Tropicana es, desde hace 85 años, el sitio emblemático de la vida nocturna habanera. Música, danza, comida, bebida y mucho dinero han estado asociados a su fama como espacio de recreo. Así quedó reflejada en películas como Chico y Rita (Fernando Trueba-Javier Mariscal-Tono Errando, 2010), contextualizada en la primera década de este cabaret, cuando aún no existían sus magníficos salones modernos; en Our Man in Havana (Carol Reed, 1959), que ofrece la imagen selecta de su etapa prerrevolucionaria; y en Un paraíso bajo las estrellas (Gerardo Chijona, 1999) donde se convierte en locación protagónica y aspiración máxima de la bailarina de cabaret. Tropicana ha sido, a pesar de la competencia, "el cabaret" cubano.
Y, junto a su magnífica trayectoria artística como escenario de grandes músicos y talentosos coreógrafos y bailarines, es también una de las más importantes obras de la arquitectura moderna cubana. Digamos que es de las imprescindibles dentro del extenso catálogo del Movimiento Moderno en la Isla en la década del 50. En ella se conjugó la excelencia del uso del hormigón armado, empleado con inmensa creatividad y no poco alarde tecnológico, en un diseño espacial y escenográfico que fusiona arte y naturaleza con total organicidad.
La naturaleza fue el primer punto esencial en la concepción de este espacio. Condicionó su diseño arquitectónico y también le ha servido como complemento, en un maridaje que hace de esta obra un ejemplo excepcional de la arquitectura orgánica. Fue por tanto la clave que sustentó la idea fundacional de este sitio como espacio de recreo.
A inicios del siglo XX, era la residencia de Regino du Repaire du Truffin y Nieves (Mina) Pérez Chaumont. Con una superficie de 36.000 metros cuadrados, Villa Mina se definía por una mansión residencial con extensos jardines muy arbolados. Al enviudar, Mina decidió rentar el espacio y establecer allí un cabaret-casino que ofreciera un entorno paradisíaco. Con este objetivo se inauguró en 1939 con el nombre Beau Site Club. Se cuenta que la propuesta de nombrarle Tropicana llegó en 1941, por la canción homónima que Alfredo Brito interpretaba allí y que conectaba con aquella suerte de edén tropical.
En esta primera etapa, el cabaret contó con un escenario a cielo abierto, abrazado por la profusa vegetación, similar al actual Salón Bajo las Estrellas. En la casa radicaba el casino que, según se registra, era la verdadera fuente de ingresos del conjunto recreativo. Tal fue su éxito que, junto a otros famosos cabaret-casinos de La Habana, provocó el cierre y demolición en 1953 del Gran Casino Nacional (1922), situado donde luego estuvo el Country Club y más tarde las Escuelas Nacionales de Arte.
Hacia 1950, Martín Fox compró la finca de Mina, quedando como único propietario del cabaret-casino. Inmediatamente acometió las reformas que hasta hoy distinguen el espacio como un conjunto arquitectónico excepcional. Para ello contrató a Max Borges Recio, joven arquitecto que había diseñado en 1941 su vivienda de Calle 18, entre 1ra y 3ra, Miramar; y que también había ejecutado obras relevantes como el Centro Médico Quirúrgico (1948, hoy Hospital Neurológico), que le valió su primera Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos; y el edificio Someillán (1950), el más esbelto de Cuba.
La primera obra diseñada para Tropicana por Max Borges Recio, y a su vez el recinto más significativo, fue el Salón Arcos de Cristal (1951). Su objetivo era crear una sala de espectáculos techada que no prescindiera del disfrute del entorno arbolado. La solución no pudo ser más certera y más acorde a su tiempo. Haciendo uso de las facilidades que le confería el hormigón armado, creó cinco estructuras laminares con forma de arco de distintos tamaños situados excéntricamente. Esto le daba un dinamismo al espacio arquitectónico que conectaba con la vibrante capacidad de la música para provocar sensaciones, a la par que creaba un recinto amplio y despejado de pilares intermedios, y que visualmente atraía hacia el escenario.
Esta especie de caracola tiene una apertura máxima de 26 metros de ancho y decrece hasta el escenario de 12 metros, con una altura que va entre diez y cinco metros en sus diferentes puntos. Los espacios intermedios entre los arcos se cerraron con paneles de vidrio, posibilitando una continuidad visual con el exterior y aligerando aún más esa pared-cubierta de unos siete centímetros de grosor, pintada de oscuro para hacerla desaparecer en la bóveda celeste. Con una capacidad de 450-500 asientos, favorecía la visualidad hacia el escenario con el escalonamiento del suelo, y el cierre acristalado del salón permitía el confort del aire acondicionado. Para mantener este conjunto, el cabaret tenía un departamento de mantenimiento que prestaba esmerada atención a las instalaciones, y a la jardinería.
