Cierto es que el centro histórico de La Habana es un excepcional repositorio urbano que posibilita conocer en directo la historia y los modos de vida de la ciudad desde su nacimiento. A diferencia de otros centros históricos conserva su superficie original, al no haber sido intensamente transformado por el urbanismo moderno, con lo cual tiene mucho que mostrar, y mucho más que restaurar. Su puesta en valor es una tarea ingente pero necesaria.
Caminar por este fragmento de ciudad colindante al puerto, vale la pena para quienes interesa indagar en los orígenes y destinos de la capital cubana, en la misma zona que fue centro de su actividad comercial durante cuatro siglos y medio. Sin embargo, algunas calles como Mercaderes parecen resumir lo más esencial de su vida, facilitando una aproximación expedita a distintos momentos del pasado, mientras se aprecian acciones fundamentales del reciente trabajo de restauración.
En paralelo con el borde costero, esta calle conecta de norte a sur la cercanía del Castillo de La Fuerza y la Plaza de la Catedral, con la Alameda de Paula. Aunque realmente con el nombre Mercaderes solo llega hasta Muralla, es decir hasta la Plaza Vieja. En su sección sur se llama Inquisidor. Más allá de la distinción de nombres, la diferenciación se refleja en la irregularidad del tramo norte, más antiguo, respecto a las cinco manzanas de Inquisidor, rectas y de ancho homogéneo. También se manifiesta en una mayor concentración y diversificación de funciones públicas en el primer tramo.
Mercaderes es la calle perfecta para entender la urbanización de la villa desde su inicio, cuando partiendo de la plaza fundacional se delinearon las primeras calles. Aunque se establecía que fueran rectas, el trazado semirregular certifica la ejecución de una grilla que creció paulatinamente, es decir, no se concibió de una vez en toda su superficie. A pesar de ser un terreno plano, tuvo en su expansión que lidiar con propiedades que quedaban intermedias y elementos que atravesaban la vía.
Como el resto de las calles del centro histórico, es estrecha, para favorecer la sombra al transeúnte, proyectada por los edificios de ambas aceras. No obstante, al ser de intenso trasiego y actividad comercial, fue costumbre colocar toldos entre las fachadas para garantizar la sombra a mediodía. Entre Obispo y Obrapía, algunos inmuebles conservan los ganchos empleados para la sujeción de la tela. Asimismo, durante la restauración se cuidó dejar a vista los múltiples colores que tuvieron las fachadas, manifestando la gran policromía que les caracterizó desde temprano. También queda el testigo de los nombres de comercios y compañías pintados sobre las fachadas.
Fue el comercio la actividad predominante de este eje tan próximo al puerto, lo que le confirió el nombre Mercaderes. Aunque el tramo de Inquisidor también tuvo negocios, fondas, cafés, hospedajes, quincallas y boticas, mayormente trascendieron los apellidos de algunas familias que allí vivieron (marqués de Arcos, conde de Fernandina, conde O’Reilly). El nombre Inquisidor, se debe al Comisario del Tribunal de la Fe, quien vivía entre las calles Sol y Santa Clara, a finales del siglo XVIII. Con lo cual Mercaderes fue testigo de las actividades que impulsaban la economía, la cultura y la calidad de vida, y de aquellas que las cercenaban.
Respecto a la iglesia, sobre esta vía se construyó el convento de la orden dominica, entre Obispo y O’Reilly que, a partir de 1728, también fue sede de la universidad. En la esquina de Amargura, una cruz de madera sobre el chaflán recuerda las procesiones que formaban parte de las tradiciones religiosas locales.
El comercio, imperante en esta vía a lo largo de su historia, hizo que el historiador José Martín Félix de Arrate comentara hacia 1761: "Entre todas, la más nombrada es la de Mercaderes, que sale de una de las esquinas de la Plaza Nueva para la parte norte y termina en la de la Parroquial Mayor, siendo su extensión de cuatro cuadras, y por una y otra acera están repartidas las tiendas de mercaderías en que se halla lo más precioso de los tejidos de lana, lino, seda, plata y oro y otras brujerías y cosas preciosas del común uso, las que atraen mucho concurso a este paraje".
Un siglo después, el Directorio Criticón de La Habana sumaba un gran número de bancos y casas de cambio, comparando Mercaderes con el Wall Street de Nueva York, carácter que en el siglo XX tuvo la calle Aguiar. De este modo publicaba, en 1883: "Cuando se sale del tramo donde se han puesto los cambistas, la calle varía de aspecto, pues en ella están situados los principales comerciantes importadores de géneros, casas de giro, etc., y otros muchos negocios de importancia y acude a ese punto la gente más emprendedora del país, que se la distingue cuando no la ahogan la turba de aventureros que atrae el agiotaje. Entonces se ve que se está entre la verdadera aristocracia comercial y que todo tiene el barniz de la riqueza. Ser comerciante de la calle Mercaderes parece una garantía de solidez, y como es antigua esta reputación, se conserva en la conciencia general".
Al iniciar la República, el primer edificio construido para banco en La Habana se situó en Mercaderes esquina a Amargura, y fue el Banco H. Upmann (1902-1904). La comunidad judía tuvo una presencia notable en torno a esta calle, llegando a construir entre Santa Clara y Sol, la sinagoga Shevet Ahim y el colegio Teodoro Herzl. También la concurrida calle tuvo hotel, Ambos Mundos (1925); y cine, Habana (1939). El primero en la estratégica esquina de Obispo y el segundo en plena Plaza Vieja.
Conserva Mercaderes edificios de todos los estilos y etapas que han marcado la evolución constructiva de la ciudad. Hay viviendas prebarrocas, como la que alberga la mercería La Muñeca Azul, en Obispo. Una de las pocas con torre mirador, desde la que podía observarse la entrada de la bahía. También hay palacios barrocos, como el del conde Lombillo en Empedrado; y neoclásicos, como el actual Museo Simón Bolívar en Lamparilla, etc. Todos los estilos republicanos tienen algún exponente. Destacan ejemplos art nouveau como la Casa de los Pelícanos y el Palacio Cueto (1905), contiguos a la Plaza Vieja; y la antigua Junta Central de Salud y Maternidad (1950), precioso inmueble art déco de la firma Govantes y Cabarrocas, situado en Lamparilla.
Todo esto puede observarse paseando la calle, donde además está la Maqueta de La Habana, para mayor contemplación de la urbe de la que forma parte. Perviven algunos comercios que recuerdan la antigua actividad del eje, dedicados especialmente a la venta de especias, perfumes, jabones, chocolate, tabaco, artesanía, etc.; así como antiguos cafés como La Taberna (1772) y La Dominica. Una antigua imprenta se ha recuperado como restaurante, y muestra elementos del anterior oficio; y una nueva facultad revitaliza la primera sede universitaria.
Completamente restaurada, la calle Mercaderes tiene hoy alrededor de 12 museos, que la transforman en eje cultural. Asimismo, tiene tres parques ecológicos, importantes inserciones contemporáneas en un tejido intensamente edificado. Queda pendiente extender la rehabilitación hacia Inquisidor. Una labor no menos compleja de la realizada, vital en la recuperación del deteriorado fondo construido de un espacio cardinal en la historia de La Habana.
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