burgués" contra el que se legitimó, dejando cada vez más atrás su fuente de motivación: el pueblo.  

Nación y revolución

La palabra revolución parece ser sinónimo de la voluntad política de los cubanos para darse una nación. Desde Carlos Manuel de Céspedes y hasta 1961 —cuando se identifica con el socialismo—, en que se vacía el anhelo combinado de independencia y legalidad que la nutrió, nación y revolución fueron de la mano. La nación había nacido en 1902, no por casualidad como República, pero la revolución significó a partir de entonces el correlato vago o legendario que la acompañó, lo mismo exponiendo su carácter inacabado que consolidando los contratos nacionales que la hacían posible.  

El castrismo, como ideología populista —una ideología en la marcha, y sin cuerpo doctrinal— precisó el concepto como herramienta, le retiró su significado como proceso de cohesión diversa y plural en torno a la nación, y exaltó la falta de plenitud de su corta historia. Con esta operación, impuso un concepto vago de revolución sobre la nación y con ello se facilitó la instrumentación de un poder único, ya no populista sino dictatorial. No es entonces la nación la que sirve de inspiración a la revolución, ahora es la revolución la que le sirve de molde a la nación.

Ya desde el siglo XIX la palabra revolución nos sobredetermina. Con su abolengo, prosapia y miserias. Podríamos decir que nos oprime. Llama la atención en ese sentido que un término inscrito en el ADN de la historia de Cuba no tenga una tradición académica en sí misma. No como relatos históricos, que sí los tiene, sino como definiciones teóricas.

El magnífico ensayo de la profesora cubana Marifeli Pérez-Stable, La Revolución Cubana, no abunda en la genealogía del tema, en su historia conceptual. Excepto los trabajos del historiador cubano Rafael Rojas, radicado en México, en particular su texto "El concepto de Revolución en Cuba", no existen otros suficientemente conocidos que hagan un ejercicio tan fundamental para una palabra tan omnipresente: un repaso sobre sus distintos significados, sobre su linaje. Un libro, el de María del Pilar Díaz Castañón, Ideología y Revolución, es rico precisamente en este punto porque revela que la teoría sobre la revolución cubana, con su abundante producción de libros y ensayos, es una interpretación a posteriori sobre los hechos, las clases, los acontecimientos. Y fundamentalmente, sobre la revolución que llega al poder: la de 1959. Toda una antología sin ontología. El mismo Fidel Castro había dicho en algún lugar que: "Comprender la Revolución es más difícil que morir por la Revolución", revelando con ello cierta indefinición conceptual.
 
Esto es cuando menos extraño. Los conceptos fundamentales, por ejemplo, democracia, derecho, política y otros siempre tienen una base literaria y académica que comparten su utilidad con la de los diccionarios: referencias neutrales o que se neutralizan, y que democratizan el lenguaje para ubicar la conversación y la acción común. Es decir, para orientar y saber de qué estamos hablando.

En Cuba, el concepto de revolución carece de esos tratados, al estilo del que hizo por ejemplo la autora Hannah Arendt, titulado así: Sobre la Revolución. Uno que sistematice el debate, la acción y, sobre todo, el Código Penal, este último muy caprichoso en Cuba.

Ese vacío en nuestras bibliotecas es perjudicial tanto para la claridad intelectual como para la claridad y contenido de nuestras vidas personales e íntimas. La historia del término les interesaría tanto al académico como al plomero. Porque necesitamos saber cuánto hay de verdad en la afirmación tan cacareada de que existe una sola revolución cubana: la que se inició en 1868 y continúa hasta nuestros días. O en otra afirmación moralmente dudosa: la de que los revolucionarios de ayer serían los de hoy. Y viceversa.  Un vacío que ha dejado que las fluctuaciones tácticas del concepto dependan del poder o de los grupos de poder con sus axiomas eternamente efímeros.  No deberíamos olvidarlo: hasta las comidas en nuestras mesas dependen de la claridad en lo que políticamente se concibe casi como nuestra primera naturaleza: se pretende que nazcamos a la revolución; luego, y casi por casualidad, a Cuba.  

Lo cierto es que, para la historia de Cuba del siglo XX, la palabra revolución atraviesa todo el arco ideológico como un parteaguas insalvable. En general, la definición de revolucionario se la atribuían los que buscaban modificar el orden establecido, pero también se asociaba a una vuelta a los tiempos gloriosos que, para los revolucionarios cubanos del siglo XX, suponían las luchas por esa independencia de Cuba.  Revolución tiene así, desde sus orígenes, dos sentidos en apariencia contrarios: ruptura y restauración de un ideal incompleto.

