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Arquitectura

El palacio de la Embajada de España en Cuba

Es uno de los grandes palacios construidos a finales del siglo XIX e inicios del XX sobre el terreno de la antigua muralla de La Habana.

Madrid
Palacio Velasco-Sarrá, actual Embajada de España en Cuba.
Palacio Velasco-Sarrá, actual Embajada de España en Cuba. Cubanoticias 360

Salvo las embajadas de los Estados Unidos y Rusia, construidas para esos fines, el resto de las sedes diplomáticas en La Habana ocupan antiguas residencias de la alta clase habanera, fundamentalmente del Vedado y Miramar. La única localizada en La Habana Vieja, la de España, posee uno de los edificios icónicos del reparto Las Murallas, junto a la entrada del puerto, en un entorno privilegiado por su cualificación paisajística y por el conjunto arquitectónico que le rodea.    

Es uno de los grandes palacios construidos a finales del siglo XIX e inicios del XX sobre el terreno de la muralla y su glacis que, a partir de 1863, se trastocó en zona de intercambio social por la profusión de centros de recreo, cines, hoteles, comercios, edificios gubernamentales y fábricas de tabaco. Esta casa está en el límite norte del barrio y por su estructura escalonada, con una torre-mirador, destaca entre sus iguales, ostentando el poder y prestigio de sus originales propietarios.

El Palacio Velasco-Sarrá, conjuga los apellidos del matrimonio que lo construyó entre 1907 y 1912. Ella, María Teresa Sarrá y Hernández, era una de las herederas de la mayor empresa farmacéutica del país. Con negocios extendidos en otras ramas, amasaba una importante fortuna que financió la construcción de su vivienda, así como de otras que la familia poseyó en La Habana Vieja y El Vedado, donde también destaca el palacete de la calle 2 entre 11 y 13, actual sede del Ministerio de Cultura.

Él, Dionisio Velasco y González de Castilla, ingeniero de caminos y puentes, llegó a ostentar importantes cargos en la administración pública como el de encargado del Servicio del Puerto y Faros (1891), jefe de Obras Públicas de Occidente (1895), inspector general de Obras Públicas (1897) y concejal del Ayuntamiento de La Habana (1906). El matrimonio fue promotor inmobiliario del este de La Habana, a través de la Compañía de Fomento de Bacuranao SCP. A Velasco se le adjudica en 1911 la iniciativa de querer construir un puente sobre la bahía, enlace que se concretó en 1958 con el túnel subacuático. Para entonces, su hija María Teresa Velasco Sarrá era accionista de la Empresa de Fomento del Túnel de La Habana, S.A.

En los primeros años de la República, María Teresa Sarrá y Hernández compró, con la asesoría de su marido, siete fincas próximas al Castillo de La Punta, que unificó en 1909 dando lugar al gran lote de su palacio. Como parte de ese proceso, en 1907 se alineó la calle Zulueta y se eliminó la pequeña calle Baluarte. Zulueta quedó completamente paralela a Monserrate, y entre ambas el terreno se hizo más regular, como puede observarse en el primer tramo de la Avenida de las Misiones. La calle Zulueta fue vendida a María Teresa para uso privado y portal público, por lo que parcialmente corresponde a los siete metros de portal que la residencia tiene en su fachada más larga.

Cuando en 1907 se encargó la construcción del edificio al maestro de obras José Mato Sequeiro, un costado daba a la Cárcel de La Habana, que nombraba la actual calle Capdevila, y por Zulueta tenía la morgue municipal. Ambos edificios fueron demolidos en las décadas siguientes posibilitando la construcción del Parque de los Mártires (o Parque de los Enamorados) y la Avenida de las Misiones. Estos parques favorecieron con gran perspectiva las dos fachadas principales del inmueble de esquina. Asimismo, junto a la casa del comerciante Francisco Pons (1907) —hoy Museo de la Música—, la residencia flanquea la vista del Palacio Presidencial (1920).

El Palacio Velasco-Sarrá ha sido reconocido como un ícono de la arquitectura republicana, y aunque se le asocia al art nouveau, personalmente considero que responde a la explosión ecléctica del momento, donde algunos elementos como los balcones redondeados y las lucetas hacen un guiño a la plasticidad modernista. En sentido general, su fachada es de un gusto ornamental exuberante, lo que unido a las grandes dimensiones del inmueble y a su estructura escalonada, la convierten en una vivienda ostentosa de impecable factura y elegancia.

Desde el exterior invita al descubrimiento de sus estancias por la profusión de ventanas, todas con balcones, algunas decoradas por coloridos vitrales; así como por el descenso escalonado de terrazas que en el extremo sur de la fachada de la calle Zulueta cierran hacia la calle el jardín posterior. El volumen superior retranqueado albergaba la biblioteca y sobre ella la torre-mirador.

Los interiores del edificio son más discretos en el uso de molduras, aunque también destaca la belleza de las mismas, así como de los suelos de mármol, algunos con mosaicos de pequeñas teselas, y la carpintería de caoba en las puertas y revestimientos de algunas estancias. Aún hoy se conserva parte del elegante mobiliario original en lo que fue el comedor, la antesala, el gabinete y el oratorio.

La gran protagonista es la escalera, que articula todos los niveles de la casa, creando tres secciones diferenciadas. Hasta la primera planta tiene una bellísima balaustrada de mármol, que a partir de allí cambia por baranda de hierro y pasamanos de mármol. Este cambio demarca la zona pública de la casa —donde están el despacho, el comedor y la sala de recepciones— de la más privada. Finalmente hacia el cuarto piso, donde está la biblioteca, la escalera es completamente de madera, aunque el diseño y decoración de los balaustres guarda correspondencia con los de mármol de la primera planta.

En el centro de la casa había un pequeño patio con lucernario, que en 1936 se cerró en la primera planta. Entonces el arquitecto Gustavo Botet también asumió la instalación de un ascensor para modernizar la casa. En esta fecha la habitaba María Teresa Velasco Sarrá, quien la había heredado de sus padres en 1932. El palacio fue su residencia hasta serle confiscado por el Gobierno en 1961. Un año antes la familia Sarrá había perdido su empresa farmacéutica, estatalizada junto con otras propiedades. María Teresa y su esposo se exiliaron en Jerez de la Frontera, de donde este era natural, y allí murieron sin volver a Cuba.

La casa estuvo abandonada durante muchos años. La siguiente noticia que se registra es su inscripción a favor del Gobierno cubano en 1982, y su venta en 1984 al de España para uso diplomático. Este acometió su restauración integral y adecuación al nuevo uso sin modificar sustancialmente el inmueble. Hoy es uno de los consulados más visitados de La Habana, aunque pocos recuerden que antes fue residencia de una de las familias que más impacto tuvo en la industria cubana, en la urbanización y en el fomento del arte con apoyo a sociedades como Pro-Arte Musical.

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