De forma que, finalmente, el término de nuestra vida, podamos decir que, por lo menos durante cierto tiempo, hemos vivido en nuestro mundo y no en un mundo que nos dieron nuestros padres
T.B.
Convertí la casa del destierro
en la casa del pino.
El agua del pino moja las hojas
de los libros que pongo sobre el muro
bajo sus ramas anchas:
por entonces, era una ramita muy débil
regalada por Elis en Navidad
hará tres años.
Alto y verde —periférico—, cubre la entrada
"a la buhardilla de los Holler" que ahora releo:
esa entrada al mundo de la muerte
en la tercera casa
que no es ya la de mi infancia en Marianao,
o la de Ánimas en la adolescencia
ni en la azotea luego:
es la casa del olvido
a donde nadie llega
y donde caí
sin comprender bien todavía
por qué estar donde solo tenemos
reservas limitadas para sobrevivir.
Por eso… ¿será por eso?
toco sus ramas al bajar, al subir,
las acaricio:
acaricio ramas por falta de acariciar personas.
Algunas se han secado por el óxido
de una limpieza que hicieron sobre el techo
y están ásperas,
partidas.
Otras, protegen al hijo:
al "pinito" de los truenos.
Siempre temo que algún viento lo arranque,
llegar y no verlo.
Aunque sé que un día no me verá más,
mientras crece y lo torturo
con bolas de colores encima
—livianas para mí—,
pesadas para él que las soporta sin chistar,
mientras le canto villancicos
pido otra rama,
un desapego.
Reina María Rodríguez nació en La Habana, en 1952. Autora de numerosos libros de poesía, algunos de los más recientes son: Achicar (Fondo Editorial de la Universidad Autónoma de Querétaro, México, 2021), Dársenas (Ediciones Furtivas, Miami, 2022) y Cortar las muñecas (ICE Press, 2022).