La concepción del Salón Arcos de Cristal resume lo mejor de la arquitectura de su tiempo en la belleza plástica de su estructura, la economía y sencillez de los recursos empleados que apuntan hacia la elegancia de las formas, todo sustentado con materiales modernos y resistentes. En este caso, la comunión con el entorno es total, lo que lo convierte en un sitio único y atractivo, su mejor estrategia comercial.
Por otra parte, el uso de la curva es muy compatible con el entorno natural y también a nivel sugestivo, sensitivo, con las funciones para las que el espacio fue dedicado. Sobre las curvas en la arquitectura decía Oscar Niemeyer, el gran maestro del Movimiento Moderno brasileño: "No es el ángulo recto el que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas está hecho todo el universo".
Entre todas las obras diseñadas por Max Borges, los arcos han sido trascendentales en Tropicana, que le ganó su segunda Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos en 1953, y el Club Náutico (1952-53), donde sus arcos juegan con la proximidad al mar.
Las curvas también definieron la bella instalación metálica que decora el escenario del segundo salón construido en Tropicana en 1952. Con el Salón Bajo las Estrellas se modernizó el salón original a cielo abierto, ahora con capacidad para 1.200 asientos. La dinámica composición de esta instalación se fusiona con los efectos de luz, la música y las coreografías que aprovechan las diversas plataformas del escenario, embebido en un entorno verde que soporta toda la fantasía. Por ello también se incluye entre los símbolos de este cabaret.
Como fue habitual en su época, también lo ambientaron obras de arte. En particular, la escultura Ballerina (1949) de Rita Longa, y La Fuente de las Musas (1920) de Aldo Gamba. Esta última había presidido la entrada del Gran Casino Nacional, por lo que constituyó un símbolo trasladado al que se consideraba el nuevo Montecarlo de América. Ambas esculturas figuraban en las fichas del Casino Tropicana, cuyo inmueble se construyó en 1954 (hoy restaurante Los Jardines). Ballerina también se reprodujo en toda la publicidad y en elementos del cabaret como las lámparas y los removedores de bebida.
La última construcción de Tropicana fue la conversión en 1956 de la antigua casona en cafetería (hoy Café Rodney). Para ello Max Borges sustituyó los muros de carga por diez paraboloides hiperbólicos de estructura laminar de hormigón armado, posibilitando el cierre con paredes de vidrio y creando marquesinas y cubiertas de aspecto escultórico.
El prestigio alcanzado por Tropicana llevó a Max Borges a diseñar cabarets similares en México y Puerto Rico, donde colaboró con el arquitecto Félix Candela, quien en 1941 había creado una empresa para la fabricación de estructuras laminares (de tres centímetros de espesor). Juntos hicieron el Club Jacaranda (1954) en Ciudad de México, destruido por un terremoto en 1985; y el Cabaret-Casino Tropicoro (1956-57) del hotel San Juan en Puerto Rico, demolido en la década del 70. Ambos llevaron la impronta del Cabaret Tropicana, que por fortuna hasta hoy les ha sobrevivido.
Convertido desde su nacimiento en ícono de la arquitectura moderna cubana, Tropicana fue incluido en la exposición Latin American Architecture since 1945, celebrada en 1955 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Desde 2002, es Monumento Nacional de Cuba.
Es tanta la ruina que impone el comunismo que cuando los turistas en la actualidad van en tours por la Habana, los guias no pueden mostrarle ni una sola obra arquitectonica, mas alla de unos pocos hoteles, que haya sido construida por la revolucion.
Todo lo que le alcanzan a mostrar, desde el capitolio hasta la Plaza Civica, pasando por la catedral, Tropicana o el tunel de la Bahia fueron erigidos en la epoca colonial o en la republica.
En el tan hermoso restaurante Las Ruinas se da también una talentosa fusión con la naturaleza y las ruinas, con los vitrales y demás, en el Parque Lenin. ¿Un artículo sobre este parque, a pesar de su nefasto nombre?
Sin lugar a dudas la obra de Borges Recio en Tropicana es preciosa. Como también lo es el club Náutico, donde las curvas semejan ondulaciones del mar. No sé en qué estado estará ahora esta edificación. Muchas gracias a Yaneli por este artículo.
La creatividad de la arquitertura Cubana florecio hasta 1958.
Recuerdo un edificio cerca de la intercepcion de Calle 23 y Avenida 26 soportado en una sola columna. El Puente de Cumanayagua, en la Via Blanca, fue por decadas la mayor estructura de hormigon del mundo.
Desde 1959 el biranato dejara como legado los horrendo "edificios de microbrigadas" que polulan por doquier.