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Poesía

De últimas horas

'me dediqué a oír a/ Palestrina y siendo/ ateo consumado recé/ a la noche antes de/ echarme, bulto, a/ dormir...'

Hallandale Beach
Estatua de Tokugawa Ieyasu, en el templo Tōshō, Nikkō, Japón.
Estatua de Tokugawa Ieyasu, en el templo Tōshō, Nikkō, Japón. Britannica

 

En qué aguas últimas (Missa brevis) me he
    puesto a escuchar a
    Palestrina, y al pie
    de qué oquedales
    (últimos motetes):
    adónde, qué ha sido
    todo esto, exangüe
    me encuentro entre
    las piezas únicas
    de colección que
    me quitaron el sueño,
    me exaltaron, el
    jarrón chino donde
    practiqué ikebana,
    las piezas oxidadas
    de hierro esculpidas
    en África Central,
    serían robadas:
    piezas de devoción,
    para mí fueron de
    exhibición. Leía a
    Santa Teresa, a fray
    Luis de Granada,
    Pedro de Alcántara
    con su cilicio de latón,
    Malón de Chaide:
    cómo se justifica
    leerlos en penumbra
    y noches cerradas,
    en alta madrugada
    entre juguetes de
    hierro coleccionados,
    robados de las tumbas
    sagradas de la India,
    acompañaban a los
    niños hindúes muertos
    a deshora en su viaje
    ulterior: pagaba, no
    regateaba, el caso
    era aumentar mi
    manía de coleccionar
    (toda una retórica)
    para gloria y vanagloria
    de la sala: muebles de
    majagua, arcones de
    palisandro que olían
    a alcanfor por dentro,
    en su muerte olería
    por igual mi madre:
    murió, me desprendí,
    dispersé mis colecciones,
    me dediqué a oír a
    Palestrina y siendo
    ateo consumado recé
    a la noche antes de
    echarme, bulto, a
    dormir. Ieyasu
    muriendo en cama
    acolchada, almohada
    de madera, el vientre
    reventado por un
    cáncer, los monjes
    lo consolaban
    golpeando calabazas
    huecas (secas) que
    anuncian el Vacío:
    lo veo, y cómo, en
    su lecho todopoderoso
    de muerte, lo cubre un
    grueso edredón pese
    al intenso calor del
    verano, no me inmuto:
    me siento desprendido,
    vía purgativa, a más no
    llego, no he llegado:
    penas de aguas
    resquebrajadas, aguas
    serenadas en una
    palangana a lo largo
    de la noche, acaba la
    misa, devuelvo a
    Palestrina a su sitio
    en la repisa de los DVD,
    me asomo: ese es el
    pozo, ese el fundamento
    que se asemeja al fondo
    de la tierra, sillares
    inversos, piedra caliza,
    basalto, gneis, todo
    encaja salvo la retahíla
    de los muertos.

Nada me conmueve, pasó mi enfriamiento,
    carezco de culpa,
    revierto de aguas
    últimas, ventrículo
    deteriorado, versículo
    hecho trizas, la
    vejación de la
    pestilencia adherida
    a la carne de quien
    se va descomponiendo,
    vehículo neutro, no
    merezco, no desmerezco:
    errancias desacertadas
    por ponerme a hurgar
    donde no me han
    llamado o quién me
    dio vela en este entierro:
    todo por exhibir unos
    cachivaches comprados
    a altos precios, atestar
    los intersticios de una
    casa Oh Missa brevis,
    Palestrina, la vaca por
    la chiva, gato por liebre.

 


José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió en 2013 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Para celebrar sus 80 años, Ediciones Rialta publicó un volumen de sus ensayos, Cartas de Hallandale (Querétaro, 2020), la edición bilingüe de su poemario Carece de causa (traducción al inglés de Peter Boyle, Querétaro, 2020) y una entrevista de Gerardo Fernández Fe: José Kozer. tajante y definitivo (Querétaro, 2020). Este poema pertenece a un libro inédito.

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