María y Ángel son ancianos y viven solos. Cada día deben inventar qué comer. Ella sale todas las mañanas a ver qué encuentra para cocinar, mientras su marido va a la panadería.
"Para ahorrar alimentos y neuronas", María cocina por la tarde y, para el almuerzo del día siguiente, recalienta los restos.
"Hago un recorrido diario todos los días", explica María, de 72 años, residente en el Distrito José Martí, de Santiago de Cuba. "Estamos en pie desde las 7:00 de la mañana velando el pan, que llega a cualquier hora, si es que llega. Yo me voy al mercado donde lo único que hay es fongo. Voy más por los vendedores (ilegales) que están fuera; les compro un pedazo de calabaza y especies. Lo principal siempre es la salazón (proteína), ese es el gran problema. No hay carne, y cuando aparece el cerdo está a 40 pesos y el pollo hay que velarlo en la shopping".
"Es como una pesadilla", dice su esposo Ángel. "Me paso la mañana esperando el pan, si viene tarde, me quedo allí hasta las 11:00, que cierra la bodega. Comemos gracias a nuestros hijos. Ellos son jóvenes y pueden recorrer la ciudad; cualquier picadillo, chorizo o croqueta y hasta el pollo que consigan para ellos siempre nos traen a nosotros, porque si es por la pensión y la libreta nos morimos de hambre. Además, no podemos meternos en las matazones que se arman en las colas".
"Si quiero hacer algo especial, como un frijol colorado, un batido de papaya o comer piña, voy 'al kiosco de los ricos', es un kiosco particular en (el barrio) San Pedrito que tiene de todo —continua María—, porque el Estado no oferta esas cosas".
La mañana de María se va en este recorrido. "Sobre las 10:30 voy por la panadería a alcanzar a mi marido. Allí me quedo un rato conversando con los viejos jubilados que esperan el pan. Comentamos que esto cada día se pone peor con la comida, que vamos para atrás. A las 11:00 cierra la bodega, así que nos vamos a la casa a calentar y preparar la comida de por la tarde. Para lo que puedo cocinar, con una hora me basta".
"Por lo menos el recorrido me sirve de ejercicio y no me hace falta el Círculo de Abuelos", concluye María.
"Por lo que dijo Raúl el otro día, hay que apretarse los cinturones y también los bolsillos. Raúl lo que le dejó a Díaz-Canel fue una papa caliente", dice Ángel refiriéndose al discurso del general en la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Comer carne ya no solo es prohibitivo debido a los precios, sino también a la escasez. Hasta el picadillo de soja que se distribuye a través del sistema de racionamiento ha desaparecido.
Para Zenayda Despaigne, de 81 años, también jubilada y que vive sola, la situación de la comida no puede ser peor, sobre todo por las limitaciones alimentarias que tiene debido a sus enfermedades.
"Mi chequera es de 450 pesos (18 CUC) porque al enviudar anexaron un porciento de la chequera de mi difunto esposo a la mía… pero ni con eso me alcanza".
"¿Qué puedo hacer con la pensión del mes y una con una canasta básica (la distribuida por la libreta de racionamiento) que alcanza solo para una semana? ¿Qué como? Los alimentos que debo ingerir por mi enfermedad y los medicamentos que tomo son la leche, la carnes rojas y el pescado. Los otros productos que podría adquirir son conservas, y eso tiene que ser en las tiendas en divisas, los particulares o el mercado negro. La carne de res de dieta aparece cuando le da la gana, y el ovejo está perdido", se queja.
"Me alimento gracias a mis hijos —continúa—; ellos me traen la leche conseguida en el mercado negro y los cárnicos. Dejo mi pensión para las viandas y los medicamentos. Imagínate, yo no puedo hacer esas colas para comprar pollo (en las tiendas en divisas), y si espero a que llegue por la libreta comería 20 días arroz y vianda nada más".
"Si llega otro Periodo Especial, me mudo con mi hijo. No se puede vivir solo en medio de tanta necesidad".
*Con la colaboración del periodista Jorge Amado.