Y eran días, no sé si recuerdas, para entonar, en lo que regresaba,
la misma cantinela: creo saber lo que soy y, bueno, visto sobre
el desenfoque, esto que otro puede bien pasar como un descubrimiento.
Dicho así, era que se levaban las anclas de tanta medianía y comenzaba
a sonar, desde un origen mecánico que no alcanza a ser localizado,
una y otra vez el tema mismo de lo que hay. Meses atrás, se había comentado,
no sin cierta malicia, que los trabajos tenían ese aire de parentesco con el
polizón aprehendido en alta mar. Pequeñas tareas repetitivas de las que
se podía esperar una disminuida retribución. Sacar la costra negra
del fondo de los calderos o, de rodillas, pasar el mismo trapo por la madera
de cubierta, a cambio de permanecer en un viaje para el que, como quien dice,
no apartamos asientos. Todo había sido tomado en consideración
y eventualmente las preguntas quedarían sin responder.
Días, no sé si quieras recordar, donde contemplar a cierta distancia
el espectáculo de la captura, ayudaba a curar en salud todo amago ulterior
de progresión. En lo que los marinos levantan las redes llenas
de lo informe, al contacto del sol, poco después de traspasada la superficie,
era ver cómo la plata animal se aviva y refulge,
un tiempo antes de morir.
Ibrahim Hernández Oramas nació en Matanzas, en 1988. Es fundador y miembro del equipo del sello editorial cubano con asiento en México Rialta Ediciones.