Con el fin del gobierno de Gerardo Machado, las dos fuerzas políticas principales, reunidas en torno a los liderazgos de Ramón Grau San Martín y Fulgencio Batista, reivindicaron para sí la autoridad del término. En vísperas de las elecciones que llevaron al poder por primera vez al Partido Revolucionario Cubano (Ortodoxo), la revista Bohemia publicó en varios números, entre mayo y agosto de 1943, el ensayo "Así gobernarán los auténticos", de la autoría de Carlos Prío Socarrás. Decía allí el destacado revolucionario antimachadista y futuro presidente de la República: "El autenticismo exige, como primera condición de un buen gobierno, honradez administrativa. Y el autenticismo llevará a la gobernación del país ese principio de elemental ética privada o política, porque sin honradez no podría mantener su ideología revolucionaria y popular (cursivas nuestras), y porque si alguna vez se ha personificado la honradez en Cuba, ha sido justamente en nuestro máximo líder, el doctor Ramón Grau San Martín".

De manera semejante se identificó con la revolución Fulgencio Batista a lo largo de su azarosa vida política. Todavía en marzo de 1952, cuando comandó el golpe de Estado, lo justificó con las siguientes palabras preliminares a la Ley Constitucional para la República de Cuba, publicada entonces: "Ante este cuadro de desolación y de crisis, lleno de peligros y de sombríos augurios, fue necesario retornar al punto de partida de la Revolución como fuente de derecho (cursivas nuestras, y concepto que nos llega de España, curiosamente utilizado también por Fidel Castro), para asegurar la pacífica y  democrática convivencia nacional, salvaguardar los avances sociales, defender la moral y mantener el ritmo de progreso, que es la substancia de la Revolución (cursivas nuestras) y que sólo puede impulsarse dentro de un ambiente de paz, de respeto a la vida y la persona del ciudadano, de amparo al trabajo y de plenas garantías para el capital de inversión".

Luego del golpe de Estado, la categoría de revolucionario tampoco estuvo ausente de la resistencia, y las principales organizaciones armadas se identificaron como Movimiento Revolucionario 26 de julio y Directorio Revolucionario.  

Que todos los partidos o movimientos de una época se llamen a sí mismos o se presenten como revolucionarios es interesante por un número de razones: entre otras, por las tres siguientes: la importancia que se le da al pensamiento de José Martí como principal fuente doctrinal de la revolución cubana en la construcción de la República, por la riqueza de contenidos que exhibe el término y porque se expresa más en una mentalidad y un espíritu que en un programa.  Significa que para la tradición de la historia política cubana la palabra tiene un significado tan plural como plural es la nación, pero con un punto coincidente: los revolucionarios siempre quieren fundar.  

Contrarrevolución y nación

En todo el proceso en que revolución y nación iban de la mano, la contrarrevolución no estaba ausente. Era identificada entonces con el apoyo al orden establecido por la Constitución de 1901, con las clases acomodadas surgidas por su medio y protegida por sus instituciones, con el respeto a la propiedad privada cuando por momentos la revolución adquiría sus significados más extremistas. También con el apoyo a la ascendencia norteamericana, a su injerencia en la etapa anterior a la derogación de la Enmienda Platt el 29 de mayo de 1934, y a su penetración económica.  

Todo cambiaría después de 1959, cuando la revolución antibatistiana, comprometida con el restablecimiento de la legalidad democrática, derivó hacia el castrismo —más un ideologema que una ideología—, que reivindica para sí todo el patrimonio ideal e histórico de la revolución, e identifica con la contrarrevolución a los que se reclaman y reconocen en su multiplicidad anterior, convirtiéndolos en enemigos. Ante lo que cabría preguntarse, ¿de cuál de las identidades revolucionarias cubanas se es contrarrevolucionario?

Con lo de 1959, el uso democrático de una palabra que marcaba el acta de nacimiento de la política cubana desaparece. El nuevo uso del término va a significar el agotamiento de lo político, constriñendo a sus actores en labores de administración y funcionariado, y dejando para Fidel Castro la cosa pública y política de la revolución. Todo "lo otro", digno de ser perseguido, calumniado, encarcelado, desterrado y fusilado, va a ser la contrarrevolución: la ciudadanía quemada en una hoguera épica. Y esto, desde un empresario saqueado en 1960 hasta un protector de perros en 2021. Este proceso no solo enriquecerá el significado de la contrarrevolución, sino que la nación —en su sentido débil, el único posible en la tradición cultural cubana—, abandonada por el desvarío revolucionario, encontrará en ella su refugio.

