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Literatura

Jorge Ferrer: 'No podemos vivir sin el pasado, quienes parece que tampoco tenemos un futuro'

El autor de 'Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido', que se presenta en Madrid, habla en esta entrevista de su libro, de la revolución, de historia familiar y política.

Barcelona
Jorge Ferrer.
Jorge Ferrer. Vladimir Romero

Este jueves el ensayista y traductor Jorge Ferrer presenta en Madrid su libro Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido, que acaba de publicar la editorial española Ladera Norte. Sobre este ensayo sobre las vidas paralelas de ambos países vistas sobre el paisaje del exilio, las revoluciones y la literatura, conversamos con el autor.

Has dicho que escribiste este libro "desde el dolor y la razón", en palabras del poeta Iósif Brodsky. Eso quiere decir que tenías la necesidad de escribirlo.

Es un libro sobre las revoluciones y mi familia: sobre la manera en que mi familia se encontró con las revoluciones. Con la cubana, de manera plena y traumática. Y con la rusa, de rebote. Desde luego, tenía necesidad de escribirlo. Llevo muchos años trabajando con la idea de la memoria familiar y también con la memoria en la literatura y en la historia. Todo eso confluyó aquí.

Parece que lo que tú haces es encarnar la memoria en personajes concretos, en historias singulares. Y, por otro lado, vas recogiendo aquello que ha podido quedar fuera del registro de la memoria: lo marginal, lo excluido…

Las revoluciones les hacen cosas terribles a los hombres. Los lectores de este diario lo saben bien. He abordado la memoria de las revoluciones, y principalmente la de la cubana, siguiendo el registro de su impronta en tres personas sucesivas: mi abuelo Federico, que fue un inmigrante español en la Cuba republicana, un buscavidas, mujeriego y policía de Batista, que se exilió en los primeros años de la dictadura que siguió; después, la historia de mi padre, un apparatchik del Gobierno revolucionario, que, jubilado, viudo y casi octogenario, decidió instalarse en Miami, pero la muerte lo alcanzó con las maletas hechas; y, por último, yo mismo, nacido en una familia dividida entre el exilio y la Revolución, un joven en el Moscú de la perestroika, un disidente en la Cuba de los primeros 90 arrojado enseguida al exilio, como antes mi abuelo, como después mi padre. La experiencia de tener a mi abuelo y a mi padre en Nueva York y Moscú, es decir en las dos capitales de la Guerra Fría en los 80, cuando parecíamos condenados a una guerra nuclear, atraviesa este libro, porque es una marca indeleble en mi manera de ver la política y la vida.

El libro está dividido en tres partes, cuyos títulos están en ruso: el byvshi, el apparatchik y el pioner.

Es un libro donde Cuba y Rusia están siempre encontrándose o dándose la espalda. Incluye la increíble conversación entre Stalin y el embajador de Batista en el Kremlin, o el relato de Severo Sarduy traduciendo a Marina Tsvetáieva en su lecho de muerte. O un repaso de las películas de Gutiérrez Alea sobre los byvshie, que es el nombre ruso de los siquitrillados, la gente aplastada por la Revolución desde el primer instante. Las tres personas de las que me ocupo en el libro me sirven para pensar y ordenar un mundo. Un mundo habitado por gente, cubanos repartidos por el mundo, que piden un mapa para situar sus dudas y sus odios. Este libro es el mapa, a ratos borroso, pero por momentos tremendamente nítido, de ese territorio que compartimos.

Desde el título hablas "contra la memoria y el olvido". "Contra" es una preposición fuerte y la memoria y el olvido son dos grandes espacios de la historia colectiva y de la historia personal.

Desde luego, "contra". Siempre "contra". Vivimos tiempos de una abundancia demencial de memoria. Esta memoria abofada que vamos engordando día a día: los selfies en los teléfonos, por ejemplo. La sobreabundancia de memoria produce un empacho. Todas esas imágenes en "la nube" con las que no sabemos ni tenemos qué hacer. En definitiva, la memoria es una construcción y, si queremos que nos sirva de algo, hay que deconstruirla. Despojarla de los resortes que la convierten en nostalgia con la que consolarse. Librarla y librarnos de la tentación de estar atrapados en el pasado, sobre todo si alimentamos una nostalgia prestada. Esa nostalgia de los años 50 que tienen los nacidos en los 60 o los 80, por ejemplo. ¡Un disparate!  

No se trata entonces, en el libro, de un mero registro, de archivos, documentos. Pero el libro no se despega de la historia, ¿cómo te sirves de los documentos?

Michel Foucault nos prevenía sobre ese momento en la cultura occidental en la que convertimos el documento en monumento, es decir, el texto vivo en una mole de piedra contra las que tropezamos y con las que nada podemos hacer.

