A nuestra Isla ha llegado gente de todas partes, que ha dejado una huella foránea en la cultura material e inmaterial que representa y distingue al país y su población. En términos constructivos y urbanos, es evidente la presencia española. También suele inferirse con facilidad la francesa y la norteamericana, tanto por las colonias de inmigrantes llegadas a Cuba, como por los profesionales contratados, y la influencia técnica y artística que desde estos países llegó al mundo entero. La soviética representa un capítulo aparte, concentrada en las primeras décadas posrevolucionarias, debido a las relaciones políticas establecidas con Europa del Este.
El flujo de inmigrantes italianos en Cuba no es comparable al de otros países de América, muy especialmente el de Argentina. Sin embargo, varios nombres han quedado vinculados a la historia política, comercial y artística cubana. Un ejemplo que lo reúne casi todo es Orestes Ferrara, quien además se hizo construir un bello palacio florentino en La Habana, la Dolce Dimora (1928), hoy sede del Museo Napoleónico.
El paso temporal o permanente de naturales italianos por Cuba ha dejado testigos urbanos tan variados como la fundación del poblado de Mantua en 1605, por unos náufragos lombardos; así como gran parte de los monumentos que decoran nuestras ciudades. No fueron pocos los escultores italianos contratados, principalmente entre los siglos XIX y XX. Tal vez el más prolífico fue Ugo Luisi, autor de más de 20 monumentos y bustos dedicados a diferentes figuras de la historia de Cuba, la mayoría realizados entre 1912 y 1925, en Santiago de Cuba y otras ciudades de Oriente.
Además, merecería mencionarse en La Habana a Giuseppe Gaggini, autor de la Fuente de los Leones de la Plaza San Francisco (1836) y de la Fuente de la India (1837); y a Domenico Boni, Aldo Gamba y Angello Zanelli, autores de los monumentos a Antonio Maceo (1916), a Máximo Gómez (1919-35) y de la estatua de la República del Capitolio Nacional (1928), respectivamente.
Lo que resulta extraordinario reconocer es que varios de los edificios icónicos que marcaron pautas en la historia constructiva cubana entre los siglos XVI y XX, reconocidos nacional e internacionalmente por sus valores patrimoniales, fueron hechos por italianos. Estos inmuebles se concentran en tres momentos fundamentales. El primero está asociado a la fortificación de La Habana y Santiago de Cuba, donde tres ingenieros militares e hidráulicos de apellido Antonelli diseñaron magníficos castillos renacentistas. De conjunto constituyeron lo más avanzado en la materia constructiva militar de su época, los edificios más relevantes de las ciudades que protegieron, y bellísimas obras de arquitectura integradas con armonía al paisaje donde se insertan y constituyen blasón.
Me refiero a Bautista Antonelli (1547-1616) y a su sobrino Cristóbal de Roda Antonelli (1560-1631), quienes llevaron a cabo las obras del Castillo de los Tres Reyes del Morro (1589-1630) y de San Salvador de la Punta (1589-1593). Cristóbal de Roda también trabajó en un plano regulador de La Habana (1603), que repercutió en la rectificación del trazado de las calles del centro histórico. Más adelante le acompañó su primo Juan Bautista Antonelli (1585-1649), hijo de Bautista y aprendiz de ambos, quien realizó el diseño de los reductos de Santa Dorotea de Luna de la Chorrera (1641-43) y el de Cojímar (1648-49), así como el fabuloso Castillo de San Pedro de la Roca, iniciado en 1638 en la bahía de Santiago de Cuba.
Estos ingenieros reales son recordados por su impronta en la arquitectura militar y en obras de ingeniería civil realizadas por la Corona española en la Península Ibérica y en sus dominios de África y América, especialmente en México, Puerto Rico, Panamá, Colombia, Venezuela y Cuba. De modo que los mencionados castillos, joyas de nuestra arquitectura colonial, trascienden con merecido lugar al contexto internacional y, con ellos, el nombre de sus autores italianos, hasta hace unos años desconocidos en su pueblo natal, Gatteo.
