Para quienes intentan cruzar el país desde Caracas sin vehículo propio y con los recursos disminuidos, La Bandera, el terminal de pasajeros más convulso de la ciudad, es un lugar de paso obligado. Circundado por el desafuero comercial, el embarcadero es también un mercado abierto donde los militares de bajo rango construyen su propio nicho con la reventa de bienes y artículos de consumo doméstico.
Entre bolsos y maletas desperdigadas en los corredores, donde reposan los viajeros que están por embarcarse, se abre una ruta inusitada de acceso a los alimentos que congrega a civiles y militares que reciben, cada cierto tiempo, insumos subsidiados por el Estado: cajas Clap. Allí la bota impone los precios del azúcar, el arroz, la harina de maíz y los granos, alimentos que se comercializan al menudeo y que tienen alta demanda en un momento en el que la población reclama insumos para su mesa.
Sigilosas, las ventas de los funcionarios transcurren a la carrera, entre susurros, antes de abordar los autobuses que los llevan hasta sus destinos, relatan quienes trabajan en el interior de la terminal. Ignacio Mijares, un comerciante informal que acude con su mujer para comercializar "tetas" de leche y de azúcar, confiesa que transa con los sargentos y oficiales conscriptos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y, ocasionalmente del Ejército, que salen de permiso cada 15 días o mensualmente.
"Ellos venden discretamente, casi siempre están de civil para no levantar sospecha y evitar que les llamen la atención. Tienen necesidades como cualquiera de nosotros y se rebuscan en la calle para conseguir efectivo y llevar algo de dinero a sus casas", cuenta Ignacio, quien también se gana la vida como mototaxista.
Los precios de los productos, coinciden quienes dicen ser sus compradores, son iguales a los de la redoma de Petare, Catia y Quinta Crespo. En La Bandera, donde sobran los bachaqueros de oficio, un kilo de arroz ronda los 300.000 bolívares y hay espacio para las transferencias bancarias.
El amasijo de viajeros sirve de telón a los militares que ofrecen sus productos al final de la tarde, en los días que se marchan a sus casas. Son en su mayoría sargentos, tropas profesionales, con hijos y mujeres, cuyos ingresos anémicos solo alcanzan para lo básico. Se reconocen porque andan con los típicos de los militares: verde oliva y de mochileros,
En ese lugar, el trueque de bienes de primera necesidad también gana adeptos militares, pero pocos se atreven a hablar. Ninguno de los oficiales consultados en el sitio da crédito a la situación. Pero en La Bandera todo aquello es un secreto a voces que habla sobre lo mal que está el personal castrense. El mercado de rebusque es ancho para los miembros de la GNB y tiene arraigo en la crisis: el bachaqueo, la reventa de productos y el cobro de vacunas a propietarios de automercados y licorerías. En la frontera con Colombia tiene otros matices como el contrabando de medicinas, gasolina y de billetes, según denuncia el experto militar Hernán Castillo.
Oficiales buscados en periódicos
A propósito de las faltas graves en las que han incurrido funcionarios de la GNB, solo en septiembre del 2017, la Fiscalía General Militar ha solicitado la apertura de averiguación penal militar a 450 tropas profesionales, de las cuales 200 corresponden al comando de la Zona Guardia Nacional Bolivariana 44 (Miranda) y 250 al Comando de Zona N.° 43 (De-Sur), según declaró en ese entonces el general de brigada, Edgar José Rojas Borges.
Los anuncios de investigaciones a militares sobran en la prensa nacional. En especial los pautados por el Comando de zona N.° 43 en Distrito Capital. Ejemplo de ello es el aviso de investigación publicado la segunda quincena de marzo por el Destacamento N.° 434. En el cartel se solicita la comparecencia a los sargentos de segunda Ángel Camargo, Yoselis Berbesi, Marcos Hernández, Alfredo Quero, Anthony Peroza y a los sargentos de primera Carlos Urrieta, Junior Moros y Luis Barrozo por excederse en sus vacaciones y lapsos de permiso, sin justificación.
"Lo que vivimos es una crisis generalizada donde nadie se salva de esta situación económica. Hasta los soldaditos se rebuscan", suelta el encargado de una lunchería en el área de boleterías de la terminal. Roberto Barrios, un comerciante informal que también ha hecho de La Bandera su lugar de trabajo, se esmera por aportar más detalles sobre las ventas de los militares en ese lugar: "Casi nunca están solos, vienen en parejas o en grupos y se sientan en las área comunes para ofrecer parte de lo que reciben".
En el sector no falta quien remata los artículos para obtener efectivo, como ocurrió en un autobús que cubre la ruta La Bandera-Nueva Granada-Fuerzas Armadas, cuando una mujer de tropa alistada se esmeró por vocear su oferta en medio de los viajeros que atiborraban el pasillo: desodorante, hojillas de afeitar, jabón de baño y toallas sanitarias. La oficial pretendía reunir el dinero para visitar a su familia en Ciudad Bolívar.
Este texto forma parte de un Especial de Crónica Uno, que DIARIO DE CUBA publica en coordinación con ese medio venezolano.