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Poesía

Adiós

'Adiós, apacibles o revoltosas cabezas,/ adiós, criaturas. La tarde larga de los campos/ se terminó; terminó el cielo/ ornado de nubecitas, a término llegaron/ también los efectos especiales'

Buenos Aires
'La vaca' de Eduardo Abela.
'La vaca' de Eduardo Abela. Museo Nacional de Bella Artes de Cuba

 

                                     Despedida al pueblo vacuno


Se abren por un momento los portones
que dan al exterior y desde la playa
de matanza del piso tercero
entra la luz de noviembre.
Junto a la luz, entran rodando a la caverna
dos cuerpos en muerto revolcón.
Se abalanza la cuadrilla de los butchers:
un tajo limpio, la decapitación,
y en una cinta se alejan las testas cornudas.

Adiós, apacibles o revoltosas cabezas,
adiós, criaturas. La tarde larga de los campos
se terminó; terminó el cielo
ornado de nubecitas, a término llegaron
también los efectos especiales,
los grandes eventos que durante años
dieron qué hablar al pueblo bovino:
aquella inundación que duró meses,
o aquel famoso incendio de los pastizales,
o la tormenta que plegó el cielo
como la mano de un coloso aplastaría
una chapa medio oxidada
arrojándola, displicente, a lo lejos,
a estamparse sobre el campo
en un festival de rayos y aguacero.

Ya ninguno de esos portentos volverán;
no para ustedes.
Adiós, cabezas de vacas, ya no es necesario
que en lo alto de cuerpos negros o marrones
simulen pensar, con parsimonia,
en las cosas del mundo y las mudanzas de Fortuna.
Ya no hay nada qué pensar, Fortuna
volcó al fin lo que en su urna secreta guardaba,
acabó para ustedes el mundo
y nosotros nos haremos cargo del cadáver
que es, en este caso, lo que importa.
Años y años las dejamos rumiar en nuestros campos
les buscamos tierras altas si inundábanse las bajas,
pasto nuevo cuando el viejo se gastaba.
Les quitamos parásitos, cuidamos
amorosamente de sus dentaduras
robándoles apenas una poca de leche
que de todos modos les sobraba.
¿De veras creían que ahí cerraba el trato?
Error: las mirábamos y veíamos filetes,
las contábamos y contábamos kilos
de carne y entrañas, pulgadas cuadradas
de cuero, gruesas de botones, huesos, sebo
para velas, un ojo teníamos puesto
en cada cosa de ustedes que ocupara
lugar en el espacio, moviera la impiadosa
de la balanza aguja.

Ahora sí, llegó la hora de saldar cuentas,
Las que fueron patas delanteras
ahora son garrones superiores
a sendas roldanas enganchados.
Dos cortes hábiles y el juguete se desarma,
asumen las víctimas figura
decididamente vertical.
Otro par de golpes de las hoces veloces,
una maniobra audaz y las pieles son quitadas,
quedan las reses blancas
que la sierra transforma en medias reses,
blancos medios cadáveres que a la noria ensartados
van a hacer su grand tour por los pisos inferiores
hasta que solo quede el gancho,
disponible para nuevas aventuras.

Ya nadie sabrá qué mitad
a qué otra mitad correspondía,
las latas de corned beef no llevarán
de ustedes el nombre, si es que nombre tenían:
ahora, queridas, se llaman todas SWIFT.
Si se olvidaran de este nombre tan raro,
pueden consultarlo en la parte exterior de la lata.
Mm, es verdad que ya no les quedan ojos
para ver y que nadie se ha tomado nunca
y nadie ha de tomarse ya el trabajo
de enseñarles a leer:
apréndanlo entonces de memoria.
Lo repetiré lentamente:
ESE - DOBLE VE - I – EFE - TE.
¿Verdad que es fácil?

Pero si cuando suene la trompeta del Juicio
cada cual ha de presentarse de su cadáver munido
ante el Creador, menudo problema van a tener
para acudir al llamado. Aquí me sugieren
que lo mejor es que nombren un abogado;
tal vez la compañía les preste uno;
pero me temo que el Señor en la ocasión no acepte
representantes, y menos colectivos: cada una
con su cabeza bajo el brazo, debería ser.
Qué lío. Habrá que pensar en ello.

 


Daniel Samoilovich nació en Buenos Aires, en 1949. Reunió su poesía en Rusia es el tema (Poemas reunidos 1973-2008) (Bajo la Luna, Buenos Aires, 2014). Ha traducido a Horacio, Shakespeare y Katherine Mansfield, entre otros autores. Entre 1986 y 2011 dirigió una de las grandes revistas de la lengua: Diario de Poesía. Sus libros más recientes son El libro de las fábulas y otras fabulaciones (junto a Eduardo Stupía, Pre-Textos, Madrid-Buenos Aires-Valencia, 2022) y Berisso 1928-La vida futura (Bajo la Luna, Buenos Aires, 2023), al cual pertenece este poema.

De este libro dice su autor:  "A comienzos del siglo XX las empresas estadounidenses Swift y Armour establecieron en Berisso, a unos 70 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires, dos complejos que fueron conocidos como 'los frigoríficos': una denominación algo imprecisa, ya que en rigor integraban matadero, frigorífico, procesadora y enlatadora de carne y subproductos, más sendos astilleros; se compraban reses en los campos cercanos y se embarcaban directamente hacia Europa y EEUU latas y productos congelados. Miles de inmigrantes fueron sometidos allí a duras jornadas de trabajo, organizado y controlado a la manera de los más modernos frigoríficos de Chicago. Poco a poco creció en torno un barrio obrero de casas construidas con las láminas de chapa corrugada provenientes del desguace de los primitivos contenedores que llegaban al cercano puerto de La Plata".

"A lo largo de Berisso 1928-La vida futura la obrera Teresa Karolak y el obrero David Bronstein sueñan con la desarticulación total de la noria, la línea de producción que es la tortura de los trabajadores. Este sueño de 1928 converge con la realidad de 80 años después, 'fotografiada' en el fragmento que abre el poema con la visión de los frigoríficos en ruinas. No se trata exactamente de su caída del modo en que Bronstein la ha imaginado, por obra de la revolución, sino —parece— de su decadencia en la era postindustrial. (Hay que reconocer, por otra parte, que la revolución en la versión de David Bronstein es más parecida al Apocalipsis que a una transformación económica o política de cuño leninista.) En cualquier caso, ¿se trata de una burla del destino sobre ciertos sueños en particular o de la emergencia de una vis ironica presente en todo curso histórico? ¿O, de un modo aun más general, de una broma del universo, algo así como esos scherzi di Natura que el barroco italiano creía ver en las figuras que las estalactitas y estalagmitas formaban en las cuevas? El autor aquí rinde su pluma, no sabría decir tanto, trató solo de cantar lo que había visto o leído, lo que le contaron o se imaginó ante las ruinas de los frigoríficos y las puertas y ventanas canceladas del barrio obrero que los rodeaba, hoy suspendido en el tiempo, alucinado."

"¿Y por qué 'la vida futura'? Porque se me ha cruzado la idea de que esta arqueología, que en buena parte es también imaginaria, nos dice algo sobre el futuro. También nuestras ciudades pasarán: quedará —dice Bertolt Brecht— el viento que las recorre."

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