Es un libro escrito desde tu propia experiencia y la búsqueda de quién era tu padre, quién era tu abuelo, quien eres tú. En el libro aprecio las ganas de discernir lo permanente y visceral, de lo contingente.

La Revolución produce mucho dolor y examinarlo y contarlo amenaza muchas veces con deslizarnos al victimismo. También el exilio produce mucho dolor…

Pero el exilio es una consecuencia de la Revolución…

La Revolución trae este exilio, pero el dolor del exilio es suyo, porque le suma al desgarro y a la nostalgia un dolor propio, suyo. Conviene mirar la serie entera, porque no se trata de que haya habido Revolución y después exilio: hubo exilio también cuando Batista, muchos de esos exiliados volvieron y ayudaron a construir el edificio de la Revolución. A aquel exilio acudió Fidel a buscar fondos para enfrentar a Batista. Y hubo exilio durante la Colonia: de hecho, tanto el "Himno del desterrado" de Heredia como los Versos sencillos de Martí se escribieron en el exilio. Cecilia Valdés, la gran novela cubana del XIX, se escribe en la misma ciudad de Nueva York en la que mi abuelo Federico vivirá su exilio 70 u 80 años después. De modo que la historia cubana es la de una sucesión de exilios y liberaciones más o menos perdurables y profundas.

Hablemos del exilio desde tu propia experiencia.

Es interesante lo que nos sucede a los exiliados. En un primer momento, vivimos el desarraigo y el arrojo a la intemperie. Pero pronto comenzamos a vivir una nueva realidad, como si ya no hubiera otra posible. El exilio, fruto del recorte de una posibilidad, la de desarrollar nuestra vida, se convierte en un ramillete de posibilidades en el que solo falta una: la de volver atrás. Podemos ser personas de éxito, hombres enamorados, madres, fracasados, obesos o soldados de fortuna. Lo que nunca volveremos a ser jamás es aquello que fuimos antes de convertirnos en exiliados. De hecho, a veces uno ni siquiera concibe haber tenido una vida anterior…

Y, sin embargo, tú eres un exiliado múltiple, porque tu partida a la URSS, un país al que te llevaron arrancándote de tus amigos, tu entorno de afectos y anhelos, fue un gesto violento. Después vino la perestroika, que fue un hecho que trastocó tantas cosas, y tú tomas una decisión de la que dices que fue "la peor de aquellos años, pero la mejor de (tu) vida", que fue la de volver a Cuba, de donde tendrás que escapar después.  

Me encanta la analogía de esas dos veces en que abandoné Cuba. La de haber marchado a la URSS con 14 años y la de venir después a España con 26. No fui a ninguno de esos dos países por mi propia voluntad, ciertamente. Curiosas esas dos concatenaciones que hemos ido hilvanando aquí: la de la sucesión de exilios en la historia de Cuba y la de mis propios alejamientos de esa isla. A Moscú yo llego y estudio el bachillerato, me veo inmerso después, en 1985, con la perestroika, soy parte del sueño de que aquello se iba a acabar. Los años de la perestroika fueron de un deslumbramiento absoluto. Y yo decido regresar a Cuba imbuido de toda esa ilusión. Digo que volver fue la peor decisión de aquellos años, porque la natural habría sido quedarme en Europa o incluso en Rusia, como muchos de mis amigos de entonces, en lugar de ir de cabeza al Periodo Especial. Pero también fue la mejor, porque esos escasos tres años en Cuba me permitieron entender al país y a mí mismo de otra manera. Yo había estado involucrado en el proyecto Paideia, un intento de incidir en la política cubana desde la cultura. Entendí que mi lugar estaba en Cuba, en esa pasión por cambiar las cosas. Y cuando no pudo ser, me largué.

En el libro llamas a la Revolución "un cadáver".

Las revoluciones muchas veces parecen eternas, sobre todo porque se proclaman eternas, pero al mismo tiempo son de una fragilidad que parece condenarlas a vivir su final en cualquier momento. Al parque temático que fue Cuba, ya se le han parado los aparatos. Se le fue la luz. Es puro apagón. Ni turistas, ni políticos de izquierda encuentran ya nada en ese estercolero ideológico y material, porque la Cuba de la Revolución ya no existe.

Tú haces un viaje distinto en el libro. Te mueves entre el "entre" del título, la contingencia, el azar y los hechos con sus causas y consecuencias.

