En poco más de diez días y haciendo caso omiso de las recomendaciones de aislamiento a la población para evitar que se propague más el coronavirus en Cuba, la Seguridad del Estado ha citado y amenazado a varios periodistas independientes: Yoé Suárez y Waldo Fernández Cuenca, de DIARIO DE CUBA, y Camila Acosta y Julio Antonio Aleaga, de Cubanet.
Como suele ocurrir, los familiares también han sido blanco de amenazas. En el caso de Yoé Suárez, el oficial que se identificó como capitán Jorge, supuesto segundo jefe de la Contrainteligencia para la prensa, le advirtió que en su contra “pueden intervenir Fiscalía y Menores”, en referencia a la posibilidad de privarlo de la custodia de su hijo de dos años. La madre del periodista también fue citada, interrogada y amenazada con las consecuencias que podría sufrir su hijo.
A Leidys Despaigne Barrero, esposa de Julio Antonio Aleaga y madre lactante de un bebé de 11 meses, la amenazaron con la deportación a Santiago de Cuba, pese a que se encuentra domiciliada legalmente en la capital, al estar casada. El objetivo de la intimidación, que Despaigne Barrero ha sufrido desde 2017, es que ella se sume a la presión sobre su esposo para que desista de su labor como periodista.
Todo esto es el pan nuestro de cada día para periodistas, opositores y activistas. No se puede decir que sea peor en estos momentos. En realidad, estos son los momentos que la Seguridad del Estado podría aprovechar para relajarse. Vivir y dejar vivir, o simplemente dejar de reprimir. ¿Por qué no lo hace?
El coronavirus es el pretexto perfecto para restringir las libertades de la ciudadanía. Ahora, no es preciso informarle a nadie, en el momento de cruzar la frontera en el aeropuerto, que no puede salir del país, ni es necesario secuestrar a nadie de camino al aeropuerto y retenerle hasta que la pérdida del vuelo sea inevitable. Ahora, no son solo los opositores, activistas y periodistas independientes los que tienen restricción para viajar, sino todo el pueblo de Cuba, y hay un buen motivo para esta restricción: la pandemia.
Más aún, si algún periodista, activista u opositor decide desafiar el virus y salir, no necesariamente a realizar la peligrosa "actividad contrarrevolucionaria" de informarse e informar sobre lo que sucede, sino a intentar conseguir comida, los agentes policiales pueden ordenarles permanecer en su casa, no para impedirle realizar su trabajo, sino con ese maravilloso pretexto caído del cielo del coronavirus.
Ya no necesitan amenazar con acusarlos de divulgación de noticias falsas. Ahora hay un nuevo, casi irrebatible, cargo: propagación de epidemia. Pero al obligarlos a abandonar el aislamiento para acudir a una citación de la Seguridad del Estado, los oficiales no solo ponen en peligro a los citados, sino a todos los que se crucen con ellos de camino a la estación de policía y a quienes conviven con los citados. O sea, son los propios agentes de la Seguridad del Estado los que incurren en el delito de propagar la epidemia, cuando cuentan con la posibilidad de mantener al personal incómodo dentro de sus casas.
Esta podría ser una especie de tregua, debido a la pandemia. ¿Por qué no la aprovecha la Seguridad del Estado? ¿Por qué actuar a lo bruto? ¿Para qué seguir provocando denuncias que, aunque el Gobierno cubano se burle hasta de la ONU, siguen minando, lenta e implacablemente, su credibilidad incluso ante personas de izquierda en el mundo?
En mayo de 2018, DIARIO DE CUBA tuvo acceso a documentos utilizados por las Fuerzas Armadas durante los ejercicios militares Bastión 2016, según los cuales, los periodistas independientes serían el primer objetivo a inmovilizar en caso de protestas masivas contra el Gobierno. ¿Será lo que prevé la Seguridad del Estado en las actuales circunstancias?
La presencia de policías en las calles, que, a juzgar por las fotos de colas para comprar alimentos y aseo, no parece destinada a que las personas mantengan la distancia entre ellas, recuerda la que siguió al huracán Irma en 2017.
En aquel momento, hubo protestas en los municipios Diez de Octubre, de La Habana; Carlos Rojas, de Matanzas y Morón, de Ciego de Ávila, debido a la demora estatal en restablecer servicios básicos.
La falta de agua es uno de los problemas con los que deben lidiar las personas en muchas zonas del país. En febrero de 2020, antes de la llegada del coronavirus a Cuba, residentes de Zulueta y Corrales en La Habana Vieja, cerraron las calles para exigir al Gobierno agua potable. ¿Qué puede ocurrir ahora que contar con agua puede ser cuestión de vida o muerte?
Ya había una seria escasez de productos de aseo antes de la llegada del coronavirus a Cuba. Si conseguir jabón y detergente antes era cuestión de tener buen olor o al menos un olor civilizado, o de poder mantener un negocio de gastronomía donde la higiene es crucial, ahora es cuestión de no oler a cadáver.
Si antes la disyuntiva era entre hacer una cola de horas para comprar comida o morirte de hambre; ahora se trata de escoger entre que te mate el coronavirus o que te mate el hambre. No se puede hacer cuarentena con el refrigerador vacío. En una cola te puedes contagiar; sentado en tu casa, te puedes morir de hambre.
Si en los meses previos al brote del coronavirus en el mundo, Cuba vivía un período coyuntural muy parecido al "Periodo Especial" de los años 90, cuyo fin nunca ha sido oficialmente decretado, ¿qué puede ocurrir en el país ahora con epidemia, escasez de alimentos, de agua y de productos de aseo, sin turismo, sin remesas y sin que muchas personas puedan trabajar?
¿Qué puede ocurrir? Quizás, nada. A lo largo de seis décadas, el pueblo cubano ha dado más muestras de comodidad, desidia y sumisión, que de valor para luchar por su libertad y sus derechos. Con esto ha contado hasta el momento el Gobierno cubano, pero todo puede cambiar. Las autoridades lo saben y lo temen. Si no pueden evitar una revuelta de grandes proporciones, intentarán al menos hacer control de daños. En este caso el control de daños es evitar que los periodistas independientes puedan reportar una noticia como esa.
Con tres párrafos bastaba para decir lo expuesto aquí. DDC paga por contenido y calidad o por cantidad de letras?.