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Narrativa

Disensión

'De repente se le cortó el habla. Hacía unas semanas las tropas antimotines habían enfrentado una protesta dentro de sus filas.'

Montreal
Fidel Castro y José Martí, unidos en una imagen de propaganda oficial.
Fidel Castro y José Martí, unidos en una imagen de propaganda oficial. Cubaperiodistas

           

                                                                                                                       Para Ramón Fernández Larrea

 

Aquella mañana Yulieski González abandonó la cama antes de que sonaran los acordes de "Gasolina": fósil que despierta. El motivo era la citación (09:00 hora militar) recibida de las dependencias del Ministerio del Interior.

Luego de una serie de trámites la espera había sido de fundirse al teléfono. De estar pendiente del cartero. De policías o sospechosos que merodearan por el barrio. Cualquiera podía ser el portador de su cheque político en blanco. Al mensajero se le adora. Bendice con velita o golosina en menor altar. Hasta que la impaciencia fue recompensada.

El capitán Rubén Cantarilla regresaba de sus vacaciones en la base de campismo La Coronela. Marabusales del Caimito profundo. Echó una ojeada a su oficina. Cada elemento estaba en su lugar. El olor de las plantas regadas por la secretaria inundaba la habitación. Ordenó agendas, lápices, bolígrafos. Un oficial prolijo llegaba más lejos. Demostrado estaba.   

Rubén se arrellanó en la silla giratoria y examinó el orden del día. Antes de terminar la lectura su poco agraciada secretaria asomó la cabeza por la puerta entreabierta. La grotesca imagen parecía salida de otra dimensión. Demasiadas series fantásticas, sonrió.

—Aquí está la primera citación.

El oficial hizo un gesto afirmativo. La gorgona desapareció y Yulieski entró en la habitación. El capitán simulaba escribir algo en una agenda.

—Siéntese, González —dijo sin apartar los ojos de la página y el recién llegado obedeció.

Rubén levantó el rostro. Bastó una rápida mirada para aquilatar la candidez del joven. A juzgar por la primera impresión la elección había sido justa. El comportamiento de la juventud resumía el carácter de los tiempos que corrían. En detalles como ese radicaba la pasión por su trabajo.

—Yulieski… ¡qué nombre tan raro! Jamás lo había escuchado.

—Es cosa de familia —explicó el candidato con disimulado nerviosismo—. Así se llamaban mi abuelo y mi padre y ahora yo.      

—Claro, las tradiciones, ¿qué fuera de nosotros sin ellas?

Yulieski se percató del escenario. Una foto de Fidel Castro —el condotiero en la cima de una montaña mira hacia la nada con el fusil en bandolera— y un retrato de José Martí —coposo mostacho, ojos febriles— ocupaban la pared detrás del escritorio. El resto consistía en estantes y libreros rebosantes de carpetas y macetas con ficus y malangas. Una consola de aire acondicionado (ON). Un sitio acogedor. Distendió su espalda y se acomodó en la butaca.

—Entonces, estás aquí porque deseas convertirte en opositor, ¿no? —la pregunta, aunque retórica, infundía confianza.

—Desde que llegué a La Habana no pienso en otra cosa, usted no se imagina lo que es vivir en Los Hornos, de solo decir el nombre siento calor, una aldea de doscientos habitantes, sin WiFi…

—Sucede a menudo, jóvenes comprometidos con la situación del país, pero fatalmente el locus de enunciación conspira contra ellos.

Acto seguido disfrutó del efecto de la frase: ceño fruncido del joven. La había aprendido durante el interrogatorio a un crítico de arte. Average: cien veces pronunciada. Cien veces desconocido el significado.  

—El locus de enunciación no tiene nada que ver con la locura, al menos de manera directa —el discreto derroche marcaba la diferencia en calidad de oficial del Ministerio—. Significa lugar desde el cual se dicen las cosas y se relaciona con la perspectiva del sujeto hablante.

Yulieski asintió. Su rostro denotaba orfandad de conocimiento.   

