Uno de los aspectos más apreciados de la arquitectura cubana es su riqueza estilística. Es por eso que el descubrimiento de los variados lenguajes arquitectónicos que componen sus ciudades, hacen que recorrerlas se convierta en una experiencia reveladora. Allí por donde se camina, tradición, innovación y creatividad confluyen y superan las expectativas de no pocos transeúntes. Por otra parte, es preciso desplazarse, porque no existe sitio que lo resuma todo. Valiosas joyas arquitectónicas pueden hallarse a lo largo y ancho de todo el territorio.
La escasa oportunidad de concreción que tienen la mayoría de los proyectos contemporáneos, obliga en cambio a aprovechar la visita a las pocas exposiciones de arquitectura que se organizan en el país, y surfear en sitios web especializados y perfiles de estudios privados de arquitectura, para comprobar que el impulso creativo mantiene su vitalidad y la excelencia en el diseño. Los nuevos arquitectos cubanos son herederos de la sólida tradición constructiva que durante siglos ha sabido asimilar y adecuar a nuestro contexto los avances en materia de diseño, materiales y técnicas constructivas. A su vez, provienen de una escuela que, a pesar de los múltiples escollos que ha sorteado por la carencia de materiales, atraso tecnológico y las cíclicas olas migratorias que dejan tambaleante su claustro, ha persistido en mantener una formación profesional a la altura de su tiempo.
Uno de los estilos que más influencia ha tenido en el arquitecto contemporáneo cubano, al igual que en sus homólogos internacionales, es el racionalismo o movimiento moderno. Su premisa fundamental es la limpieza ornamental, por lo que la pureza de las formas arquitectónicas y de los materiales empleados en la estructura del inmueble son los que le cualifican estéticamente. Para ello impuso las superficies planas, el uso del acero, el vidrio y el terrazo, el color blanco en las paredes, y los espacios abiertos y continuos.
En Cuba, tuvo sus primeros exponentes en la década del 30 en residencias de El Vedado. La primera de ellas, fue el edificio de apartamentos de la calle 23 # 1262 (1931), que con su estética naviera aprovechó exitosamente un irregular lote de esquina. Otros ejemplos tempranos de significación fueron las casas de Hilda Sarrá (1934) en calle 2 # 411, hoy oficinas del Festival de Cine Latinoamericano; y la de Angelina Espina (1939) en calle A # 707.
El Movimiento Moderno se consolidó en el país en la década del 40, y en la siguiente tuvo su etapa de oro. Hasta la década del 70 se mantuvo pujante y esto ha devengado un nutrido catálogo de obras que enriquece muy positivamente el patrimonio arquitectónico nacional. De conjunto constituyen referentes sustanciales para el arquitecto de hoy y han posicionado a Cuba en el contexto internacional con obras como las viviendas de José Noval (1948-1949) y Evangelina Aristigueta (1953) en Cubanacán; la de Eugenio Leal del Pozo (1957), en Miramar; la de Timothy James Ennis (1957), en Nuevo Vedado; así como las Escuelas de Arte (1961-1965), el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (1966), la heladería Coppelia (1966) y el Palacio de las Convenciones (1979).
Fueron tiempos de gran innovación tecnológica, donde se aprovecharon al máximo las facilidades del hormigón armado a nivel estructural y como recurso plástico. Estructuras laminares y paraboloides hiperbólicos conformaron cubiertas de gran expresividad artística, asumiendo todo el protagonismo del diseño del inmuebles como el Cabaret Tropicana (1951-1954), el Club Náutico (1953), el panteón Núñez Gálvez (1957) del cementerio de Colón y la cafetería del puente de Bacunayagua (1956-1959). En el caso de los dos primeros, los grandes arcos que conforman las delgadas bóvedas, envuelven el espacio fusionando pared y cubierta en una estructura casi escultórica. Los paraboloides que cubren los otros dos, son un alarde tecnológico que abre un sinfín de posibilidades. El tejado se vuelve arte y al quedar sostenido por una columna central, libera el espacio de obstáculos y posibilita la apertura total de las estancias. Fueron también por ello muy recurridos en los diseños de paradas de ómnibus.
Con esta fórmula los arquitectos Enrique Borges y Félix Candela diseñaron la antigua florería Antilla (1956), situada en 23 entre B y C, donde un solo paraboloide hiperbólico compone el inmueble, posibilitando que sus tres fachadas de vidrio dejaran a vista el espacio expositivo en todo momento. Desde hace décadas este efecto se ha perdido, pues los vidrios se han cubierto con cortinas metálicas que, al hacer efecto de pared, bloquean la vista del gran voladizo del techo y su ligereza.
Entre las décadas del 50 y del 60 los techos fueron en gran medida el elemento estructural más elaborado, por lo que esta fue su edad dorada en el desarrollo de la arquitectura moderna. Sirvió además como elemento diferenciador en sistemas prefabricados como el Novoa (luego Sandino). Entonces el techo se asumía con mayor libertad, y al incorporar voladizos y sistemas laminares se convertía en el aspecto más distintivo de los nuevos conjuntos de viviendas y colegios.
El diseño de los techos también selló la belleza y singularidad de varios centros recreativos construidos a inicios de la Revolución, como las cabañas de la playa El Salado (1959-1960) en Caimito, y las de Soroa (1960) en Pinar del Río. Con una modernidad despampanante supieron insertarse en el espacio natural y optimizar la comunión con el medio. Es por ello que aún constituyen un referente valioso para el arquitecto cubano que, sin renunciar al lenguaje más contemporáneo, busca mantener la armonía con el entorno constructivo.
En estos tiempos excepcionales, donde gran parte de los mejores diseños cubanos no superan la fase de proyecto y se financian anodinos bloques, puede al menos comprobarse que a nivel conceptual las lecciones de nuestro Movimiento Moderno siguen latentes en las propuestas contemporáneas. Un ejemplo son las Cabañas Capullo y la Cabaña Semilla del joven arquitecto Jorge Luis Veliz Quintana, en las que recurrió al efecto cáscara pero esta vez con cubiertas de madera.
Diseñadas para entornos naturales como la Sierra del Rosario, y destinadas a un turismo de naturaleza que debiera optimizarse en el país, propone que sean "un edificio dentro del paisaje y un paisaje dentro del edificio". Por la efectividad con que consigue este propósito con un lenguaje completamente contemporáneo, su Cabaña Semilla recibió el premio internacional Golden Trezzini 2022, como Mejor Proyecto de Edificio o Instalación Pública.
Los años 50’s se caracterizaron por obras de arquitectura bien singulares aún sin ser muy costosas. El tramo de la avenida de Rancho Boyeros que va desde el crucero Armada (después de Camagüey) hasta Capdevila tiene algunas obras que aunque simples son símbolos del buen gusto de la época. Me vienen a la mente muy cercano a la línea férrea una estructura que destaca por ocultar sus columnas detrás de sus fachadas de cristal con unos aleros en voladizos de una luz considerable, más alante la entrada a la fábrica de cigarros con su techo que recrea una hoja de tabaco, cruzando calle 100 te encuentras la panadería “Los Pinos Nuevos “que integran paredes y techo de forma muy elegante y hay más.Siendo esta avenida más industrial que comercial da una idea de la importancia que se le dió a la estética en esos años.