Para algunos es el sitio donde comienza el sueño de ser militar. Para otros, el lugar donde concluye el idilio de servir, donde se liquida cualquier pretensión castrense. Se trata de la oficina en la que confluyen los funcionarios que se marchan a casa para reinventarse una existencia arrimada a las comodidades mínimas. Ubicada en el Ipsfa, la sede administrativa de Seguros Horizonte está circundada por cierto halo castrense. Pocos militares se atreven a compartir su historia. Son reacios a declarar y temen represalias.
Allí la suerte parece echada para quienes lidian con sus miedos y frustraciones. En el lugar entran y salen militares a toda hora, algunos acuden para actualizar sus primas de seguro; otros, para afinar pagos de crédito, pero buena parte lo hace para tramitar la baja, un fenómeno que cobra cuerpo en tiempos de crisis. En ese despacho de Seguros Horizonte todo parece normal. Los promotores se desplazan con soltura por los pasillos cortos y orientan a quienes se estrenan en el trámite.
Un militar, oriundo de Guárico, hace de su espera un ejercicio de catarsis y parece repasar, con cada frase articulada, su agotamiento. La cola para verificar las carpetas es corta, quienes llegan se suman intuitivamente, quieren asegurarse de que cumplen con todos los requisitos. Algunos están de civiles, otros visten de "Patriótico", el uniforme verde oliva que acuñó Chávez durante su segundo gobierno.
"Es malo decirlo, pero aquí se acabó lo que se daba. No hay más que hacer, entonces solo queda reinventarse, replantearse las cosas para sobrevivir. Buscarse un nuevo trabajo", dice el teniente. No comparte su nombre, asegura que sobran los amagos de amenaza.
En esa sede de la aseguradora estatal, el ambiente no es ajeno a lo habitual en cualquier oficina. La espera predomina en la jornada y roba la paciencia a quienes aguardan por su retiro. El grupo de 12 sargentos —venidos de Cojedes— que intenta salirse de la GNB, encarna esa mañana del 28 de febrero la prueba de la huida masiva. Les preocupa el desabastecimiento de alimentos, la precariedad de su seguridad social y la ausencia de políticas públicas que les garanticen un estatus digno de vida. Sostienen que, incluso, Misión Vivienda —la única alternativa legada por Chávez para optar por una casa— los dejó desamparados.
"No tengo cómo comprar una casita para hacer una familia y empezar desde cero. Todos nosotros vivimos arrimados donde nuestros padres o suegros", relata Adolfo, uno de los 12. En la sala, donde hay también civiles cuya póliza es Seguros Horizonte, hay espacio para la queja en voz baja. Se escurren las críticas y lecturas contra el Gobierno, contra la falta de medicinas y de alimentos.
Adelina González, una mujer con alrededor de 70 años, expone su drama. Cuenta que su hijo no solo se marchó de las Fuerzas Armadas sino del país. "Su mujer, que tiene nacionalidad peruana, se enfermó de cáncer y tuvo que irse con ella para tratar de salvarla. Anderson está en Perú y vendrá pronto para buscar a sus tres hijos, mis nietos. Andrea se complicó porque no pudo atenderse en Venezuela desde el primer momento", relata Adelina la con voz quebrada.
La Memoria y cuenta 2015 del Ministerio de la Defensa señala que ese año se invirtieron 3,9 millardos de bolívares en Sanidad Militar, para brindar asistencia hospitalaria, ambulatoria y rehabilitación al personal militar y familiares afiliados. Durante ese período la sanidad militar dispensó cinco millones de servicios de los cuales 1,2 millones fueron para militares propiamente. Pero el año pasado, Andrea, la nuera de Adelina, no pudo conseguir su tratamiento de quimioterapia en el Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo, en Caracas. El hospital se suma a la lista de recintos en cierre técnico por el desabastecimiento de insumos que ronda 90% en la red pública.
Este texto forma parte de un Especial de Crónica Uno, que DIARIO DE CUBA publica en coordinación con ese medio venezolano.