—Imagínate, convocas a una huelga en protesta, digamos, por la ausencia de…

De repente se le cortó el habla. Hacía unas semanas las tropas antimotines habían enfrentado una protesta dentro de sus filas. La inexistencia de almohadillas sanitarias en la capital había provocado que las combativas marianas —agentes encargadas del diálogo con las opositoras: suma expresión de igualdad de género dentro de la institución—, protagonizaran una manifestación unidas a las esposas de los peloteros de Industriales. Ese día tenían la misión de impedir una velada poética en la sede del Ministerio de Justicia. Un grupo de mujeres, pangéneros y transpersonas exigían que el Artículo 4 de la Constitución, destinado a reprimir a la oposición, fuera más cuidadoso respecto al lenguaje inclusivo. Se trataba de opositorxs todes, no de opositores, sustantivo heteropatriarcal que las discriminaba junto al resto de las identidades sexuales. Los camiones aparecieron y el cuartel estaba vacío. Uniformadas y beisbolísticas esposas protestaban en la oficina central de la Industria Farmacéutica. El caos se les vino encima cuando las recitadoras supieron del meeting por la falta de almohadillas y decidieron, por solidaridad, cambiar de locus de enunciación. Persuasión y logística punitiva habían sido puestas a prueba. Si bien no sabían cómo reprimir a un pangénero o a una transpersona, pues desconocían la existencia de transtonfas o pantoletes de goma. Espantó el aciago recuerdo.

—…convocas a una marcha en un pueblucho donde la gente no pasa de tres o cuatro viejos de los CDR y FMC y seguro que te vas en blanco, el colmo de la frustración, y si algo queremos es ver a la juventud batallando por sus sueños.

Yulieski movía la cabeza hacia arriba y hacia abajo como el brazo de un manekineko, lo que para el anfitrión significaba que su candidato estaba impaciente.

El oficial buscó entre las carpetas del librero. Yulieski miró el retrato de Martí: el desmandado bigote se robaba el show. El apóstol y su vecino relampagueaban de marco a marco.

MARTÍ: ¡Oh!, pino nuevo, cuánto candor y rabia conspicua, el tigre de adentro.

FIDEL: ¡Coño, Martí! ¿Rabia conspicua? ¿El tigre de adentro?

MARTÍ: Claro, lo tuyo son "Los zapaticos de rosa".

FIDEL: Te equivocas, mucho que me hiciste sufrir en la escuela con ese poema, podía haber sido más corto pensando en los niños de Cuba.    

— ¡Eh! González, por favor.

—Perdone, estaba pensando.

— ¿Qué le decía Martí a Fidel? —dijo Rubén con voz destemplada—. Le pasa a todo el que se sienta en esa butaca, no se preocupe.

Yulieski, asombrado, se encogió de hombros a modo de disculpa.

—Desea convertirse en opositor, a ver, a ver… —musitó el capitán mientras recorría las páginas—. Le recomiendo algo sencillo para principiantes.

El joven estaba satisfecho con el tino de Rubén, reconocía su diligencia. El hombre que tenía delante encarnaba la mismísima imagen de la colaboración y el cambio.

—Si intenta romper el hielo con un acto escandaloso como darse candela en el Memorial Granma en apoyo a algún disidente preso, le informo que es cosa gorda. Nuestra tarea es, entre otras, salvaguardar la vida de cada opositor.

—Entiendo, algo para ir entrando en calor contestario.

—¡Calor contestatario! Ni el Apóstol lo hubiera dicho mejor. ¿Qué le parece incorporarse a un grupo animalista con énfasis en la prohibición del consumo de carne de perros y gatos y el matrimonio igualitario entre…? Ya sabes. 

El candidato frunció el ceño, clara señal de que la propuesta le parecía incomprensible y banal. A la zaga de sus expectativas de interpelación ciudadana.  

—¿Animalista? Nunca había pensado en eso, estoy más interesado en los derechos humanos, eso no me parece relevante.

—Tenga cuidado, ellos no lo ven así —dijo el oficial cruzándose de brazos en actitud paternal—. Bastante lucharon para lograr que se extendieran los servicios veterinarios a cada municipio del país y que se crearan albergues para mascotas, provistos de alimentos y medicinas en todas las provincias.

—Con más razón, ahí no hay nada que hacer, ¿tiene algo más interesante?

Rubén esbozó una sonrisa de perdonavidas.

—Se equivoca, González, hablamos de un problema que hizo pensar a la dirección del Partido, porque la gente prometió cambios en su dieta si se les admitía en los albergues. Pensábamos que era provocación, pero no. El problema era el trabajo deficiente que hacían en Vivienda y Salud Pública. Los albergues repletos de personas y animales colapsaron, y el Estado canceló el programa.

El candidato no entendía nada. Pasó su mano por la frente y los ojos.   

—Ahora existen dos asociaciones: una oficial que se dedica a defender las conquistas de la revolución y a luchar contra el bloqueo, y otra independiente que trabaja por los derechos de los animales. ¿Le interesaría militar en la segunda? Los carnés son muy bonitos.

