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Ensayo

De 'Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido'

Un fragmento de libro: 'Para ellos, también fue un viaje que llevaba a muchas decepciones. Pero nunca, en La Habana o Moscú, en Nueva York o Barcelona dejaron de amasar y contarse a sí mismos algún sueño.'

Barcelona
Ucrania en guerra por la invasión rusa.
Ucrania en guerra por la invasión rusa. Getty Images

Cuando los tanques rusos tomaron el camino de Kiev el 24 de febrero de 2022 estábamos asistiendo al cierre de un ciclo histórico que puede estar definiendo el curso de la historia europea, y la del mundo occidental en general, de una manera que aún no alcanzamos a calcular.

Con la misma ligereza en la hipérbole, pero a la vez el firme y regular paso de compás con los que la mano y la lengua dan inicio y cierre a los siglos a despecho del calendario, porque algún acontecimiento histórico deslindó el tiempo en forma incontrovertible, lo que si ya podemos sostener sin lugar a dudas es que el inicio de la guerra del Kremlin contra Ucrania cerró el ciclo de paz y esperanza de libertad inaugurado por la caída del Muro de Berlín la noche del 9 de noviembre de 1989. Un ciclo perturbado pocas veces más allá de la trágica explosión de Yugoslavia a principios de los años 90.

Luego, hubo un periodo de 32 años, un tercio de siglo, en el que, adjetivo arriba, adjetivo abajo, el paisaje del postcomunismo se parecía más a un calmo cuadro de Ilyá Repin que a una batalla naval de Iván (Hovhanes) Aivazovsky. La Guerra Fría había terminado, la habían, la habíamos ganado los buenos y las elites postcomunistas se habían integrado, con mayor o menor disimulo o aquiescencia, con mejor o peor tino, con alguna que otra lustratio y mucha vista gorda hecha desde la conveniencia o la necesidad, a los sistemas democráticos que, a su vez, se fueron sumando a las instituciones europeas y atlánticas, fueran la Unión Europea, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, el Fondo Monetario Internacional o la OTAN.

El final de la Guerra Fría nos dejó a sus veteranos un estrés postraumático que comenzamos a tratar con el turismo organizado y los lácteos de Danone, armando muebles de IKEA o haciendo colas, ufanos y profundos como quinceañeras, frente a los colegios electorales. Pero cuando volvimos de la resaca de la fiesta inicial comenzamos a cobrar consciencia de que el mundo del que habíamos salido, el de la grisura, la represión comunista y la escasez compartida, que, por una matemática muy soviética, siendo escasez y a la vez compartida tocaba a más, es decir, que tocaba a menos, distaba de ser el Shangri-La que nos auguraban
todas esas promesas nuevas que barrieron a las antiguas.

Quienes asistimos desde Cuba a la caída del Muro y vimos que el régimen de los hermanos Fidel y Raúl Castro se mantenía firme en su vocación de repartir miseria y represión con la misma insolencia victimista que, amparada en el embargo norteamericano y un puñado de ilusiones conexas, le había funcionado durante décadas, comenzamos a mascar la decepción a falta de mejores cosas que llevarnos a la boca. (…)

Hay muchas maneras de haberse encontrado con las revoluciones rusa y cubana, y acabar lastimados por ellas. Muchísimas.

Federico Ferrer, un hombre nacido en Valencia y emigrado a la Cuba republicana, sirvió a la dictadura de Fulgencio Batista y, derrotado después por la Revolución cubana, acabó empujado al exilio. Fue un byvshi, que es como se llamó en la URSS a los que no cupieron en la utopía parida en octubre de 1917.

Su hijo, Jorge Ferrer, hizo carrera en la Revolución cubana y, tan dueño como reo de sus vaivenes, tomó algunas decisiones a lo largo de su vida. Fue un apparatchik, un burócrata, una pieza del aparato de poder en la Cuba revolucionaria.

Otro Jorge Ferrer, hijo del último y nieto de Federico, vivió en Moscú el colapso de los restos de la Revolución rusa, chocó con la Revolución cubana y acabó en el exilio, como su abuelo, haciendo memoria de ambas revoluciones. Fue un pioner, un "pionero", que es como llaman en los regímenes comunistas a los niños que transitarán por el camino trazado por los administradores del porvenir.

Todos ellos fueron clientes de al menos un par de dictaduras y uno de ellos llegó a conocer tres. De una manera u otra, los tres hombres vieron pasar por delante las historias rusa y cubana, y sufrieron por ellas. El paisaje que habitaron estuvo jalonado de pasiones y penas diversas, a veces indistinguibles unas de las otras: el entusiasmo y el exilio, la simulación y el compromiso, el deber y la convicción… Los caminos que siguieron los tres, como por cierto los que siguen todos los hombres, conducen a la muerte.

Para ellos, también fue un viaje que llevaba a muchas decepciones. Pero nunca, en La Habana o Moscú, en Nueva York o Barcelona dejaron de amasar y contarse a sí mismos algún sueño.


Jorge Ferrer, Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido (Editorial Ladera Norte, Madrid, 2023).

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