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Artes visuales

Ángel Delgado, la cárcel y sus performances

Una mirada a tres de las performances del artista visual cubano que padeció el castigo de la prisión del régimen cubano.

La Habana
Ángel Delgado es enterrado en su performance 'Desgaste', 2001.
Ángel Delgado es enterrado en su performance 'Desgaste', 2001. Cortesía del autor

La cárcel es un estigma imperecedero en la idiosincrasia humana. La mentalidad carcelaria marca la conducta más allá del cumplimiento de la condena, al punto de que el exconvicto siempre vivirá con la tensión de estar en un ambiente hostil y enemigo. El sujeto podrá adaptarse a la libertad y fingir que se reeducó o si fue injusto su encierro tratará de recuperar la vida pacífica que vivió alguna vez, pero todo eso quedara siempre en el terreno de lo inalcanzable. Solo los que hemos estado días bajo arresto por riñas tumultuarias en barrios marginales o los que han sufrido encierro muchos meses o años por delitos comunes o de índole política lo podemos entender. A partir de estas reflexiones de un marcado tono delincuencial queremos disertar sobre la obra del artista visual Ángel Delgado.

Estamos ante un creador multidisciplinario que tiene un trabajo con una marcada impronta en el arte contemporáneo cubano y es, por antonomasia, uno de nuestros cultores más importantes en el polémico oficio de la performance. En 1990, en la inauguración de la exposición El Objeto Esculturado, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, Delgado realizó su performance La esperanza es lo último que se está perdiendo. Días después, fue arrestado en su casa, enjuiciado por haber defecado sobre un ejemplar del periódico Granma, y encarcelado durante seis meses por escándalo público. Aquí nos referiremos a algunos de sus trabajos de intervención publica durante la primera década de este siglo, salido ya de la cárcel. 

Desgaste fue una acción pública realizada por Ángel Delgado en 2001, en la Segunda Jornada de Performance de Cienfuegos, y consta de dos partes. No quiero detenerme en la inicial y concentrarme en la postrera por su sintonía con las disquisiciones sobre las zonas creativas del autor que me interesan. En esta segunda sección el público asistente procedió a cavar un hueco de un metro de profundidad donde el artista fue enterrado y resistió bajo tierra durante un prolongado periodo de tiempo.

Enterrar vivo o muerto a un hombre y sus connotaciones es el dilema, la brevedad de la existencia y el consiguiente total olvido de la persona por los que nazcan después. La presión psicológica, la lucha contra el desgaste y por la permanencia, el miedo a la muerte, el famoso "no saber adónde vamos, ni de dónde venimos" de Rubén Darío, esos y otros cuestionamientos filosóficos de índole universal nos invaden al analizar esta obra. Este sepelio ritual fue y es un sinónimo de los castigos despiadados que se ejercen desde la institución arte. Después de la salida de la cárcel el autor experimentó ser totalmente suprimido del mapa insular y se convirtió en el apestado del gremio por una orden directa de la cúpula de poder. Cuando ocurrió esta performance Delgado estaba enterrado en vida en el país y todavía hoy sigue borrado por el Ministerio de Cultura de la dictadura cubana.

Su performance Gotas como días la ejecutó en el evento La Huella Múltiple de 2002, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Es una burla contundente volver al lugar donde una década antes otra intervención pública le había costado la libertad y así reafirmar más su costumbre de enfrentar al sistema. En esta obra, el creador aparece acostado dentro de una caja con forma de ataúd sobre una capa gruesa de jabón y una gota de agua cae sobre su frente durante diez días. El agua acumulada ablanda la base y el cuerpo va horadando la superficie, va esculpiendo su lecho como cincela también los jabones del presidio con los cuales Ángel Delgado ha construido tantas de sus esculturas y sus instalaciones.

Hablemos del tormento, de la tortura llevada al límite de la resistencia. Martirizar es un placer para el verdugo, la conducta sádica es un fenómeno tan extendido que asoma como un estigma en cualquier relación, familia, religión o país. Para los antiguos griegos y sus escuelas filosóficas no existía una visión moral sobre la tortura, las atrocidades cometidas por sus políticos eran ignoradas y no importaba el daño físico o mental infligido a las personas. Lo mismo sucede en los regímenes totalitarios socialistas o de izquierda en la actualidad donde los suplicios tampoco son moralmente cuestionables. La gota de agua perpetua que golpea la frente de Delgado hasta el paroxismo nos recuerda nuestra desgracia actual, aquí el héroe es el torturado, el que sufre el martirio se prolonga, se eterniza y se convierte en un símbolo de la resistencia contra la injusticia humana.

En una tercera performance suya —Ausencia (2010)— Ángel Delgado se volcó en representar el abatimiento y la presión de hallarse aprisionado. Esta intervención fue realizada durante Transmuted, el primer festival internacional de performance de San Luis de Potosí, en el Centro de Arte, antigua cárcel de la ciudad.

Esta vez el artista vivió su día a día esposado de pies y manos durante todo tiempo que duró el evento. Fue en parte vigilado y acompañado por guardias como si fuera un peligroso criminal. Rememorar su antiguo confinamiento, revisitar la paranoia vivida en una juventud rota a pedazos es la dramaturgia y la sintaxis del discurso. Ángel no puede disimular que está afligido por estar atado por tan largo periodo, una tristeza implacable invade su rostro y su figura solitaria. Todos se creen el simulacro en las calles, las transeúntes lo evaden por miedo, el taxista, al descubrir que lleva esposas puestas, escapa. A la hora de comer o pagar un servicio es agobiante. Esta obra retrata con un realismo atroz cómo los presos son objeto de discriminación en cualquier sociedad, porque se convierten en parias para sus familias y amistades y donde solo una madre puede ser la tabla de salvación en medio del aislamiento y la desgracia.

Ángel Delgado fue el primer artista visual cubano que transitó por el peligroso túnel del castigo penitenciario. Una atmósfera opresiva recorre toda su obra y nos deja con una sensación de agobio y a la vez de esperanza estremecida. Mucho se ha escrito sobre su trabajo creador, pero sobre todo de sus instalaciones, pinturas y esculturas. Lo paradójico aquí es que fue precisamente una performance lo que lo consagró en el arte contemporáneo y esa intervención pública marcó un antes y un después en la cultura de la mayor isla del Caribe.

Tenemos que sumarle a esto también que Delgado como performer ha sido siempre más irreverente y cuestionador a través de su ya larga carrera. Las acciones plásticas de este creador fueron precursoras de las intervenciones realizadas por Luis Manuel Otero Alcántara. Los dos creadores han sufrido el presidio político en Cuba como castigo por sus performances anticomunistas en diferentes periodos históricos. Los dos fueron y son chivos expiatorios que han sido utilizados para silenciar a toda una generación. La obra de Delgado es una metáfora del trauma, porque la cárcel marcó su vida de manera imborrable. Su historia personal nos hace preguntarnos como si fuéramos carneros, hasta qué punto puede soportar un creador el martirio por defender sus ideas de libertad en un sistema totalitario.

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