Yulieski se imaginó desfilando en favor de la libertad de expresión de cotorras y papagayos. O por el derecho a contraer nupcias con alguno de estos, y estuvo seguro de que deseaba invertir su disconformidad en mejores causas.

—Capitán, yo…

—Está bien —dijo comprensivo el oficial—, aquí no estamos para obligar a nadie, solo deseamos ayudarlo.

Rubén regresó a las páginas del legajo.

—¿Qué tal recoger firmas para exigir el cierre del Museo Nacional del Acto de Repudio?

El joven resopló bajito.

—Ok, olvídelo. Aunque le sugiero que debe visitarlo, en sus salas hay exponentes fabulosos, la colección de huevos de 1980 es única en Latinoamérica, y el edificio es un primor, por muchos años fue sede del Museo de Bellas Artes.

Yulieski estiró sus piernas y entrecerró sus ojos.  

FIDEL: Siempre me he preguntado por qué la niña de tu poema nunca se puso los zapaticos que tanto necesitaba. Eso de meterlos en una urna no tiene sentido. O no sabes nada de niños o eres un sádico.   

MARTÍ: De bárbaros ignaros atroces argumentos. Ten cuidado, aléjate del serrano abismo. Todo por una fotografía, esa es tu tragedia.

Rubén tosió y el joven se sacudió sobresaltado.

—Esos dos tendrían tanto que decirse, palabras para la historia, diría yo. Si le interesa fue idea mía desafiarlos en diálogo con el futuro.

A Yulieski le pareció ver que Fidel se alejaba del filo del barranco.  

—Bueno, aquí tengo algo más subidito de tono: clausuramos la exposición de un artista disidente, esto desencadena una huelga de hambre, de las cortas por supuesto, lo asignamos al grupo y se va abriendo camino. Solo tiene que ser honesto consigo y con el departamento, no puede probar ni el pan de la bodega. ¿Qué piensa?

El candidato sopesó la oferta. Una huelga de hambre, corta o larga, individual o colectiva, era una redundancia. Si algo experimentaba casi a diario era la tensión, y falta de fluidez, entre sujeto hambriento y objeto de deseo.  

—No, es que padezco de acidez… y temo que mi papel no tendría la relevancia que el evento requiere.

—Qué pena, tome cocimiento de salvia en ayunas, se acordará de mí.

Yulieski agradeció el consejo. Lo bebería. En ayunas. Cada mañana.

—¿Es usted paranoico? ¿O sufre de delirios de persecución?

—No sé, bueno, a veces soy un poco paranoico como todo el mundo.

Se acercaban al cierre del trato, pensó Rubén. La entrevista se extendía demasiado. En cualquier momento él también comenzaría a impacientarse. Algo fatal en los resultados de su trabajo.

—Perfecto, repartir panfletos antigubernamentales se pinta solo. Piense que anda por La Habana entregando la peligrosa propaganda y alguien lo persigue. De eso nos ocupamos nosotros. Le pondría los nervios de punta, y eso, González, curte al opositor más exigente.   

Panfletos. Odiaba la palabra. Además, no conocía la ciudad. Temía extraviarse e ir a parar a un lugar desafortunado y entregar el explosivo material a un destinatario no indicado. Arruinar de forma tan estúpida su arrancada subversiva no iba con él.  

El oficial dejó escapar un inquieto suspiro y volvió al mamotreto.

FIDEL: Oye, Martí.

MARTÍ: Dime, Fidel.

FIDEL: Ya a nadie le importa la historia. Los jóvenes piensan que tú y yo entramos juntos al Moncada por la posta tres. ¿No te espanta eso?

MARTÍ: Haga cada uno su parte del deber. Soez cabrón, tú me metiste en esa.

El capitán miró su reloj.

—Por favor, González, concéntrese, ese diálogo…, se nos escapa su sentido, en 15 minutos tengo una reunión con el ministro —presionó Rubén.

—En principio me interesa, pero no conozco La Habana, y me gusta hacer las cosas bien, soy muy exigente conmigo mismo, por eso estoy aquí.

Debajo del buró las piernas de Rubén se movieron acompasadas. El indeciso candidato comenzaba a exasperarlo. Estaba por pensar que se trataba de un completo inútil.

—¿Cómo estás en infografía?

La mueca de Yulieski le bastó.

—A diario lo ves, me refiero a la representación visual de información y datos, contestatarios en este caso.

