Ante la urgencia actual de resolución de muchas necesidades básicas en Cuba, pudiera resultar secundario hablar de concienciación sobre patrimonio, pero no lo es. Nuestro fondo construido acumula tantos asuntos pendientes como la industria, el transporte, el comercio, etc. Suma, además, el riesgo que suponen las malas condiciones en que se encuentran muchos inmuebles, así como la transformación inconsecuente de la que pueden ser objeto.
Alerta además el hecho de que una parte sustancial de esos bienes son propiedad del Estado, cuya ineficiente labor administrativa incide en la salvaguarda e inadecuado manejo de sitios e inmuebles patrimoniales. A esta ineficaz gestión se adiciona el arbitrio e irrebatibilidad con que muchas decisiones son tomadas y la invalidación de proyectos exitosos. Un gran retroceso ha sido, por ejemplo, la desestructuración de la Oficina del Historiador como ente autosuficiente y la supresión de parte sustancial de sus ingresos.
La Oficina del Historiador de La Habana ha sido una de las instituciones gubernamentales con mayores resultados probados en las últimas décadas. Su labor ha tenido un impacto muy positivo en la ciudad, en la población, en la industria turística y en el comercio. Tiene una sólida labor investigativa, en la conservación de bienes muebles e inmuebles y en la gestión urbana, en el desarrollo teórico y práctico de planes de manejo y gestión participativa, en el fomento de economías creativas, en la comunicación patrimonial y en la formación de especialistas. Ha sido la entidad cubana con mejor y mayor capacidad y recursos humanos para dirigir y ejecutar los proyectos de preservación.
Sus éxitos institucionales y legado en el ámbito patrimonial se deben en gran medida a la consagración de los dos historiadores que han dirigido la Oficina, a la que mucho aportaron como teóricos, comunicadores y líderes, llegando a expandirse en un prestigioso equipo de especialistas que ha conformado una estructura organizacional compleja y variada.
De conjunto perfilaron dos posturas que define la obra de la Oficina durante su trayectoria: la proyección de una importante labor sociocultural dirigida a diferentes grupos, entendiendo la sociedad como ente activo e imprescindible de este proceso y a la cultura como eje vertebrador del mismo; y la interpretación general del conjunto urbano como reservorio de la memoria colectiva. Esto sustentó la declaratoria, en 1944, del centro histórico de La Habana Vieja como "zona de excepcional valor histórico y artístico", y la lucha por la preservación del patrimonio urbano en sí mismo. Más adelante se reconoció y protegió como Monumento Nacional, en 1978; Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1982; Zona Priorizada para la Conservación, en 1993 y concordada en 2014; y Zona de Alta Significación para el Turismo, en 1995.
El despegue definitivo de la intensa labor restauradora de la Oficina estuvo marcado por el Decreto Ley 143 de 1993, que le confirió personalidad jurídica como responsable principal de la conservación del centro histórico, subordinándola directamente al Consejo de Estado y dándole autonomía financiera, al sacarla del modelo de centralización económica que caracteriza el país. Este acierto dio autoridad a una institución especializada para gestionar el patrimonio cultural, y libertad para hacerse de los medios necesarios.
Gracias a su sólida plataforma legal, económica, administrativa y técnica durante las últimas tres décadas, la Oficina del Historiador ha podido rehabilitar más de un tercio del territorio. Téngase en cuenta que hasta el año 2000, apenas había podido actuar sobre unas 60 edificaciones. La revitalización llevada a cabo ha implicado la restauración de un número importante de inmuebles, de espacios públicos, de redes técnicas, de nuevos planes de movilidad urbana y numerosas iniciativas dirigidas a elevar la calidad de vida de la población en lo referente a salud, educación, vivienda, comercio y ocio, implicando en el proyecto objetivos de rentabilidad económica, compromiso social y sostenibilidad medioambiental.
La revitalización del centro histórico lo recolocó como uno de los centros funcionales más dinámicos de la capital, al concentrar un número importante de servicios comerciales, turísticos e instituciones culturales con una amplia y diversa programación cultural, educativa y recreativa. Esto no solo fue oportuno y significativo para el centro histórico más antiguo de La Habana, que a inicios de la década de 1990 era una de las zonas más depreciadas de la capital, sino que hasta el momento aúna un conjunto de acciones inéditas en el contexto cubano, como modelo de actuación cohesionado y eficaz. Lo que define una gran diferencia respecto a la gestión urbana y económica del resto de la capital, y del país, donde también se concentran importantes valores patrimoniales.
