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Arquitectura

El Hotel Riviera, entre el arte y el vicio

Su diseño pretendía replicar en La Habana lo mejor de la arquitectura norteamericana dedicada al placer y el ocio, algo que logró de manera extraordinaria.

Madrid
Entrada del Hotel Riviera, La Habana.
Entrada del Hotel Riviera, La Habana. Iberostar

Cuando el Hotel Riviera se construyó, pretendía que su diseño replicara lo mejor de la arquitectura norteamericana dedicada al placer y el ocio, y lo consiguió de manera extraordinaria. La combinación de lujo y modernidad hizo de él un símbolo en La Habana, que ha trascendido dejando atrás sus orígenes asociados a la mafia y el vicio, para ensalzar sus valores arquitectónicos, urbanos y artísticos. Todo lo cual certifica su declaratoria como Monumento Nacional en 2012.

Cuando se construyó en 1957, estaba favorecido por tres leyes nacionales: la de Propiedad Horizontal de 1953, que posibilitaba el crecimiento en altura de las nuevas edificaciones transformando el perfil de la ciudad; la que en 1952 estableció que el 3% del costo de los edificios privados (6% en los públicos) se destinara a la compra de obras de arte cubanas, lo que propició una singular integración entre arte y arquitectura en muchos edificios modernos; y la ley hotelera de 1955, que ofrecía importantes subsidios, exenciones fiscales y licencias de casino a las construcciones que requirieran un presupuesto mayor de un millón de dólares.

El Hotel Riviera costó 14 millones, de los cuales seis fueron aportados por el Gobierno cubano, certificando el beneplácito con que apoyó la construcción de este tipo obras, y la estrecha relación existente entre la Mafia y el Estado, que en esos años también construyeron el cabaret Tropicana (1951), y los hoteles Deauville (1957), Capri (1957) y Habana Hilton (1958).

El Riviera fue encargado por el gánster Meyer Lansky como complemento ideal para un casino, su principal objetivo. El protagonismo de la sala de juegos dentro de los servicios ofrecidos por el hotel se expresa en el diseño arquitectónico, por el gran domo cubierto de cerámica vidriada que resalta entre los volúmenes ortogonales del edificio. Está ubicada además junto a la entrada, en la Avenida Malecón con una excepcional perspectiva desde esta vía de circulación primaria. Fue tan exitoso que en los primeros cuatro meses recuperó tres millones de la inversión realizada. Entonces el turismo habanero estaba muy favorecido por los estrechos vínculos que existían con EEUU, y las múltiples posibilidades de viaje a través de barcos, ferries, aviones e hidroaviones. Solamente la Pan American Airways hacía más de 60 vuelos semanales entre Miami y La Habana.

El hotel-casino fue proyectado y construido en 1957 por Igor Polevitzky, quien había sido presidente de la Asociación de Arquitectos de Florida y tenía vasta experiencia en la construcción de hoteles en Miami. Con él también colaboraron los arquitectos cubanos Manuel José Carrerá y Miguel Gastón Montalvo. Y el diseño interior estuvo a cargo de Albert Parvin, con trayectoria en el diseño de hoteles en Las Vegas.

Juntos crearon un edificio de singular atractivo, que se integra con gran armonía al entorno costero y a la urbanización circundante, sirviéndose de su cualificación paisajística. Es un inmueble que aprovecha todas las potencialidades del entorno para el acceso, la iluminación, su visualidad y la visibilidad que ofrece a los clientes desde cada habitación o recodo. El principal acierto fue el diseño de la torre de 21 pisos que reúne las habitaciones. Es una Y de curva suave situada en perpendicular a la costa, que define una fachada cóncava hacia el este y hacia el oeste, poniendo en igualdad de condiciones la perspectiva del litoral desde ambas fachadas y por tanto desde todas las habitaciones.

Al centro de la bifurcación de la Y, se colocó la torre de ascensores, completando con eficacia la fachada que da al reparto, liberando de este obstáculo a las 352 habitaciones, y marcando una atractiva asimetría con el cuerpo que sobresale y en tipografía moderna exhibe el nombre del hotel. Esta forma hace que el edificio sea fácilmente identificable y a la vez rompe la monotonía de una fachada meramente curva como la del Hotel Fontainbleau (1956) de Morris Lapidus, en Miami, con el cual se ha comparado.

