El 11 de julio de 2021, Alexander Diego estaba feliz: hacía poco tiempo que se había graduado de Actuación en el Instituto Superior de Arte (ISA) y ya tenía una oferta de trabajo como asistente de dirección de una productora internacional. Ese soleado domingo por la tarde habían fijado una reunión de trabajo en La Habana Vieja. ¿Cómo podían sospechar los extranjeros cineastas que sería un delito recoger imágenes documentales de lo que parecía ser el estallido popular más grande de la Cuba comunista? Nadie que participó en esa manifestación (ni siquiera los cubanos) calibró el alcance de la dictadura que repudiaban, su reacción feroz al sentirse en peligro, la cacería ciega que desató horas después de que la gente saliera a la calle.
En la redada cayeron Alexander y sus amigos. La estación de Policía de Zanja, a donde los llevaron, estaba repleta de presas capturadas por los esbirros. Al día siguiente todos los del grupo menos Alexander fueron puestos en libertad: a él lo enviaron a 100 y Aldabó bajo el cargo de desórdenes públicos.
Sucede que había tenido la mala fortuna de encajar en el perfil delictivo paranoico que en esos días fabricó la dictadura para reafirmarse. Incapaces de admitir que el pueblo se había sublevado espontáneamente, se dieron a la tarea de inventar un manipulador extranjero, norteamericano, responsable del descontento popular
Fue una mentira que no solo dijeron para confundir a la opinión pública, sino que trataron de probar a toda costa en investigaciones y terminó avalando falsas condenas para aquellos acusados de sedición. La mala suerte de Alexander consistió en varios puntos: a los esbirros les resultó sospechoso por su condición de artista, por parecerse físicamente a Luis Manuel Otero Alcántara (¿qué más daba otro pequeño absurdo?), por andar con extranjeros con cámaras y, sobre todo, por ser de San Antonio de los Baños, lugar donde se había encendido la chispa de la revuelta: "Has traído gente de San Antonio hasta La Habana", le decían buscando el complot. Durante 34 días fue sometido a innumerables interrogatorios en 100 y Aldabó.
Por entonces su novia no era muy ducha en el manejo de las redes sociales y ni siquiera tenían un buen celular. De manera que su caso demoró un poco en llamar la atención de la opinión pública. Cuando lo hizo, ya se habían movilizado los amigos de su entorno estudiantil, incluso profesores del ISA, para interceder por él ante las autoridades. Un buen día se le apareció un alto funcionario de Cultura y le dijo que todo había sido un error, que se haría otro juicio para cambiar los diez meses de cárcel por prisión domiciliaria y que podía irse para su casa.
Sin embargo, ni la excarcelación ni las disculpas pudieron eliminar lo ya vivido, hacer que volviera a ignorar lo que ya sabe: hoy Alexander devuelve la experiencia como obra de arte. El trauma del encuentro con la verdadera naturaleza violenta del poder perdura en la víctima en disímiles formas que incluyen la pesadilla y el miedo. En la performance El corcel de mi esqueleto, la víctima de la represión apenas alcanza a las palabras ("Las palabras se agotaron frente al juez", explica en la obra) y se agita en un estado anterior a lo humano, convertida estrictamente en cuerpo. Cuando alcanza a balbucear su pena recuerda a Yasser, el nombre falso del agente de la Seguridad del Estado que fue destinado para acosarlo luego de su etapa carcelaria, una variación de la violencia.
El trabajo actoral es sacrificado. El esfuerzo en escena consigue remedar aquel del choque con la fuerza destructiva del poder. La obra se apoya en una investigación sobre los artistas cubanos que han sido castigados por el régimen —sobre todo negros—. Es la segunda performance que presencio hecha por una víctima de la represión del 11J que tiene como motivo esa experiencia. En el primero un Abel Lescay enmudecido golpeaba con rabia un tambor, interminablemente, en un momento también anterior al lenguaje, en el límite de lo inhumano.
El corcel de mi esqueleto estará en cartelera durante todo mayo en la sede de El Ciervo Encantado, en 18 entre Línea y 11, en El Vedado.