El pasado 2 de junio el Gobierno cubano, a través del órgano oficial del PCC, el periódico Granma, anunció que estaba "impulsando" la ejecución de 16 proyectos dirigidos a la modernización de varios centrales azucareros de la moribunda industria azucarera cubana. En el anuncio se mencionaba la construcción de un nuevo central azucarero, el cual contaría con una refinería, un bloque de generación de energía de 100 megawats y una destilería de 500 HLD (glutaraldehído al 2%) del alcohol.
La noticia fue adornada también con el anuncio de que los proyectos contemplaban el uso de tecnologías eficientes en las labores de cultivo, riego, drenaje, cosecha y transporte para aumentar los rendimientos. El texto especulaba con la idea de que estos proyectos de modernización estaban destinados a rehabilitar las diferentes aéreas de fabricación de azúcar crudo de varios centrales azucareros, con el objetivo de garantizar una mayor eficiencia industrial y fiabilidad operacional para incrementar la producción de azúcar y la generación de energía eléctrica, disminuyendo los costos de producción.
Sin embargo, la rimbombante nota no mencionaba el monto de inversión que se pretendía atraer para lograr materializar dichos planes. Nada decía de quiénes eran los aventurados inversionistas a los que se pretendía seducir para lanzarlos a un suicidio financiero más en la matarife economía cubana.
Granma tampoco mencionaba la debacle de la zafra del presente año que, en su comienzo en el mes de enero, solo tenía moliendo 11 centrales de los 25 que se encontraban en activo. No mencionaba cómo la industria azucarera cubana se ha convertido en un amasijo de chatarra que no satisface ya ni siquiera el consumo nacional interno, dada las políticas erradas del Gobierno desde el mismo primer día en el poder.
Una vez más, el continuismo acudía a la gastada estrategia de sembrar falsas esperanzas en una población sumida en la extrema pobreza y que ya ni siquiera pone atención a semejantes embustes. No tenía reparos en intentar mentirle a los inversionistas como si fueran tontos útiles dispuestos a dilapidar su capital en una caótica economía y, mucho peor, en una industria literalmente muerta y manejada por el Gobierno más inepto e incompetente que ha tenido la revolución cubana.
Hoy Cuba prácticamente no produce azúcar. Su industria azucarera es un caos. Los pocos centrales azucareros que quedan en activo son chatarra y sus moliendas son profundamente ineficientes. La industria azucarera está literalmente muerta. Hoy el país no exporta azúcar, ahora la importa.
La otra cara de la moneda es que el declive de la industria azucarera la ha llevado a una especie de cáncer terminal, del cual parece no tener escapatoria. La última zafra dejó un sabor amargo. Las dificultades con los insumos y la desmotivación de los trabajadores por los magros salarios han echado por tierra la esperanza de una recuperación salvadora. Esta tragedia ha descapitalizado la industria. Actualmente hay una gran carencia de trabajadores y técnicos. El déficit de fuerza especializada es notable. En su derrumbe crónico, la industria azucarera cubana ha sufrido también un éxodo de su personal calificado a todos los niveles.
Esta realidad nos muestra claramente la profunda debacle en la que se ha sumido la industria azucarera cubana en los últimos 35 años.
La génesis del desastre
En 1958 el país tenía en activo 161 centrales azucareros funcionando a toda máquina. En ese año Cuba llegó a exportar más de seis millones de toneladas. La industria azucarera tenía una fuerte presencia de inversión extranjera, sobre todo norteamericana. Del total de centrales azucareros en activo, 36 pertenecían a empresas norteamericanas, 121 estaban en manos de empresarios privados cubanos, tres eran de españoles y uno era de propietarios franceses.
En el periodo 1905-1958 la producción del mercado era regida por la oferta y la demanda. Existía toda una industria organizada en todas sus esferas: cultivo, producción, logística y comercio que satisfacía tanto la demanda interna como las exportaciones. La industria azucarera era la principal industria del país, generando cientos de miles de empleos.
A partir de 1959, con la llegada al poder de Fidel Castro, todo cambió. La industria azucarera fue intervenida, todos los centrales azucareros fueron nacionalizados, los propietarios de los centrales azucareros no fueron indemnizados, tanto extranjeros como nativos, y todas las propiedades pasaron a manos del Estado. A partir de entonces comenzó el largo camino de la destrucción de la industria azucarera cubana hasta nuestros días, pasando por varias etapas bajo una economía totalmente centralizada.
