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Trabajo

WhatsApp, Telegram y mercado negro: así esquivan mujeres 'cuentapropistas' cubanas a la pandemia y al Gobierno

'Muchas veces he tenido que rechazar clientes porque no tengo ingredientes para trabajar', se queja una de ellas.

La Habana
Una peluquería privada.
Una peluquería privada. Diario de Cuba

Sandra es una de las miles de cubanas que quedaron sin trabajo como consecuencia de la pandemia. Se gana la vida en su casa, como manicura, desde que congelaron las plazas en su centro de trabajo. "Como tenía una contrata por seis meses, cuando venció, me la cerraron. Entonces decidí dedicarme a esto hasta que descongelaran las plazas", cuenta a DIARIO DE CUBA.

La joven, que padece una enfermedad ósea, trabaja sentada durante varias horas al día pese a que esto le provoca fuertes dolores de espalda. "Pero no solo es eso, porque a mí me gusta trabajar y, mientras pueda ganarme la vida, no me quejo. El problema es que también se pasa mucho trabajo para conseguir los productos".

"Habitualmente compraba el líquido acrílico en La Palma, que es un pueblo donde se compra y vende de todo, pero ya no hay. Por suerte, una amiga me resolvió dos pomos y con eso estoy trabajando. Lo demás lo consigo en diferentes grupos de Telegram", explica la manicura, que también dice verse afectada por los precios.

"Una onza de polvo acrílico cuesta alrededor de 200 pesos, al igual que el líquido. Las pinturas, la más barata, está en 250 pesos, pero normalmente las compro en 375 pesos. Los precios han subido por el aumento del dólar americano, por eso yo también he tenido que subir los míos, aunque no tanto como la competencia, porque si no pierdo clientela". 
   
Según esta joven, un servicio completo que incluya uñas postizas, pintura de gel, algún dibujo y joyería, puede llegar a costar hasta 500 pesos. "Esos son mis precios, porque yo no pago licencia, no me da la cuenta. Si pagara, tendría que subirlos mucho, y las ganas de presumir de las mujeres tienen un límite".

Clara también es de La Habana y tampoco tiene licencia de trabajadora "por cuenta propia" —eufemismo que utiliza el Gobierno para evitar decir sector privado—, pero comparte su negocio de confección y venta de productos tejidos con una amiga, que sí posee el permiso.

"Hacemos de todo un poco, muñecas, adornos, piezas de vestir, incluso bisutería, pero por el momento solo estamos vendiendo, no estamos produciendo por falta de materia prima. La lana, nuestro principal material, ya no abundaba antes de la pandemia, imagina ahora que no está entrando nada. No obstante, hay un grupo de emprendedores que nos estamos poniendo de acuerdo para comenzar a importar con CIMEX", revela. 

Esta tejedora compra los hilos con que trabaja en Estados Unidos, a través de intermediarios, y culpa al "bloqueo" de tener que "pagar más caro el producto", y porque "muchos proveedores latinoamericanos no nos vendan porque estamos en Cuba". 

"Lo positivo que le veo a la pandemia es que prácticamente nos obligó a depender del espacio digital para promocionar nuestros productos. De ahí surgió la idea de hacer un catálogo digital. Eso ha disminuido los costos y también la gente se ha acostumbrado al pago online", concluye.

A diferencia de ella, para Verónica, quien se dedica al negocio de los espejuelos, importar a través de CIMEX, una empresa de los militares, no es una alternativa beneficiosa. Describe el proceso como "lento y lleno de inconvenientes". 

"El Estado es quien hace todo el trámite. Escoge el producto por ti, también los precios, y a eso le pone un porciento altísimo. Nunca le ves la cara al proveedor, ni ves la mercancía que compras hasta que la traen al país. Así que si trae defectos… Además de que ninguna de esas condiciones me sirve, las armaduras, cristales y demás piezas con que trabajo ni siquiera están autorizadas a importarse", expresa.

Más de mil kilómetros al este, en Santiago de Cuba, La Nena, trabajadora de una Unidad Empresarial Básica (UEB), perdió el trabajo debido a la Tarea Ordenamiento, implementada en medio de las limitaciones que ha impuesto la pandemia de Covid-19.

Ahora, se dedica a hacer cakes por encargo, fuera de los canales legales. "No tengo licencia ni la voy a sacar, porque es muy complicado y no tengo esa gran demanda como para pagar los impuestos".

Al igual que Sandra, esta repostera aprovecha la tecnología e internet para proveerse. "Me pongo en grupos de WhatsApp donde se compran y venden productos. Por ahí consigo algunos de los ingredientes que uso, pero los precios son muy altos".

"El cartón de huevos está a 300 pesos; la maicena —el paquete sellado de un kilogramo—, a 250 pesos; la libra de azúcar, a 20 pesos, y la de harina a 24. Esta es la que más perdida está. Normalmente eran el azúcar y los huevos. Muchas veces he tenido que rechazar clientes porque no tengo ingredientes para trabajar", advierte.  

La Nena asegura que no conoce ninguna tienda o establecimiento estatal donde la población pueda  comprar un producto similar al que ella vende. "A pesar de eso, la demanda no es alta en estos momentos; por ejemplo, en este mes solo he tenido siete encargos, porque si a la gente no le alcanza el dinero para el pollo y el aceite, dime tú si va a gastar en dulces".

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