Pocas cosas me parecen más emocionantes y útiles, literaria y humanamente hablando, que conectar hechos, sensaciones, momentos que parecen inconexos, pero a los que el escritor o el historiador, el paseante o el cronista, dan un sentido nuevo que ilumina una relación. A eso dedico gran parte de mi trabajo y el libro contiene muchos de estos momentos, historias cruzadas. Heberto Padilla o Reinaldo Arenas, Marina Tsvetáieva o Iósif Brodsky, José Martí o Lezama Lima… 

En un libro lleno de ambición, como este, la de explicar la Revolución y explicar a tres hombres, sus motivaciones, el tamaño de su fracaso, etc., el escritor tiene que renovar su pacto con el lector a cada momento. Por eso también me he mostrado en él completo. Para convencerlo de que está leyendo la verdad. No "una" verdad, como gustan decir ahora para que todas las mentiras se pongan la ropa limpia de la verdad. Y eso es difícil. Tuve que desnudarme, que mostrarlo todo: a la vez el cuerpo y la vergüenza.

Hay una suerte de poema que construyes con trozos de memoria de distintas épocas y que Iván de la Nuez denominó, durante la presentación del libro en Barcelona, "un rap".

Sí, hago una lista de cientos de elementos de los que los cubanos, muchos cubanos, sentimos nostalgia. Y los enumero desde la estupefacción, pero con un poco de nostalgia de la época en que yo sentía nostalgia.   
  
También has hecho una playlist en Spotify para acompañar la lectura del libro.

Esa playlist, como la lista de la materia de la nostalgia son muletas de la memoria. Me sirvieron a mí para escribir el libro, como me gustaría que le sirvan al lector para avanzar por él, metiéndose en esas historias tanto como lo hice yo. 

Dalí dijo en una ocasión que, si el Museo del Prado ardía, lo único que salvaría sería el aire que contiene Las meninas, el cuadro de Velázquez. La música de estos 100 años es tal vez lo que más perviva de los años de la Revolución. Corría un chiste que decía que la entrada de Fidel Castro en una enciclopedia futura lo mencionaría como a un político de la era de Los Van Van. Yo escuché mucha música escribiendo este libro en Barcelona y La Habana y he querido compartirla. Hay lo mismo una guaracha de Daniel Santos que mi abuelo Federico aseguraba que se la había compuesto a él, como un guaguancó de Los Muñequitos de Matanzas, una estupenda canción de Vysotski sobre el psiquiátrico de Moscú en el que estuvimos aguantando inyecciones los dos, y una canción de Daymé Arocena sobre la lengua rusa que enseñaban en la Cuba de los 70. ¡Y no falta Willy Chirino vestido de falso profeta, claro!

En el libro hay muchas pasiones, y hay también una presencia constante de la muerte: de los ideales, de las revoluciones, las muertes de Tsvetáieva, Martí, Sarduy…

La muerte está en el centro mismo del libro, porque es la muerte imprevista de mi padre cuando se prepara para marchar al exilio en Miami la que me obliga a escribirlo. Y están también todas esas muertes, que, como dices, son el reverso de otras tantas pasiones. Porque este es un libro sobre una serie de decepciones: la de mi abuelo al que la Revolución condena a limpiar mesas en Manhattan; la de mi padre, que ve podrir la Revolución a la que había dedicado su vida, degenerada en un país con una desigualdad bestial y una feroz indigencia material e intelectual; la mía, que vuelvo a Cuba imaginando una transición, me marcho a los pocos años decepcionado y roto, y he participado después de la rotunda incapacidad de los cubanos para hacer por Cuba algo más que regarla de recargas y remesas; nunca para convertirla en un país donde merezca la pena vivir y morir.

¿Se puede olvidar y volver a comenzar? ¿Hacer borrón y cuenta nueva? Hay una bella imagen al final del libro del día de tu llegada a Barcelona.

No es posible. No podemos vivir sin el pasado. Sobre todo nosotros los cubanos, quienes parece que tampoco tenemos un futuro.  

Se habla mucho ahora de la "vuelta de Rusia a Cuba".

Es un encuentro de sombras, de espectros, porque ni aquella Rusia que fue la URSS existe ya, ni la Cuba que Cuba quiso ser existe ni existirá ya jamás. De tales citas, que suelen producirse en los cementerios, salen novelitas góticas o boleros, pero no hay noticia de que salgan también rublos.   

No es posible. No podemos vivir sin el pasado. Sobre todo nosotros los cubanos, quienes parece que tampoco tenemos un futuro.


Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido, de Jorge Ferrer, se presentará el jueves 30 de mayo a las 7:30PM en MINIM (Paseo de la Castellana, 92, Madrid), con la presencia del autor y de Maite Rico e Ignacio Vidal-Folch.

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1 comentario

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Profile picture for user László

concho...el jevoso calentón cará... 🤣