La última lectura de Orlando (ensayos sobre poesía cubana), de Pablo de Cuba Soria, que acaba de publicar en Miami la ya relevante editorial Silueta —también promotora de la revista Conexos—, es algo más que una aventura crítica en el más intenso de los géneros literarios.
Tiene otras invitaciones a conversar. Sobre todo la válida de indicio —nada periférico— para sus poemas. Curioso sesgo de arrogancia transmutativa —muy a lo Lezama Lima— que no siempre es válido, porque a veces el escritor no escoge lo que más le interesa en función de su obra, o es muy reservado en cuanto a confesar sus gustos en ensayos, artículos, reseñas.
Para los que tuvimos la oportunidad de conocer al autor (Santiago de Cuba, 1980) desde su adolescencia, en un curso sobre José Lezama Lima impartido en Trocadero 162 en 1999, la lectura de estos textos críticos rompen el orden del índice, pues aquí aparecen —para facilidad del lector— por el orden cronológico de los poetas estudiados, no por la fecha en que fueron escritos (debieran traer data). Tampoco en un grupo por su carácter estrictamente académico, y otro grupo donde estarían los más libres, sin excesos referenciales y apoyaturas expresas —citas— en teoría literaria, estética y filosofía.
Leerlos ahora —la mayoría releerlos— permite constatar que la poderosa tradición cubana de crítica literaria —se remonta al tránsito del neoclasicismo al romanticismo— mantiene el mismo vigor que comenzó a mostrar hace poco más de dos siglos. Quizás con la misma dosis de polémica, de sana diversidad y pluralidad apreciativas. Y por supuesto que con una mucho mayor proporción —gracias al auge de los medios electrónicos— de valoraciones provenientes de lectores no especialistas, comunes en el sentido que nos enseñó Virginia Woolf.
Frente a los catastrofistas que cacarean el fin de la escritura y lectura de poemas, y por extensión de la crítica de poesía, este libro es un diáfano desafío, una contribución al desmentido. Sus doce ensayos, escritos a lo largo de diez años de juventud —tan formativa como cualquier otra edad, salvo lo que creen los paternalistas—, retan al analfabetismo funcional y su empobrecimiento de la calidad de vida.
El arco temático comienza con el que quizás haya sido el más "adelantado" de nuestros primeros poetas, el coronel Manuel de Zequeira y Arango, cuyo poema "La ronda" transgrede los cánones neoclásicos para situarse dentro del enorme movimiento romántico que llega hasta los últimos ismos del pasado siglo XX, tal vez hasta hoy. Este ensayo —con deliciosas referencias a las décimas humorísticas de Zequeira— centra su ameno y cortante análisis, precisamente, en la voluntad transgresora del autor, algo que también caracteriza a los poemas de Pablo de Cuba.
Además —como debe de ser y como hará en los ensayos subsiguientes— emplaza críticamente los principales estudios anteriores. En particular polemiza con los dos de Lezama Lima. Polémica que deja la impresión de que, lejos de obstruir, cualifica la lectura de los poemas. Pues también regala varios miradores para romper esquemas de las historias de la literatura empecinadas en fronteras cronológicas y en deslindes estilísticos tajantes, quizás por esa ley del menor esfuerzo de los lectores mediocres.
Alegra que estos doce ensayos ni repitan como cotorritas lugares comunes y esquemas, ni sean categóricos en sus reflexiones. Desde "Principia Zequeira" hasta el último, que dedica a "Rogelio Saunders en su comarca de nieve", se aprecian las mismas cualidades, presididas por la duda y casi siempre sin excesos referenciales que puedan resultar pedantes. Apenas en los que corresponden a sus estudios de doctorado, que concluyera hace dos años.
Se agradecen estos méritos —añadiría la intrepidez en los análisis y la capacidad analógica—, sin digresiones ni pretensiones. Que donde mejor se modulan es en el dedicado a Eliseo Diego: "La última lectura de Orlando". Allí parece que Virginia Woolf —a través de esa novela, que Eliseo leía cuando le sobreviene el infarto, en su departamento de casi emigrante en Ciudad de México— transmite a la palabra del exégeta la misma atmósfera de exaltación artística y rigor apreciativo que disfrutaba entre su selecto grupo de Bloomsbury.
Su primer libro de ensayos se completa con "Martí entreversado", donde por cierto no peca de la usual hagiografía con nuestro más relevante poeta; "Casualmente Casal", donde sabe enlazar referencias biográficas que potencian los recursos expresivos del pinareño; "Un poema onírico de Fernando Lles", donde demuestra su profesionalismo ecléctico en el uso —implícito— de las técnicas del comentario de texto, además de refutar a Cintio Vitier; "Lezama Lima, el ocultamiento visible de lo moderno", que lo inscribe en la poderosa saga délfica, con una muy suya desenvoltura; "Una Suite de pasmosos arlequines", sobre Lorenzo García Vega, cuyos poemas fuertes hacen olvidar sus yerros —sobre todo los comadreos— en Los años de Orígenes.
Le sigue "José Kozer, la poesía por el todo", donde añade nuevos ángulos apreciativos sobre uno de los poetas engranaje, bisagra, de la posmodernidad hispana; "Deshilachada materia poética", sobre Rolando Jorge, que le hace justicia a esta voz extraña, críptica, exigente de un lector activo que disfrute indagando; "La multiplicación de la escritura", sobre Rolando Sánchez Mejías, donde caracteriza a través de él un cauce neobarroco en la más reciente poesía cubana; y "Pedro Marqués de Armas, un seco ruido atroz", con sus implosiones versales, signo de sus rasgueos psíquicos, de sus Cabezas que juegan a las personas como lo que somos: fugaces equívocos.
Es significativo que privilegie —estudia a tres de ellos— a los poetas del grupo Diáspora(s). Parece que tal predilección se debe a la relevancia de sus obras y sus controversiales resonancias; y a que los poemas y la poética del autor tienen una compleja interacción con ellos. A estudiar con el instrumental de análisis que magistralmente emplea Harold Bloom, en particular su concepto de tessera, como reconocimiento donde el novel interactúa con el precursor. Marqués de Armas, Saunders y Sánchez Mejías —junto a Radamés Molina, Carlos A. Aguilera, Ricardo Alberto Pérez, Ismael González Castañer y José Manuel Prieto— aguzan los sentidos de las nuevas promociones de escritores, sobre todo de los poetas, que fuera su zona fuerte como revista —junto a las traducciones— en sus ocho números, entre 1997 y 2002, cuando además desafió el monopolio oficialista, la garra de la censura.
Bienvenido este joven a los críticos literarios de habla hispana actual con libros publicados. Porque estos ensayos sobre poesía cubana también indican un acto de aprendizaje y a la vez de generosidad: agón y canon que zigzaguean entre corrientes triviales y remolinos mediáticos.
Porque aun para un hijo de Zaratustra no hay ambigüedad posible cuando de rizomas se trata. Porque la inestabilidad de sus poemas aquí también desestabiliza, logra precisamente lo que la crítica literaria debe intentar: que el lector se motive y responda, oscile y contienda, aunque todavía nietzschear no sea usual como verbo.
Si Pablo de Cuba Soria es uno de los escasos poetas cubanos vivos que motivan la lectura; ahora también es uno de los tan escasos críticos literarios sobre poesía cubana con el que vale dialogar. Tan sencillo. Tan vigorosamente sencillo.
Pablo de Cuba Soria, La última lectura de Orlando (ensayos sobre poesía cubana) (Silueta, Miami, 2015).