El delito es consustancial al socialismo cubano

Los gobernantes cubanos se hallan sumamente preocupados por el auge que han tomado últimamente en la Isla la corrupción, el delito, las ilegalidades y las indisciplinas sociales. Tan así es que el tema será uno de los ejes centrales que marcarán las discusiones del VIII Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, a celebrarse por estos días.

Sin embargo, una vez más la maquinaria del poder se irá por la tangente. Es decir, habrá mucha retórica, pero todo hace indicar que no serán analizadas las verdaderas causas de esas anomalías.

Un editorial aparecido en el periódico Granma insiste en los factores exógenos que según el régimen podrían estar incidiendo en la proliferación del delito dentro de Cuba. Para las autoridades castristas "hay que sembrar valores para inmunizar a las nuevas generaciones ante los desafíos de la globalización neoliberal, la colonización cultural, y la guerra económica, comercial, financiera y mediática".

Cabría preguntarse a qué valores se refieren los gobernantes cubanos. ¿Ya no les basta con hacer que todos los niños juren ser como el Che, con tergiversar la historia de Cuba para adecuar el pasado a los intereses del castrismo, o con mantener un monopolio total en el sistema nacional de enseñanza?

Lo cierto es que existen elementos endógenos que favorecen el incremento del delito. En primer término, esa excesiva estatización de la economía que ha provocado que nadie se sienta dueño de su entidad. En muchos casos, los jefes y administradores de las empresas estatales son los primeros que conspiran para que no haya un ambiente de control en sus entidades. En esos casos son ellos los primeros que roban.

Por otra parte, la cultura del robo al Estado se ha extendido de forma tal, que ya forma parte de la idiosincrasia de los cubanos. Es casi habitual que cualquier trabajador, al comenzar su vida laboral, no se preocupe tanto por el salario que va a recibir, sino por lo que se puede "buscar". O sea, por lo que pueda robarle al Estado.

En otro orden de cosas, se aprecia una disfuncionalidad entre el discurso de la cúpula dirigente y la realidad a la que tiene que enfrentarse el ciudadano de a pie. El régimen insiste en que se construye una sociedad socialista donde reina la justicia social y que nadie queda desamparado.  Sin embargo, cada día crece más la brecha entre unos pocos que tienen dinero, y el gran  número de personas que tienen que "inventar" para sobrevivir, pues no alcanzan los salarios ni las pensiones para afrontar el alto costo de la vida.

Manuel Marrero, Ulises Guilarte de Nacimiento y Salvador Valdés Mesa, entre otros, con caras de personas compungidas se la pasan reconociendo que el poder adquisitivo de los cubanos se reduce significativamente, pero en la práctica nada hacen por contrarrestar este fenómeno.

Esas personas cuyos salarios y pensiones no les permiten poner un pie en una MIPYME,  y ese crecido número de nuevos indigentes que pueblan las calles de todas las ciudades del país pidiendo limosnas,  son el caldo de cultivo para el aumento del delito en el país. En muchos casos esos serán los "ilegales, pillos, lumpen, vagos y corruptos" que ahora Miguel Díaz-Canel llama a combatir.

Antes de 1959, Cuba era testigo de actitudes que ya no se ven.  Los propietarios de automóviles podían dejar parqueados sus vehículos en las calles, sin que a la mañana siguiente les faltara nada. Las familias no tenían necesidad de enrejar sus viviendas para evitar los robos, y hasta los lecheros les dejaban a sus clientes los litros de leche en las puertas de las casas, y nadie se los llevaba.

¿Qué ha pasado entonces en nuestro país en estos últimos 60 años? No hay que culpar a las personas. Es el sistema político y económico que nos han impuesto el que ha hecho que muchos cubanos pierdan el rumbo.