"el querer tiene un sonido"
George Steiner
para AJP
I
Por una llamada me llega tu ventana abierta
por esa lluvia interior que se cuela a poquito
trayendo su frialdad
cuando aquí está todavía el sol afuera:
la noche de otro lugar siempre incierta,
imprevista con relación a lo real.
Otra ventana de madera blanca,
un recuadro que se cierra
cuando el sonido cesa.
"Efectos especiales" —dirás.
Una vida que no vivo:
ese derrumbe de la barrera
entre lo externo y lo interno,
esa promesa de encontrar todavía,
el lugar.
La película donde la relatividad
fuera solo argumento.
Pero, la verdad, es que no sé dónde estás ahora.
Si el teléfono es lo real
o solo un objeto que permite
intercambiar pobremente
la luz de una ventana,
su reflejo
en la ficción que me he hecho de ti
y del sonido de aquellos árboles
que acompañan con sombras
alargadas de por vida
—discontinuas en mi cabeza ya—,
la degradación de los espacios
que quiero penetrar sin poder
(ese imposible desafío al misterio).
El libro envuelto que compraste en una subasta,
oigo como lo desenvuelves
—ahora, lluvia y papel de China en mi oído—,
los altibajos de un sonido:
aquel mismo crujir liviano donde envolvían
naranjas en la esquina de Ánimas.
La tormenta ha pasado
junto con la inconformidad de no estar.
Abres la ventana.
Siento la fragilidad de los tiempos
en una frase muerta
y lloro y después, río.
II
El hospital es blanco como el reborde
que tienen las vidas terminales,
las ventanas
y sé que el ruido es lo último
que nos queda en su precaria comparación,
entre el silbido de unos globos
del último cumpleaños
ascendiendo sin helio
como un alma en pena que vibra,
porque no cabe en un cuerpo
y unas piedras de colores que echaron
de lastre para bajarlos por mi inconformidad
haciéndoles resistencia,
apresuradamente.
Suspendidos ahora sobre una cajita
que me regalaron con olor a sándalo,
recogiendo olores indeseados
en la mesita de metal donde están las tijeras,
para cuando llegue el momento de cortar
totalmente las amarras
y subir subir subir
desprendiéndome
—cuando la enfermedad sea la mejor
aliada contra las imágenes—,
escalando ese lugar de permanencia;
esa contrapartida —sin globos ya—,
que resista al olvido:
solo piedras alternándose
guerreras hasta el final del día,
cayendo contra la cabeza
—sé que su dolor será un azoro más—
mientras intento concebir
otra posibilidad de estar
y guarecerme de su lapidación.
Pero no estoy contigo tampoco en el hospital
y la vida es más imposible que la especie
de recuerdos convertidos en sonidos que regresan,
nos vigilan
y cierro la ventana de acá —la de este lado—,
la de un consuelo prescrito al momento
(otro lugar común)
para que la noche sea la misma:
única, verdadera, indivisible,
contigo aquí desde entonces
quietecita,
acompañándome.
¿Sera que lo he soñado y me despierto
con una pregunta que no tiene respuestas?
¿Dónde "aquí"? ¿Dónde "allá"?
Reina María Rodríguez nació en La Habana, en 1952. Autora de numerosos libros de poesía, algunos de los más recientes son: O piano /El piano (Lumme Editor, São Paulo, 2014) y Luciérnagas (Fondo Editorial Universidad Autónoma de Querétaro, México, 2017). Este poema pertenece a un libro inédito.