En 2024, según una encuesta regional, la población estuvo más inclinada a autodefinirse de derecha, en términos políticos, en niveles sólo comparables a los años 1998 y 2001. Sin embargo, los gobiernos democráticos latinoamericanos, y en particular los que se denominan progresistas, parecieron registrar un año perdido al hacer frente a las derivas autoritarias en la región.
Con una población latinoamericana que se inclina más a definirse como de derecha, según el indicador de Latinobarómetro, que aplica sondeos en 17 países de la región, la autodefinición de izquierdas tuvo su mejor momento entre 2004 y 2013. Sin embargo, muchos gobiernos de origen democrático, de uno u otro signo político, no colocaron como prioridad la restitución democrática en naciones vecinas como Cuba, Nicaragua y Venezuela, aunque sobre este último país hubo mayor debate internacional.
La crisis agónica que vive el castrismo en Cuba, sometiendo a la población a un sinfín de privaciones materiales junto a la histórica falta de libertades; la consolidación de un modelo dinástico en Nicaragua en torno al clan familiar Ortega-Murillo, echando por tierra el legado de la llamada Revolución Sandinista de fines de los 70, y la denuncia internacional de un fraude electoral grotesco en Venezuela, en torno a las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, en su conjunto pasaron a ser parte del paisaje local en tierras latinoamericanas y caribeñas.
A las derivas autoritarias se suma una suerte de crisis endémica en Haití, asolada por la violencia y la pobreza. Los gobiernos con democracias consolidadas de la región no parecieron colocar, como prioridad, la necesidad de que en su conjunto en la región privarán las libertades y la justicia social, al igual que en sus respectivos países.
La excepción, tal vez, estuvo en torno a Venezuela, pero luego del fulgor inicial tras las elecciones, las iniciativas internacionales optaron por retroceder o hacerse discretas mientras crecía una ola represiva sin precedentes dentro del país sudamericano.
En general, a pesar de algunos lunares autoritarios o antisistema, para una mayoría de latinoamericanos se debe defender al modelo democrático. El apoyo a la democracia en la región se situó en un 52%, marcando un aumento de cuatro puntos porcentuales respecto al 2023 y representando el mayor crecimiento registrado desde 2010, rompiendo de esta manera una tendencia de deterioro que comenzó hace más de una década. Esto datos corresponden al Latinobarómetro 2024.
La distancia de posiciones de izquierda entre los ciudadanos y el respaldo a la democracia, sin embargo, no terminó de empujar en 2024 acciones coordinadas y decididas desde naciones democráticas ante lo que ocurría en el vecindario latinoamericano. Los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela parecen estar tranquilos, sus vecinos atrapados en el anquilosado discurso de la autodeterminación de los pueblos, terminan por aceptar la falta de libertades que agobia hoy a millones de personas al sur del Río Bravo.
Una suerte de adormecimiento se hizo palpable, por ejemplo, en Colombia y Brasil que, de una presión diplomática y también pública ante la ausencia de resultados electorales oficiales en Venezuela, pasaron a aceptar disimuladamente que su vecino será un Gobierno que no respetó la voluntad popular el 28J, bajo el discurso de que es un asunto de los venezolanos.
Entre las izquierdas se tienen posiciones contradictorias en torno al autoritarismo en la región, siendo un caso emblemático este año el punto de vista del expresidente uruguayo Pepe Mujica, quien pide presión internacional para democratizar a Nicaragua y Venezuela, pero dice respetar al partido único de Cuba.
Y no es solamente un asunto de edad o de vínculos históricos. Gabriel Boric, el joven presidente chileno tuvo en este 2024 tuvo una encendida crítica a los regímenes de Daniel Ortega (Nicaragua) y Nicolás Maduro (Venezuela), en distintos momentos, pero casi al final del año terminó por retratarse en grupo con otros presidentes latinoamericanos (democráticamente electos) y el dictador cubano Miguel Díaz-Canel, a quien sostenidamente evita cuestionar o criticar.
Esa fotografía fue tomada en México, donde la nueva presidenta Claudia Sheinbaum promete llevar más hacia la izquierda a su país, y en términos prácticos eso se ha traducido en darle oxigeno a las dictaduras de Cuba (con energía y dinero) y Venezuela (omitiendo críticas y reconociendo al nuevo periodo de Maduro desde el 10 de enero).
Entretanto, los gobiernos de centro o conservadores de la región, aunque mantuvieron críticas más abiertas hacia las dictaduras en la región, no lograron concertar ningún mecanismo efectivo para hacer más presión sobre La Habana, Managua y Caracas, que pudiese traducirse en una mejoría democrática para millones de cubanos, nicaragüenses y venezolanos. Desde esas tres naciones, en tanto, aumentó la emigración.
Por su parte, al hacer un balance político-electoral de 2024, Daniel Zovatto recuerda que en este año se cerró un súperciclo electoral (2021-2024) en el cual en prácticamente en toda la región se desarrollaron elecciones generales o presidenciales.
Politólogo y abogado, Zovatto es investigador del Wilson Center y fue director de IDEA Internacional en las Américas. A juicio de este experto, en América Latina hubo una clara tendencia al voto castigo.
"El descontento por la inflación, el costo de vida y la inmigración llevó a que los electores buscaran una alternativa (distinta a quienes gobernaban)", asevera Zovatto al hacer un balance de 2024. Otro factor importante que quedó en evidencia en la región es que las elecciones de este año, por lo general, se caracterizaron por altos niveles de polarización, desinformación y violencia política.
Al mirar el mapa político regional, 2024 no fue ni "mareas rosas" ni de "olas azules", según Jorge Sahd, director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. A su juicio, esa suerte de vaivén político que experimentan países de la región, en realidad más que con orientaciones ideológicas definidas está relacionada con la ausencia de respuestas ante problemas que agobian a la ciudadanía.
Para Sahd, cuyo centro de investigaciones elabora anualmente un mapa de riesgos políticos en América Latina, "nuestro informe vuelve a revelar que el principal es la inseguridad, crimen organizado y narcotráfico", y precisa que ocho de cada diez países con las tasas de homicidios más altas del mundo se encuentran en Latinoamérica y el Caribe.
Para el centro de la Universidad de Chile la región tuvo este año como segundo riesgo político el aumento de la corrupción e impunidad, y en tercera posición la desafección democrática por parte de la ciudadanía.
Aunque no me considero un optimista de los que ven el vaso medio lleno, si creo que el año que termina, tuvo algún avance en cuanto a la visión de Latinoamérica de los gobiernos dictatoriales de izquierda en la región. El intento de robo de las elecciones en Venezuela, de forma tan descarada, hizo posicionarse a líderes de izquierda como Lula Da Siiva y Petro en posiciones que no hubiéramos esperado, el desprestigio del régimen nicaragüense, hace que muchos de los políticos de izquierda del continente, lo hayan apartado y hasta cierta manera condenado y aunque increíblemente la dictadura cubana no sea directamente criticada quizás por el mito que representa aún por los más fieles defensores de esa ideología, indudablemente, si no es criticada, cada vez es menos adulada por su eminente fracaso. El avance ha sido lento, pero evidente. El pendulo que históricamente ha sido Latinoamérica, apunta en estos momentos un poquito más a la derecha.
Por la fuerza que tiene el espejismo de la ideología populista de izquierda en América Latina es que los países de la región no avanzan y en materia de desarrollo se han quedado rezagadas con respecto a las naciones asiáticas, más pragmáticas y no contaminadas por las supersticiones y musarañas ideológicas retrógradas que en verdad son las izquierdistas