En la pasada zafra solo operaron 23 centrales de los 25 que estaban activos, la mayoría de ellos muy ineficientes, con tecnología obsoleta, con serios problemas de mantenimiento, con problemas de maquinarias, insumos, falta de piezas de repuesto y lo más importante: ausencia de capital financiero para poder resolver todos estos problemas.
Actualmente la inversión extranjera en esta industria es prácticamente nula, a diferencia de antes de 1959, donde la presencia del capital extranjero era muy fuerte, al igual que la del sector privado cubano. Era una industria totalmente descentralizada y autónoma. En 53 años, contados en el periodo 1905-1958, su ritmo de producción fue ascendente.
Sin embargo, bajo el esquema de economía centralizada por el Estado, la historia acumulada en 64 años muestra un ritmo de producción decreciente, el cual comenzó su declive a partir de la década de los 90, cuando Cuba perdió todos los subsidios y el financiamiento con la caída de la URSS y el campo socialista de Europa del Este.
La desaparición de la industria azucarera cubana en los últimos 35 años ha sido evidente. En la segunda mitad de la década de los 80, Cuba produjo en promedio más de 7,5 millones de toneladas de azúcar por año, cosechando cerca de 71 millones de toneladas de caña de azúcar que fueron procesadas en un complejo industrial de 156 plantas. Durante el periodo 2011-2015, la producción de azúcar promedió 1,6 millones de toneladas por año, las cosechas de caña promediaron 15,2 millones de toneladas de caña de azúcar, y alrededor de 56 ingenios azucareros estuvieron en operación. La producción de azúcar en el período quinquenal más reciente fue menos de una quinta parte (18%) de los volúmenes de producción en la segunda mitad de los años 80.
En 2023, la producción de azúcar apenas llegó a 322.290 toneladas métricas, una cifra 39,62% menor a la alcanzada en 1861 (533.800 toneladas), cuando no existían los centrales azucareros, la caña se cortaba a mano, se trasladaba en carretas de bueyes y el azúcar se obtenía con trapiches.
Recuperar la industria cuesta ahora unos 10.000 millones de dólares. Sería necesario, además, una reestructuración completa del sector, que incluiría llevarlo a una economía de mercado, con participación del sector privado. Amén de una negociación seria con los propietarios o descendientes de todas las empresas del sector que fueron confiscadas y no pagadas el triunfo de la revolución, para llegar a un arreglo y destrabar toda posible futura inversión en la industria.
Reformas incompletas e ineficientes
En 2011, como parte de proceso de reformas emprendido por el Gobierno cubano para la transformación del modelo económico, se eliminó el Ministerio del Azúcar (MINAZ) y se creó el holding estatal AZCUBA, con el objetivo de eliminar la burocracia y crear una organización más dinámica para llevar las riendas de la industria. Sin embargo, los resultados alcanzados hasta ahora no han sido los esperados.
Las reformas implementadas no han resuelto el problema del bajo rendimiento, la obsolescencia de la tecnología, la baja inversión de capital extranjero en la industria, la falta de caña y la reapertura e incorporación de nuevos centrales al parque actual de 54 fábricas que dispone el país. Tampoco ha logrado lograr un rendimiento por hectárea que supere la media de la región.
Si bien las reformas implementadas en 2011 trataron de descentralizar el sector azucarero, los resultados muestran una descapitalización de la industria a niveles mínimos, con muy poca inversión extranjera. La inversión actualmente existente está enfocada en algunos proyectos para generar electricidad a partir de la biomasa, pero no es una inversión a gran escala para revitalizar la industria en todos sus componentes estratégicos.
La única inversión extranjera que existía en el sector productivo era el de la empresa brasileña Odebrecht, con la cual se tenía un contrato para la administración del central azucarero 5 de Septiembre, en la provincia de Cienfuegos. Dicho contrato firmado en 2012 y pactado hasta 2025 con la empresa cubana AZCUBA pretendía invertir 60 millones de dólares en la modernización de dicho central. Sin embargo, la compañía brasileña decidió suspender sus operaciones en la industria azucarera cubana a finales de 2017, como resultado de los impagos incurridos por el monopolio estatal AZCUBA por casi dos años.
