Hace poco se celebró la reunión de balance del trabajo de la Contraloría General de la República durante el pasado año 2022. En la cita participó el mandatario Miguel Díaz-Canel, quien debió reconocer la alta dosis de corrupción, simulación, desvergüenza y doble moral que hoy se presentan en la economía cubana. En consecuencia, calificó el combate contra esos flagelos como la tarea fundamental de la Contraloría y los sistemas de auditorías de ministerios y otras entidades.
Por su parte, la contralora general, Gladys Bejerano, clamó por detener la tendencia al decrecimiento de las plantillas de contralores y auditores. En ese sentido instó a formar nuevos auditores, y además motivar el retorno a la actividad de quienes han abandonado la profesión. Y para estar en sintonía con su jefe Díaz-Canel, llamó a elevar el rigor en el enfrentamiento a las indisciplinas e ilegalidades que tienen lugar en el ámbito de la gestión administrativa.
Aunque las autoridades no reconocen públicamente la causa del rechazo de muchos profesionales a formar parte del sistema nacional de auditoría, el motivo es conocido por muchos. Se trata de la admisión de que buena parte de los trabajadores estatales, sin ser en verdad delincuentes, se apropian "indebidamente" de los recursos pertenecientes a empresas y entidades. Entonces a contralores y auditores les toca la triste misión de pedir sanciones para aquellos que tratan de resolver, de ese modo, los agobiantes problemas que afrontan.
Tratan de resolver apropiándose de un medicamento, un poco de azúcar, un jabón, un tubo de pasta dental, algunas libras de arroz, un saco de cemento, algunas hojas de papel… En fin, cualquier cosa que puedan consumir, o vender en la economía subterránea, y así acrecentar algo un salario que apenas les alcanza para vivir.
En el caso de los contralores, la situación es menos dramática. Ellos son plantilla de la Contraloría General de la República, y acuden a empresas y entidades a realizar determinada auditoría, después de la cual se marchan y puede ser que no se topen más con los trabajadores que resulten sancionados por las deficiencias detectadas. Aquí solo estaría presente cierto remordimiento por el papel de victimario que debieron representar.
Sin embargo, muy distinto es el panorama para los auditores internos de las entidades. Ellos son plantilla de los propios centros laborales que deben auditar. Su misión es alertar a los jefes acerca de las anomalías que detecten, y también solicitar sanciones para los infractores. Son vistos como chivatos de sus propios compañeros de trabajo, y por tanto reciben el rechazo, a veces explícito y en ocasiones velado, de sus colectivos laborales.
A estos auditores internos suele dificultárseles el trabajo en aquellos centros —y no son pocos— donde a los jefes no les interesa que exista un ambiente de control, pues son ellos quienes participan o se benefician de las referidas apropiaciones.
¿Y cuál es la solución que proponen los jerarcas de la Contraloría para completar las plantillas de contralores y auditores? Pues acudir a los estudiantes de las especialidades económicas que están terminando sus carreras universitarias o técnicos de nivel medio para que se sumen a esas labores, una vez graduados.
La mayoría de las captaciones que obtengan no serán motivadas por las vocaciones de esos estudiantes, sino por la obligación que tienen de cumplir con el servicio social que les asignen las autoridades. No obstante, será una curita de mercurocromo. Ellos abandonarán la actividad cuando comprendan el triste papel que les ha asignado la maquinaria del poder.
La solución real del problema no es buscar más auditores. Hay que disminuir la gran cantidad de dueños sin rostros de la propiedad social, y aumentar el número de propietarios de verdad. Porque, como decimos en buen cubano, el ojo del amo engorda al caballo.
Yo conozco una contadora que ya no ejerce ya que fue acusada does veces de complicidad con malversación al reportar malversación dentro de su departamento de GAESA. Dice que no vale la pena trabajar si uno siempre está bajo sospecha y culpable por hacer su trabajo.