La belleza exterior del Hotel Riviera radica en la suavidad de su cuerpo curvo, grácil hacia el sur por la fachada plegada que genera la torre de ascensores intermedia, y por los delicados voladizos que definen las terrazas de la fachada norte. Desde la visión del transeúnte estas generan un ritmo de ángulos muy atractivo. Originalmente, tanto el domo como el bloque de habitaciones estaban cubiertos por teselas de cerámica vidriada en dos tonos de turquesa. En combinación con el blanco de los balcones, le ofrecían al hotel una estrecha conexión cromática con el entorno marino.

Asimismo, la transparencia y apertura de ventanas en cada habitación crean una comunión con la ciudad que se pierde en las nuevas torres de vidrio herméticas. Esta fue una solución ambiental eficiente, no obstante el Riviera fue el primer hotel con aire acondicionado centralizado del país; todo un paraíso tropical climatizado.

La entrada principal del hotel se abrió hacia Paseo aprovechando la intersección de dos importantes vías. Entre fuentes, jardines y esculturas, el amplio acceso convida pasar constituyendo en sí mismo uno de los espacios más atractivos. En él se ubican las primeras obras de arte que ambientan el hotel, en este caso esculturas de peces y la "Ninfa con hipocampo" de Florencio Gelabert. De este autor son también los bailarines del bronce del vestíbulo ("Ritmo cubano"), y las esculturas de peces de la piscina destruidas por un huracán en 1986. Las "Escenas" de carnaval del restaurante L’Aiglon son de Hipólito Hidalgo de Caviedes; el relieve escultórico "Sirena", de Enzo Gallo; "Los músicos" del bar del casino, de Cundo Bermúdez; y los murales abstractos de la antesala del casino, así como la escultura de la escalera, de Rolando López Dirube.

De este a oeste se desplegaron los volúmenes horizontales que contienen las zonas de servicio, a excepción de un solárium y gimnasio que se ubicaron en el piso 20 de la torre. La planta baja libre ofreció un vestíbulo diáfano a partir del cual se deriva hacia restaurantes, bares, cabaret y casino. En 1983, el lobby-bar abierto entre pilotes al mar, fue reformado por el arquitecto Andrés Garrudo para protegerlo de las olas y el viento.

El lujo y regodeo ornamental que define el diseño interior del hotel fue posteriormente criticado por su ruptura con la sobriedad racionalista, y percibido como una incongruencia. No obstante, era objetivo fundamental que el brillo y los colores de mármoles, terrazos, apliques, puertas laqueadas, muebles de diseño, celosías muy elaboradas, etc., ofrecieran el ambiente de ostentación y efectismo que, como espacio social, debían tener las áreas comunes del hotel. De ahí que se creara una simbiosis tan particular entre el fastuoso interior y la claridad racionalista de los exteriores.

Actualmente, el Riviera constituye un caso excepcional entre sus contemporáneos, por el alto nivel de integridad y autenticidad del edificio, de sus ornamentos y mobiliario original, lo que eleva su reconocido valor patrimonial y singularidad. No obstante, preocupa el estado de abandono que presenta desde hace años, su cierre, la retirada de la celosía del domo, el derrumbe del trampolín de la piscina, y sobre todo la falta de información acerca de un plan de recuperación para esta obra significativa de la arquitectura moderna cubana. Entre todos los nuevos hoteles que se construyen en La Habana, esperemos no se olviden aquellos que forman parte de la historia y la identidad nacional. 

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3 comentarios

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Profile picture for user Siento un bombo mamita me esta llamando

Agradecimiento especial por este artículo que busca llamar la atención sobre un bien cultural que el castrocomunismo esta empeñado en destruir por su inacción, posiblemente por lo que representa de buen gusto y buena arquitectura generada antes de 1959... después vino el desastre, recordar los "hoteles revolucionarios" como Marazul, Pernik... etc. que se asemejan a una ESBEC, por no hablar de los horribles Tritón y Neptuno que parecen dos "cajas de bacalao" frente al mar... sin olvidar el Cohiba, Prado y el horrible armatroste de K y 23 comocido popularmente como "el tolete de GAESA" cosa horrible que rompe con todo el entorno y que pretende humillar al ya abandonado Habana Libre.

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