En la salvaguarda del patrimonio cultural cubano, la Oficina del Historiador ha alcanzado gran reconocimiento internacional, y su modelo estudiado en muchos países del mundo. Con su actuación ha sido la institución que mayor concienciación ha logrado infundir en el Estado y en la ciudadanía sobre el valor del patrimonio cubano, la identidad nacional y su gestión como activo para el desarrollo integral y sostenible de las ciudades. No obstante, actualmente está muy mermada su capacidad de trabajo, en tanto el Gobierno ha transformado su estructura organizacional y eliminado su autonomía en la creación y administración de sus recursos económicos.
Sin dinero no se hace nada, máxime en un ámbito que tanto medios demanda como la restauración patrimonial y la gestión urbana. Resulta muy lamentable que, en la baraúnda de malas decisiones que continuamente toma el Gobierno, cercene uno de los proyectos que sí han funcionado, y que requerirían adecuarse a otros espacios de la capital y del país. Ya se observa la disminución de nuevas obras acometidas por la Oficina y la depresión de una Habana Vieja que hace poco se mostraba floreciente. Preocupa la pérdida de todo lo avanzado y sobrecoge la desesperanza sobre el porvenir.
Para avanzar tenemos que conocer el pasado y no cometer los mismos errores. Recuerdo que de nino pensaba que la solucion para La Habana Vieja era demolerlo todo, fue con Eusebio Leal y muy en especial su programa Andar La Habana que empece a querer la ciudad, entendi que aquella ciudad vieja era nuestro maximo patrimonio. Hoy dia cuando se hace algo como la torre K el pueblo le llama masacote o cosa horrible porque no saben explicar que no tiene nada que ver con nuestra cubania, ni que no tenga ninguna de las cuatro P de la Arquitectura cubana y eso se debe en mucho a la labor de Eusebio, incluso si quieren llamarlo comunista habria que decir que fue el unico comunista que hizo algo por nuestra Habana. Por favor mostremos respeto a quien se lo ha ganado.
Cuando pienso en Eusebio Leal me viene a la memoria el personaje de Éufrates del Valle de San Nicolás del Peladero, por lo abyecto y servil. No niego que remozó algunas áreas turísticas a costa de lamerle las botas al Comandante. Pero nunca me resultó simpático. Y ahora, a los ñames con corbata de GAESA sólo les importa robar dinero. Todos ellos merecen mi más profundo desprecio.
Zayas, yo no creo que Eusebio Leal merezca esos epítetos que le atribuyes. Creo que fue una suerte para “los restos de La Habana” que Leal dedicara su vida a ella. Desde luego, tenía que hacerlo desde adentro del sistema y todo el mundo sabe lo que eso significa. Me parece que un tipo inteligente como tú debería impermeabilizar su cerebro de la influencia de los idiotas y descerebrados que vomitan en estos foros. No creo que tengas razón para volverte supergusano a estas alturas de tu vida.
Hola, Weston, bienvenido. Te animaste a volver a opinar? Me alegro. Entiendo lo que dices, pero en las cosas del sentimiento la razón no manda. El tipo me cayó mal siempre. Demasiado abyecto. Y sí, me considero un supergusano. 😀 Un abrazo. Te mando la liga al último artículo que escribí:
https://azayas48.wordpress…
Lo lei. Obviamente, estamos en las antipodas. Saludos.
Eusebio Leal no fue, como saben los historiadores cubanos de solidez intelectual, un investigador y ensayista relevante, pero sí un gran promotor cultural, enamorado de La Habana Vieja. Su abyección a los Castro le permitió una autonomía que pronto suscitó envidias y enemigos. Aunque queden pendientes acusaciones de robo, lo cierto, como dice la autora, es el desastre actual, sumado al nepotismo.
Se olvida de decir DDC que esa oficina es administrada por las dos hijas del general de cuerpo de ejército Ulises Rosales del Toro .Se llaman Zulema y Perla,como su padre gran estratega ,no vacilarán en destruir la Habana Vieja como mismo su padre hizo con la industria azucarera.En fin hijas de gato cazan ratones...
.