Una paradoja histórica de todo este proceso es que, en el futuro (ya lo está siendo en el presente) los partidos y la identidad conservadores se habitarán y vivirán con un elevado nivel de autoestima; lo que es un dato, no una crítica. Una derecha orgánica, sin ultras, es necesaria para la democracia. De hecho, uno de los principales partidos conservadores, el castrismo mismo, ya está en el poder, ayudando al resto en su escalera de legitimación.   

Lo cual explica por qué, a estas alturas de su itinerario, tal y como sucedió con el poder, la palabra revolución y su contraparte, contrarrevolución, se vacían en sus contenidos y se convierten en herramientas en el discurso del poder.

El concepto de revolución dado por Fidel Castro en el año 2000 ilustra esta deriva. Ya no era tiempo de decir "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada" como en 1961. Demasiadas partes de ese todo han quedado fuera, sin necesariamente estar en contra, durante los 39 años que median entre uno y otro enunciado. En la versión del año 2000, "revolución es tratar a los demás y ser tratados como seres humanos".

Fueron los petrodólares chavistas los que dieron impulso a este nuevo concepto de revolución. Todo lo que quedaba fuera del primer diktak de los años 60 era reconocido ahora en el año 2000.  Curioso, porque reaparece todo el catálogo de valores que las revoluciones han reivindicado para sí históricamente, relegados en principio y "por principio" —entonces durante 41 años de gobierno totalitario— al silencio, al exilio, a la prisión, a la ocultación y a la muerte.

El nuevo concepto resultó entonces en aquella extensa lista de términos que incluían la libertad, la igualdad, la emancipación, el altruismo, la solidaridad, y que sería desde ya repetida en la televisión, las escuelas y los medios de difusión del Estado, añadiendo a las características de lo nuevo revolucionario las del tedio y la letanía.

Todo este tacticismo conceptual se manifestó de un modo interesante en la estructura del poder. En el concepto de revolución del año 2000 ya no se menciona al Partido tal y como sí había ocurrido en 1986, en ocasión del III Congreso del PCC.  ¿Qué refleja esta revolución conceptual de la revolución en la marcha? La redefinición desesperada de unas energías que boquean pero que perseveran en el despropósito del poder por el poder.

A la altura del 2000, y en lo adelante, todo lo social y culturalmente significativo, lo que empieza a dotar de sentido a muchos ciudadanos cubanos, está vivo y fuera de la Revolución. El hecho de que ahora se incluyan los significados que el término tuvo antes del 1959 y algunos nuevos, desde el nacionalismo más conservador, de vena facistoide, pasando por lo religioso, lo racial y lo lésbico hasta su identificación con lo social, es una paradoja que pretende atrapar todos los discursos cívicos y políticos posibles —sin las disculpas públicas necesarias— y todas las éticas imaginables bajo la hegemonía del mismo grupo de poder, y que solo reconoce el flujo de movimiento que la palabra revolución implica a los desplazamientos circulares, algunos bruscos, del Gobierno.

Las preguntas que siguen tiene toda la pertinencia: ¿es revolucionaria la Revolución Cubana? ¿Era lógico que, en la convivencia de la nación y la revolución, una resultara hegemónica?  

El periodo que ocupa la historia entre 1957 y 1959 es revolucionario en su mejor expresión. Fue esa etapa privilegiada de la política como escenario de acción en concierto, por el papel que jugó en ella la pluralidad y por el poder de la acción conjunta.  Una vez que triunfa, que expone en la práctica su mejor programa y que consolida sus primeras conquistas (1959-1961), la revolución como algo renovador, que intenta ser y hacer de nuevo, deja de ser esa acción en concierto: tanto en lo conceptual como en la propia tradición cubana. Y aunque los hechos concretos son parteaguas dudosos para delimitar las épocas, la declaración de la Revolución Cubana como socialista, en abril de 1961, resulta una fecha excelente para marcar el fin de la ascendencia de la noción republicana de revolución, para impulsar el desmande del castrismo y dar comienzo a una etapa dura, contradictoria, pero de oro para la contrarrevolución como refugio y conservación de valores imprescindibles para el completamiento de una nación independiente.

El punto clave de la revolución, de su consolidación como ruptura inaugural, pasaba obligatoriamente por un acto de restauración: recuperar la Constitución de 1940. Al no hacerlo, suprimió la posibilidad de la política: la que permite que un acontecimiento merezca ser llamado revolucionario: el sumum de su expresión en un momento histórico. Cuando liquida la política, la Revolución Cubana deja de ser revolución para erigirse en dominación. Entra en la categoría de las revoluciones fallidas, junto a la francesa y la rusa.  