Un segundo momento importante de la presencia italiana en la arquitectura cubana corresponde al siglo XIX, en la ciudad de Matanzas, paradigma del urbanismo y la arquitectura neoclásica. Allí trabajó Daniel Dall'Aglio, quien diseñó dos de los edificios más icónicos de la ciudad: el Teatro Sauto (1863) y la Iglesia de San Pedro Apóstol, en Versalles (1870). Obras emblemáticas de la arquitectura matancera, lo son también de la corriente neoclásica en el país por la pureza formal y claridad de su diseño arquitectónico, monumentalidad y belleza artística, todo ello complementado en el teatro por sus ornamentos, herrería y murales, y en la iglesia por sus magníficos altares de madera.
Según Joaquín Weiss, la Iglesia de San Pedro de Dall' Aglio es el exponente más relevante de arquitectura religiosa del siglo XIX cubano. También en Matanzas, en Pueblo Nuevo, rediseñó la Iglesia de San Juan (1869). En este caso le corresponde solamente la fachada principal, ya que el templo había sido construido en 1832. Es una iglesia sencilla de una sola nave, que Dall' Aglio dotó de una soberbia fachada neoclásica con torre central, composición bastante habitual en las iglesias de la época. Este arquitecto italiano había ganado prestigio en Cuba previamente con las decoraciones que realizó para el Teatro Tacón y el Palacio Aldama, en La Habana; y en edificios del marqués de Guáimaro en Trinidad. Hoy la Escuela Taller y de Oficios de Matanzas lleva su nombre.
El tercer y último momento donde obras de arquitectos italianos se convirtieron en símbolos de la arquitectura cubana de su tiempo, fue en la década de 1960. En plena efervescencia del Movimiento Moderno, los arquitectos Roberto Gottardi (1927-2017) y Vittorio Garatti (1927-2023), en equipo con el cubano Ricardo Porro, realizaron el diseño y construcción de las Escuelas Nacionales de Arte (1961-65), la obra cubana de arquitectura moderna más reconocida, por ser en sí misma un hito internacional.
A Gottardi le correspondió la Escuela de Artes Dramáticas, y a Garatti las de Música y Ballet, dedicada luego a Escuela de Circo. Aunque ninguna de las tres se terminó, representan en conjunto con las dos de Porro, las ganancias que en términos de libertad compositiva ofrecía esta corriente estética. En dichos inmuebles la comunión forma-función es total, siendo capaces de evocar al mismo tiempo sus referentes arquitectónicos, las funciones para las que están destinados e incluso las sensaciones que la práctica y disfrute de cada una de las artes estudiadas en ellos suelen transmitir. Asimismo, son de una calidad paisajística irrepetible.
De un modo que pudiera percibirse accidental, debe Cuba a varios arquitectos e ingenieros italianos no pocos hitos de su historia constructiva, referentes obligatorios de su paisaje urbano y emblema de lo mejor de su arquitectura. La gran mayoría de ellos han sido declarados Monumento Nacional, y algunos han sido incluidos en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Gracias Yaneli, como siempre un articulo impecable, comprendo que al publico en general no le agrade el ISA que al ser una obra inconclusa no se puede apreciar su grand belleza, recuerdo que cuando era estudiente las clases con los Arq. Porro y Gottardi eran una verdadera maravilla aunque a mi gusto siempre voy a preferir la CUJAE como obra tambien inconclusa aunque no tanto como el ISA de esa epoca, creo que la relacion entre los bloques y su ventilacion cruzada dentro de las aulas es todo una clase de arquitectura. Que lastima que despues no se hicieron mas obras asi.
No, Yaneli, exageras los méritos de los arquitectos italianos en la Escuela Nacional de Arte, sacrificaron la funcionalidad a la estética, encabezados por el delirante cubano Porro. Las aulas de danza y las de teatro, para no hablar del eco en las aulas de Artes Plásticas, son pequeños hornos oscuros. Danza es la menos mala, pero teníamos que salir a dar clases en el comedor o en el césped. Valor coreográfico desde fotos aéreas. "Penes enlazados a vulvas", llegó a decir Porro de Artes Plásticas.
Pues, valga por los italianos. Gracias, Yaneli.