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Crítica

'La foto del invernadero' de Reina María Rodríguez

La poeta reflexiona sobre las heridas más profundas de la historia por medio de fotos que, por su naturaleza, provocan un 'pequeño dolor'.

Toronto
Roland Barthes.
Roland Barthes. TLS

 

La foto del invernadero de Reina María Rodríguez, poemario publicado en 1998 y ganador del Premio Casa de las Américas en el mismo año, es un cofre de imágenes y recuerdos cuyo objetivo es investigar los fragmentos de la memoria del sujeto para darles validez. Se trata de una búsqueda cumplida a través de imágenes congeladas en la memoria tanto colectiva como personal de la poeta cubana.

Reina María Rodríguez reflexiona sobre las heridas más profundas de la historia por medio de fotos que, por su naturaleza, provocan un "pequeño dolor" ("A pique"). Aparte de los poemas, la colección incluye seis textos en prosa que detienen momentáneamente la fragmentariedad de la obra y extienden el tiempo y el espacio insertándose con pericia en la mecánica del texto.

Los libros de Reina María Rodríguez son temáticos, es decir, se desarrollan a partir de un elemento principal que sirve de centro. En La foto del invernadero la fotografía asume esta función. Esto se puede apreciar no solo por el título, que cita Camera Lucida (1980) del semiólogo francés Roland Barthes, sino también por el epígrafe inicial que hace referencia a la popular cámara marca Leica. Sin embargo, el medio fotográfico no es el único que Rodríguez inserta, este último se entrelaza con otras manifestaciones visuales con las que dialoga y se enfrenta, en particular con escultura y pintura (en "El retrato de un hombre joven (Dresde) 1521" e "Imagine").

Es en particular con la escultura que la fotografía establece una fuerte dicotomía a lo largo de la colección: por su ínsita plasticidad, la estatuaria se convierte en símbolo de materialismo, mientras que la representación fotográfica ejemplifica la lejanía, lo intocable. Por un lado, la escultura permite al yo poético acercarse de una manera casi física al sujeto/representado: "la estatua de frente, a la distancia de mi mano, puede ser tocada suavemente" ("Memoria o estatua"); asimismo, la fotografía representa una barrera entre el espectador y lo representado. A pesar de la tensión propia de la fotografía entre la distancia temporal con el sujeto/objeto representado y la cercanía constituida por una conexión conceptual con el mismo (concepto fotográfico del índex), la escultura permite tocar y hasta besar el sujeto.

En "Un caballero tracio", de hecho, refiriéndose a una estatua del siglo II, se menciona esta diferencia en la forma de representación de los dos medios: "te he besado/ contra el papel moderno de la fotografía". En la obra se insiste en la proximidad física de la escultura, contraria a la de la fotografía, por medio del término "rostro" que aparece de modo reiterado no solo a lo largo del libro, sino dentro de los mismos poemas: "y ser el rostro efímero de cualquiera/ que se raya/ al volver desde tus manos grandes/ un rostro, que sobreimpuesto al mío/ es un rostro encarnizado en morir bajo la misma luz" ("Los días"). 

Esto resulta en descripciones casi ecfrásticas de las esculturas: "el triángulo del mentón, el gesto/ que se inclina para ofrecer la boca/ el alcohol almacenado en las venas del cuello/ […] el ángulo de la clavícula al ojo" ("La couple"). Tales descripciones contrastan con las del medio fotográfico que, por ser huidizo y lejano, puede admitir solo una aproximación al sujeto representado.

Ahora bien, la utilización de las artes como punto de partida de la creación poética nos permite también destacar el elemento de la veracidad conectada a la idea del tiempo. Si, por un lado, las representaciones artísticas aspiran a cristalizar un momento en el tiempo (como con el clic fotográfico cuando "no eres nada, […] y en eso eres todo" ("Epígrafe"), para testimoniar que algo o alguien verdaderamente existió en ese entonces, al mismo tiempo destacan el aspecto de la falsificación, "hay una sombra, una falsificación/ que se parece a la verdad" ("la elegida").

No solo representar significa filtrar las experiencias a través de la sensibilidad, sino que la experiencia misma está sujeta a manipulación a veces por medio de un agente humano, como muy a menudo pasa en el caso de las fotografías y, otras veces, por el paso del tiempo que modifica y deteriora las esculturas que, en "Kronan",  "siguen sujetas a la pared por clavos de hierro/ que se oxidaron a poco del naufragio". El tiempo y la memoria del pasado son puntos fundamentales en La foto del invernadero, puesto que en los textos que lo integran se subvierte la linealidad temporal en favor de una concepción del tiempo más fluida y hecha de fragmentos que hablan de la multifacética organización de la memoria.

Lo que más llama la atención de La foto del invernadero son las múltiples referencias a Barthes. De hecho, de modo muy parecido al que el francés consigue en Camera Lucida al teorizar conceptos como los del studium y punctum y al enfrentarse a los límites y características del medio fotográfico, Reina María Rodríguez provoca una reflexión sobre la memoria, el espacio y el tiempo, la materialidad de las imágenes y su veracidad, toda vez que concretiza una suerte de teoría cubana de las artes visuales a la manera de Camera Lucida.

Asimismo, de Barthes también toma la obsesión por la búsqueda de una foto que represente la "que siempre quisimos y que faltó" (en el homónimo poema "La foto del invernadero"). Con todo, Reina María Rodríguez la desarrolla de manera muy diferente a la de Barthes: si en este último el objetivo es recuperar la verdadera esencia de la madre y para hacerlo se enfoca en la mirada como espejo del alma maternal, en la cubana la madre no es el único sujeto representado. La poeta se incluye —junto a su hermano— en la foto, y también coloca a los sujetos fuera del espacio del invernadero. Esta posición liminal en el espacio de la fotografía acaso alude metafóricamente a la misma función del medio fotográfico, que nos permite acercarnos a la historia y, por lo tanto, a lo que "fue" sin nunca poder entrar en ella.

Una fotografía que retoma ideas del Barthes de Mitologías es la que resalta en —"al menos así lo veía a contraluz"—. En este caso, el sujeto poético se refiere a la foto "famosa y legendaria" de Che Guevara tomada por Korda sin nombrarla directamente. El hablante cavila sobre las consecuencias del consumo de imágenes en la época moderna: por su reproducción indiscriminada en camisetas y souvenirs, la imagen en cuestión ha perdido cualquier peso político y social al insertarse en lo cotidiano. Se ha convertido en un icono vacío de significado, "una animula, algo frío". En otras palabras, se ha extirpado de la historia e insertado en lo literario, sin dejar de lado la incorporación del "hijo supuesto o real" que domina toda la segunda parte del texto, que ha permitido "abolir la complejidad de los actos humanos" otorgándole "la simplicidad de las esencias, suprimiéndole la dialéctica y cualquier superación que vaya más allá de lo visible inmediato" (Barthes, Mitologías 238-239).

La foto del invernadero es un ejemplo muy sofisticado, junto con Travelling (1995), Variedades de Galiano (2008) y Otras mitologías (2012), de inmersión en el medio fotográfico desde la literatura para subrayar todo su potencial y limitaciones. Asimismo, para Reina María Rodríguez parecería constituir una manera de transitar por la historia de Cuba, y la suya propia, para ensayar un orden y dar sentido a eventos tan lejanos del presente.


Reina María Rodríguez, La foto del invernadero (Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 1998).

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