La situación en Venezuela ha llegado a su punto más álgido, el escenario final de confrontación entre las fuerzas pro democracia y el poder dictatorial. La fraudulenta toma de posesión de Nicolás Maduro, en medio de una fanfarria burlesca que incluye la entrega de las llaves del sarcófago de Simón Bolívar, marca un punto de inflexión que no está exento de simbolismos y cruentas realidades a enfrentar no solo por el pueblo venezolano, sino por América Latina en su totalidad.
El punto fundamental no consiste en que Edmundo González pueda o no ceñirse una banda de colores atravesando su pecho. Puesto que la ceremonia pseudooficial ha resultado ser una pantomima, el hecho en sí carece en estos momentos de relevancia política. La asunción de Maduro es una farsa, y esto es una certeza compartida por la abrumadora mayoría de los gobiernos y cuerpos políticos del mundo, con un espectro ideológico tan amplio que va desde Gabriel Boric hasta Nayib Bukele, pasando por posiciones de cautela como las de Claudia Sheimbaun y Lula da Silva, quienes declinaron estar presentes en el circo de Miraflores y enviaron "representantes designados".
Cuando uno de los pocos mandatarios presentes resulta ser Miguel Díaz-Canel, es una clara señal de que estamos en presencia de un gobierno ilegítimo.
Esto nos lleva entonces a la cuestión del poder real, definido como "la capacidad de obtener los resultados deseados". Este poder real está basado en la obediencia, porque ningún gobernante, ya sea democrático o dictatorial, puede hacerlo por sí mismo. Necesita de acólitos que ejecuten las órdenes, que hagan funcionar los mecanismos e instituciones que componen el aparato estatal, incluyendo las represivas o cuerpos armados como la Policía, el Ejército, los organismos de inteligencia y hasta los paramilitares.
Se asume que Maduro cuenta con el apoyo de estos pilares porque el general Padrino manifestó públicamente su adhesión, pero ni siquiera el Ejército es una estructura monolítica que no pueda cambiar sus lealtades y cadenas de mando en un momento dado, ya sea por convencimiento o por conveniencia, al adquirir la percepción de que se encuentra del lado equivocado. Las fragmentaciones del poder, tanto en cuerpos civiles como militares, son muy proclives a aparecer en escenarios como este.
Algunas señales son visibles, a pesar de los agoreros de la desesperanza. El "secuestro express" de María Corina Machado y su posterior liberación deja más dudas que certezas sobre la capacidad del régimen de estar en control total de los acontecimientos en el plano interno. ¿Quién ordenó su liberación y por qué? ¿Qué sentido tiene el video de marras, ya fuese obligado o hecho con inteligencia artificial? Por mucho tiempo se asumió que, en caso de ser capturada, María Corina sería puesta en prisión inmediatamente, y se especuló que podría ser ejecutada. Hasta el propio Maduro había dicho públicamente que sería encarcelada. El hecho de que no haya sucedido así apunta a una percepción de riesgo por parte de la dictadura y, por otra parte, una posible ruptura en la cadena de mando interna. Ninguna de las dos opciones despliega una imagen del régimen unificado, todopoderoso, que mueve todos los hilos del poder a su antojo.
Al desplazarse el vórtice de las dinámicas de la especulación a la realidad, todo depende entonces de la capacidad de los diferentes factores de ser consecuentes con sus postulados, y de esta forma inclinar la balanza en favor de sus agendas. El objetivo del régimen es el estancamiento, mantener el status quo, puesto que en definitiva Maduro ya era presidente, igual de ilegítimo. Nada cambia con lo que sucedido el 10 de enero.
Sin embargo, las nuevas movidas pueden venir del campo de la oposición, para lo cual hay que esperar los próximos días, y quizás hasta meses. Edmundo González no puede juramentarse en Miraflores, pero para legitimarse tendrá de alguna manera que cumplir su promesa de entrar a Venezuela y enfrentar lo que sea, con tal de validarse ante una población que depositó sus esperanzas de cambio en las urnas, a favor de su persona. No es una decisión fácil, pero es la que corresponde para estar a la altura del momento histórico, y del momentum popular.
Se afirma, un poco aventuradamente, que una eventual caída de Maduro provocaría una caída de Díaz-Canel. Aunque existe una evidente relación causa y efecto, no se trata de una combinación instantánea. Lo que sí resulta obvio es que un colapso del régimen de Caracas representaría un golpe contundente a la mitología de la inamovibilidad de los sistemas totalitarios y autoritarios del Socialismo del Siglo XXI, una presunción que representa una de las bases más sólidas del poder de estas dictaduras. La principal condición del empoderamiento consiste precisamente en retar las percepciones comunes, por ello resulta clave borrar de la mente de los ciudadanos ese aberrante sofisma de que "nada pasa y nada va a pasar". De hecho, ya está, pasando, aunque los resultados no sean inmediatos ni salten a la vista ostensiblemente.
En resumidas cuentas, la batalla en Venezuela hoy en día va más allá del terreno puramente ideológico, se trata del futuro de las relaciones sociopolíticas en nuestra América. ¿Se mantendrán los patrones de oportunismos políticos que han conducido indefectiblemente a dictaduras de uno u otro sesgo, perpetuando en la mentalidad ciudadana los esquemas de indefensión ante la opresión? ¿O se abrirá finalmente el espacio a una Latinoamérica más abierta o postmoderna, con poblaciones informadas, empoderadas y dispuestas a participar activamente en la construcción de sus destinos?
La respuesta no provendrá ni de Edmundo González ni de María Corina Machado, como el cadáver de la democracia no podrá ser resucitado por nadie, tenga o no la llave del ataúd de Bolívar. Tiene que resultar de la voluntad y la decisión de los más de ocho millones de venezolanos que votaron por un cambio, contra la dictadura. La pelea es más suya que de nadie, puesto que fueron ellos los que derrotaron a la cultura del miedo y la desidia en pos de un futuro mejor.
Si logran desplegar y mantener el poder real que representan esos números, de acuerdo a un plan adecuado a las circunstancias, al final la victoria se inclinará de su lado. El tiempo dirá. Pero cualquier escenario será resultado de la actitud de la gente, ya sea por omisión o por participación. Una vez más, es hora de abandonar las visiones mesiánicas sobre el poder. Lo mismo en Venezuela que en Cuba, Nicaragua, o dondequiera que exista una dictadura. Lo cierto es que, ahora mismo, no hay marcha atrás. O se mantiene el despotismo o triunfa la libertad
El poder real hace rato está en definido en Venezuela, Cuba o Nicaragua y corresponde, como en cualquier tiranía, a los que tienen las armas y están dispuestos a usarlas.
En estas naciones se trata de carteles de narcotráfico con representación internacional, especialmente avalada por su auto proclamación socialista, la misma ideología que disfrazada de progresismo comparten la inmensa mayoría los burócratas de la ONU y no pocos politicos de Europa Occidental, EEUU Y Canada.
Esa afiliación a las utopías igualitaristas, le brinda a los gangsters una patente de corso para sus tropelías. Por eso, no importa si las elecciones han sido robadas, si el 95% de la población sumido en la miseria rechaza a los opresores, si se persigue a clérigos y pastores, si se tortura y asesina, si se trafica drogas o si del país escapan millones.