La mañana del día después
de la muerte del padre
a la madre consolaba, o fingía,
que afligida le narraba la agonía—
las horas en el cuarto del hospicio,
sudores como mares,
la incontrolable peste del efluvio.
Él, que a medias escuchaba,
absorbe con control esa otra parte
del sórdido dato concluyente: el viejo
por fin se había marchado.
El día, oscuro para algunos,
en cambio, es sol de alivio—
pensar que aquel castigo pesaroso
al final de la hazaña levantaba.
En lapso irremediable él mismo
temeroso a la madre le lanzó
lo que abrigaba: "Me alegro que haya muerto".
"Yo también", contestó para su asombro.
Y de pronto adjetivó: "Sufrió bastante.
Morir fue bendición".
Fue fácil descifrar el error de la comedia:
imposible burlar, o acometer,
la ley severa. Y el hijo,
que más tarde se alejaba de la Madre,
contando la historia que quedaba
al fin se dijo:
¿Qué queda de la paz de aquel sepulcro?
¿Quién de los dos descansa?
Enrico Mario Santí nació en Santiago de Cuba en 1950. Junto a una extensa obra ensayística, ha publicado las más fiables ediciones anotadas o críticas de Octavio Paz, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Neruda y Fernando Ortiz. Recogió sus poemas en Son peregrino (La Torre de Papel, Miami, 1995).