Tropezaba con el canto de los muebles, no
era yo, no dolía: mordía
aire creyendo morder
una manzana colorada,
aire mordisqueaba
entre mis verdes
dientes tocados de
clorofila.
No volví a oír música, leer poesía, escribirla,
tropezaba con el desaliento
que viene de la saturación:
era invierno en el sur del
país, en dos ocasiones se
cayeron los puentes de
madera, nevó, cayó
cellisca, todo es
transitorio.
Los días se hacen largos, abro un libro,
bostezo (lagrimeo)
lo coloco bocabajo,
llegan ruidos del
exterior, gente que
pasa, perros que
ladran, esquifes:
todo ruido se vuelve
el crujir de una rama
de enebro, aleteo de
la alondra a punto
de rebasar el Monte
Sumeru.
Al alba el relente quema el heno, a la entrada
de la troje miré la
hora en el reloj
de cocina, no la
encontraba: nada
se explica con el
pensamiento,
recurrí a practicar
ikebana.
Pasé revista a estos últimos años, nada de
particular: pasaré
revista cuando
suceda mi muerte
natural, el incordio
de una breve
enfermedad, solaz
oír teclear (taladrar)
el acta de defunción,
recoger la ceniza
con la badila
plateada, trotar a
mi lado la yegua
percherona
sacándole una
cabeza al Ciclista.
José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió en 2013 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Para celebrar sus 80 años, Ediciones Rialta publicó un volumen de sus ensayos, Cartas de Hallandale (Querétaro, 2020), la edición bilingüe de su poemario Carece de causa (traducción al inglés de Peter Boyle, Querétaro, 2020) y una entrevista de Gerardo Fernández Fe: José Kozer. tajante y definitivo (Querétaro, 2020). Este poema pertenece a un libro inédito.