Las autoridades cubanas alegan que el cierre de ese contrato fue debido a las circunstancias sociopolíticas del gigante sudamericano y el escándalo por corrupción que implicó a esta empresa en Brasil y en varios países de América Latina. Por otra parte, la prensa oficial cubana ha referido que el Central 5 de Septiembre, en los dos primeros años del contrato con Odebrecht (2013 y 2014), registró los niveles más bajos de productividad en diez años (2005-2014) y que en el periodo 2015-2016 se registraron las mayores fallas de la contienda azucarera en dicho central, obligando a la industria a realizar reparaciones de envergadura para poder participar en la zafra del 2017.
Lo cierto es que, con la retirada de Odebrecht, se retiró del sector azucarero uno de los inversionistas más fuertes con los que podría contar la alicaída industria azucarera cubana, la cual no logra levantar cabeza y ha tenido en la última década sus producciones más bajas, aún peor que las producciones alcanzadas en la década de los 90 en pleno "Periodo Especial".
Es evidente, 12 años después de implementadas las reformas, que no han sido efectivas, pues no han hecho los verdaderos cambios que necesita la industria azucarera cubana para reinventarse a sí misma. Hoy es una industria prácticamente muerta.
En su libro Reinventing the Cuban Sugar Agroindustry (Lexington Books, Lanham, Maryland, 2005), los economistas Jorge Pérez-López y José Álvarez previeron con fuertes argumentos que, si bien el futuro de la industria cubana de producción de azúcar era cuestionable, había oportunidades para reinventarla. En ese libro, ambos autores dejaron claro que para reinventar la industria se necesitaría algo más que la manipulación de las capacidades de producción para crear una agroindustria competitiva y rentable.
En este sentido, planteaban que se necesitaban realizar cambios estructurales sistémicos como propiedad privada, inversión extranjera, toma de decisiones flexible e independiente por unidades de producción, cooperativas de caña de azúcar verdaderamente independientes, intervención estatal limitada reducida (limitada a establecer un rol regulatorio, pero no rol de gestión), y operar libremente los mercados de trabajo y de insumos. Proponían un esquema muy parecido al que hoy domina el estándar productivo de la región de Centroamérica y el Caribe, y que ha sido exitoso. Sin embargo, las reformas emprendidas por el Gobierno cubano han estado muy alejadas de estas propuestas.
Conclusiones
Cuba, que llegó a exportar seis millones de toneladas métricas de azúcar, hoy tiene que importar. El hecho evidencia la magnitud del daño causado a la producción azucarera. Cualquier recuperación requiere de dos premisas, hasta ahora ausentes: un diagnóstico preciso y un tratamiento en correspondencia. La ausencia de esos requerimientos solo se puede explicar por las siguientes razones: ignorancia, mentira deliberada, tomadura de pelo a los cubanos y a los inversionistas, o una combinación de ellas.
De lo que fuera la exitosa y bien ponderada industria azucarera lo que tenemos hoy es un gran amasijo de chatarra que apenas produce azúcar. El sistema socialista centralizado de la economía ha tenido la magia de convertir a un país exportador de azúcar en un país importador. El arrastre improductivo acumulado y generado por el sistema ha puesto a punto de muerte una industria que por muchos años fue la locomotora de la economía nacional y el orgullo del país y sus ciudadanos.
La industria azucarera cubana no va a renacer con planes cantinflescos ni utopías continuistas basadas en esquemas obsoletos y concepciones políticas anticuadas de cómo manejar esta industria. La utopía de la continuidad es el último clavo que el régimen cubano ha puesto a la industria azucarera cubana en su ataúd.
La industria azucarera cubana necesita una transformación estructural drástica y urgente. Esta transformación estructural implica una estrategia basada en la descentralización total de la industria por parte del Estado. Ese proceso de descentralización debe gestarse en un ambiente de economía de mercado, de propiedad privada, desde sus niveles productivos hasta su estructura comercial y con un fuerte componente de inversión extranjera, donde tanto empresas extranjeras como los exiliados cubanos puedan jugar un rol trascendental por su experiencia, éxito y capital disponible.