En qué aguas últimas (Missa brevis) me he
puesto a escuchar a
Palestrina, y al pie
de qué oquedales
(últimos motetes):
adónde, qué ha sido
todo esto, exangüe
me encuentro entre
las piezas únicas
de colección que
me quitaron el sueño,
me exaltaron, el
jarrón chino donde
practiqué ikebana,
las piezas oxidadas
de hierro esculpidas
en África Central,
serían robadas:
piezas de devoción,
para mí fueron de
exhibición. Leía a
Santa Teresa, a fray
Luis de Granada,
Pedro de Alcántara
con su cilicio de latón,
Malón de Chaide:
cómo se justifica
leerlos en penumbra
y noches cerradas,
en alta madrugada
entre juguetes de
hierro coleccionados,
robados de las tumbas
sagradas de la India,
acompañaban a los
niños hindúes muertos
a deshora en su viaje
ulterior: pagaba, no
regateaba, el caso
era aumentar mi
manía de coleccionar
(toda una retórica)
para gloria y vanagloria
de la sala: muebles de
majagua, arcones de
palisandro que olían
a alcanfor por dentro,
en su muerte olería
por igual mi madre:
murió, me desprendí,
dispersé mis colecciones,
me dediqué a oír a
Palestrina y siendo
ateo consumado recé
a la noche antes de
echarme, bulto, a
dormir. Ieyasu
muriendo en cama
acolchada, almohada
de madera, el vientre
reventado por un
cáncer, los monjes
lo consolaban
golpeando calabazas
huecas (secas) que
anuncian el Vacío:
lo veo, y cómo, en
su lecho todopoderoso
de muerte, lo cubre un
grueso edredón pese
al intenso calor del
verano, no me inmuto:
me siento desprendido,
vía purgativa, a más no
llego, no he llegado:
penas de aguas
resquebrajadas, aguas
serenadas en una
palangana a lo largo
de la noche, acaba la
misa, devuelvo a
Palestrina a su sitio
en la repisa de los DVD,
me asomo: ese es el
pozo, ese el fundamento
que se asemeja al fondo
de la tierra, sillares
inversos, piedra caliza,
basalto, gneis, todo
encaja salvo la retahíla
de los muertos.
Nada me conmueve, pasó mi enfriamiento,
carezco de culpa,
revierto de aguas
últimas, ventrículo
deteriorado, versículo
hecho trizas, la
vejación de la
pestilencia adherida
a la carne de quien
se va descomponiendo,
vehículo neutro, no
merezco, no desmerezco:
errancias desacertadas
por ponerme a hurgar
donde no me han
llamado o quién me
dio vela en este entierro:
todo por exhibir unos
cachivaches comprados
a altos precios, atestar
los intersticios de una
casa Oh Missa brevis,
Palestrina, la vaca por
la chiva, gato por liebre.
José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió en 2013 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Para celebrar sus 80 años, Ediciones Rialta publicó un volumen de sus ensayos, Cartas de Hallandale (Querétaro, 2020), la edición bilingüe de su poemario Carece de causa (traducción al inglés de Peter Boyle, Querétaro, 2020) y una entrevista de Gerardo Fernández Fe: José Kozer. tajante y definitivo (Querétaro, 2020). Este poema pertenece a un libro inédito.