Si las revoluciones tienen como objetivo socializar los bienes de la civilización; si para devenir triunfantes acaparan el desencanto social con una división de poderes que no logra realizar las ambiciones ciudadanas; si cosechan méritos en la crítica al entramado financiero, pero una vez en el poder agravan el modelo persistente del "tanto tienes, tanto vales"; si se colocan a la cabeza de una red de organizaciones civiles que por sí solas no realizan la vinculación del individuo a las tramas diversas que determinan su suerte; si niegan el Estado de derecho, clasifican la pluralidad como enemiga, centralizan el ejercicio del poder político, económico y judicial y pretenden la extensión en el tiempo de ese estado de negación; las revoluciones llevan con ello la civilización a una etapa anterior a todo el conjunto de adquisiciones culturales y razonamientos que la hicieron posible, arrastrando al ciudadano, el resultado más sublime de todas las revoluciones, a una condición de súbdito empobrecido.

Frente a tal estado de cosas, la contrarrevolución resulta un resguardo de la civilización. Un corrector político, en el nivel de ciudadano, un curador, en el nivel cultural, de la serie de valores que hacen al conjunto de dispositivos del comportamiento civilizado en la ciudad, cualquier ciudad, política.

Si hasta aquí hablamos de nación, de la verificación de la civilización como un estado frente al cual se necesita la coacción para contenerlo, el mayor saber que las revoluciones fallidas dejan a la cultura es que la civilización no es un producto frágil sino, por el contrario, el único estado concebible en un proceso de resiliencia milenaria. Disruptivas como han sido las revoluciones, siempre han sido absorbidas por las distintas civilizaciones donde se han producido. Su éxito es posible en dirección, no contra, la civilización. Para ultraje de las revoluciones, las contrarrevoluciones la corrigen redirigiendo su producto a la civilización.   

No es meramente la preocupación por lo social, una adquisición de diferentes culturas y sociedades, lo que caracteriza a un proceso como revolucionario. A fin de cuentas, en la tradición política europea y latinoamericana lo social atraviesa todas las ideologías. Es la participación del pueblo en la definición de lo social a través de la esfera pública, entendiendo pueblo como el todos en plural de un país, lo que diferencia a una revolución de cualquier asonada, rebelión triunfante o empujón violento dentro de las elites. La satisfacción de lo social no necesita de una revolución; las revoluciones triunfan donde garantizan la participación de todos en la política. O fracasan, como la cubana, cuando la aniquilan.


Este artículo es el primero de una serie de tres artículos que DIARIO DE CUBA irá publicando en los próximos días.

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7 comentarios

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Los tontos útiles creyeron en un cambio para bien. Los no tontos creyeron acertadamente en "un quítate tú pa' ponerme yo".

Lo deplorable de esto es que ya estos ciudadanos " ,se comienzan a "intitular" , "Presidentes", Vicepresidentes ,Primeros Ministros", etc . Es que no se dan cuenta que en nuestra querida Cuba , la de todos ,"No hay cama pá tanta gente" ?

Profile picture for user PicadillodeSoya

Demasiada “muela” para tratar de definir un hecho en la Historia de Cuba ocurrido en 1959 y que sólo fue un atraco a mano armada al poder ejecutado por bandidos y apoyado por personas de baja catadura moral que no tuvieron ningún reparo en convertirse en “cambias casacas” para acomodarse a las nuevas exigencias históricas y mantener sus privilegios políticos,el “Pueblo” como siempre se ha dicho se fue detrás de los vencedores y todavía lo está pagando caro.
En cuanto a “Revolución” solo han sido beneficiosas aquellas que han ocurrido en las Ciencias y las Tecnologías,las Sociales han sido cambios bruscos y violentos que han propiciado más daño que beneficios ejemplos la Revolución Rusa(otro atraco) y la Cubana.De España obtendríamos la Independencia sin necesidad de la violencia su uso marcó nuestro desastroso destino y ahora nadie sabe como cambiarlo.

Clásico cantinfleo socialistiode populista de Cuesta Morua sin meterse en candelRuiz. los asesinos verdeolivos,coincido con el comentario de la comedia de W.Shakespeare de máximo ruiz.

También puede decirse:- "Mucho ruido y pocas nueces" !

"Peligroso artículo". Mucha retórica y poca consistencia!

Profile picture for user NARCO

Oh, pero están hablando en el lenguaje de NDDV, pero sin mencionarlo. Hasta Marifeli Pérez y Hanna Arendt traen al potaje contrarrevolucinario. ¡Hasta el Rojo Rojas, jalador de levas latinas! Qué pereza mental la de estos recién descubiertos contrarrevolucionarios.