Yulieski sin saber qué decir se apegó a su ansia original. A la que debía su presencia en la oficina.

—Oficial, solo quiero oponerme, siento que es mi deber, ¿comprende? —dijo y sintió sobre sí la mirada adusta del Apóstol.

—¿Le interesa el grafiti? ¿Grabar una canción mercenaria que suene patriótica? ¿Desmelenarse en una conga subversiva de la LGTBQ?

El candidato se rascó la cabeza escéptico. ¿Es que resultaba tan complicado afrontar al régimen? Buscó auxilio en el magno retrato. Los ojos del héroe despedían ascuas encima del bigote.

FIDEL: Con tipos como este no se llega a ninguna parte.

MARTI: El respeto a la libertad es mi fanatismo: si muero, o me matan, será por eso.

FIDEL: ¿Qué te pasa, Martí? A ti te mataron y yo morí hace rato, y este González es un inepto.     

—Claro, ¿cómo no se me había ocurrido antes? —improvisó Rubén entusiasmado—. Usted aspira a escribir artículos que confronten a la prensa oficial. Es fascinante trabajar y apoyar a los que toman por ese camino, debo admitir que Granma y el noticiero hay días que se pasan. Aquí tengo una lista de periódicos y revistas con los que podría colaborar. Si algo puedo oler a la distancia que sea, es a un periodista independiente en potencia. Le aseguro éxito. ¿Sí o sí?  

Yulieski respiró profundo. El guerrillero se acercó de nuevo al borde del abismo.

—Nada de periodismo independiente, lo que quiero hacer cuando salga de esta oficina es… —dijo y la voz se le quebró.

El oficial había errado. Mas, la integridad del candidato brillaba con una intensidad que daba a la reunión un giro sorprendente en su favor.   

—Quiero salir de esta oficina e ir por las calles gritando a pleno pulmón: "¡Abajo Fidel!" Eso: "¡ABAJO FIDEL!"

Yulieski se dejó caer en la butaca jadeante. Contagiado con el grito, y la inmortalidad del legado del comandante en jefe, el capitán lo miró emocionado.

—Hace rato me di cuenta de que usted no venía por el bulto —dijo Rubén y volvió a sumergirse en la profundidad insondable del mamotreto.

Sus ojos volaban de columna en columna.

—Ajá, por gritar…, la tarifa actualizada es de 7.000 dólares. Debe llenar un formulario, abrir un depósito bancario en nuestra oficina y ponerse en contacto con sus familiares o patrocinadores en el extranjero para efectuar el pago. Entonces recibirá su licencia y podrá gritar…, eso mismo, las veces que desee durante una semana, tiempo que garantiza el desembolso. Pasados siete días, si no se ha perdido las cuerdas vocales, tendrá que volver a solicitar otra recarga. ¿Listo?

—¿Cómo…? ¿De qué habla…?

El capitán movió su cabeza condescendiente.

—Ah, González, ¿usted no sabía que MC significa Departamento de Moneda Convertible? Cobrar por el derecho a disentir supera en beneficios económicos al turismo y la inversión extranjera. De dónde piensa que sale la divisa para la leche de los niños y las hemodiálisis. Por supuesto, hay tarifas y tarifas y usted optó por el acto más abyecto. Ese grito y quemar un círculo infantil, después de las nueve de la noche, claro, son el tope de los hechos contrarrevolucionarios, y eso cuesta plata. No aceptamos ni descuentos ni regateo.    

Yulieski yacía encogido y anonadado. ¿Opositores recargados? ¿Cómo nadie se lo había dicho? ¿Y si salía a la calle por su cuenta con un cartel que dijera: "Movimiento San Isidro. 85 Aniversario"? La sombra del cuartel de Villa Marista, que aún estaba en pie, se deslizó sobre él. El candidato temblaba.

El capitán tamborileaba con sus dedos encima del buró a la espera de que Yulieski decidiera iniciar el proceso para obtener dicha licencia.

El joven se llevó las manos a la cabeza.

—¿Viste eso, Martí? —preguntó el guerrero al filo del abismo a su bigotudo compañero.

 

Montreal, marzo de 2021


Francisco García González nació en Caimito, en 1963. Sus últimos libros publicados son los libros de cuentos La cosa humana (Oriente, Santiago de Cuba, 2010), Todos los cuentos de amor (Letras Cubanas, La Habana, 2010), la novela Antes de la aurora (Linkgua, Miami, 2012) y el libro de cuentos Nostalgia represiva (Casa Vacía, Virginia, 2020).

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