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Poesía

Lezama entre rapsodias

'Al conmemorarse el 47 aniversario de la desaparición física de José Lezama Lima, he releído el más autobiográfico de sus poemas.'

Miami
José Lezama Lima.
José Lezama Lima. El Mundo

Al conmemorarse el 47 aniversario de la desaparición física de José Lezama Lima a los 65 años —la triste noche del 9 de agosto de 1976—, he releído el más autobiográfico de sus poemas —"Rapsodia para el mulo"— y comentado con amigos cercanos los prodigios estilísticos que allí pueden apreciarse, dentro y a los costados de los sesgos neobarrocos, donde las ondulaciones expresivas logran perderse en las sugerencias analógicas del horizonte ontológico, en los acuosos ojos del mulo en el abismo. Tal vez porque aún en 2023 esperamos que Cuba pueda exhibir otro poeta tan singular como Lezama. Aunque al parecer nos va a pasar como a España, tras la muerte de Francisco de Quevedo en 1645 —después de su contrincante y jurado enemigo Luis de Góngora, en 1627—; que esperó hasta Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez; tal vez hasta Federico García Lorca. Y hasta el sol de hoy.

"Rapsodia para el mulo" aparece por primera vez en el número inaugural de la revista Nadie Parecía, en septiembre de 1942. Por lo que su fecha de creación debe situarse a principios de los años 40, dato que permite contextualizarlo con propiedad, entre la transparencia y el obstáculo exegéticos que se aprenden en la Escuela de Ginebra, en Jean Starobinski y su monumental biografía de Jean Jacques Rousseau, donde la obra ilumina al autor —y viceversa—, como puede experimentarse en la "Rapsodia…". Siete largos años después Lezama incluye el poema en su libro La fijeza (1949), que lleva una curiosa cubierta de Raúl Milián. Parece que no se vuelve a reproducir, según he podido indagar, hasta la edición de su Poesía completa, por el Instituto Cubano del Libro, en 1970. Aunque fuera de Cuba, sobre todo después de la fama internacional que alcanza Lezama tras los éxitos de Paradiso (1966), muchos de sus poemas fueron publicados en revistas, antologías, estudios; y algunos en traducciones, no siempre autorizadas por el autor, cuyo aislamiento en La Habana se vio recrudecido a partir de 1971.

No debe olvidarse o edulcorarse que Lezama, hasta su muerte, sufrió la represión del régimen castro-comunista, empeñado en desaparecer del panorama cultural cubano las voces disidentes. Resulta saludable aventurar que la "Rapsodia…" entrevé hostilidades. De alguna inevitable manera, sus lectores cubanos hasta hoy podemos atribuirle al poema la intuición de vaticinar ataques y proscripciones, profetizar que el mulo no se detendrá, continuará su trabajo como hermoso símbolo de independencia, de autonomía frente a los poderes políticos que denigran, los mediáticos que trivializan, los gremiales que emponzoñan, los individuales que suelen robar energías, revolotear los "no vale la pena", frustrar proyectos.             

El poema también alude y vaticina apodos envidiosos como el de "anaquel con patas"; bromas vulgares, crónicas empeñadas en urdir chismografías. Como la cometida por los que se hicieron eco de haber visto a Lezama en un prostíbulo de hombres, al costado de la Plaza de la Catedral. Suceso desmentido por José Rodríguez Feo, que sí podía pagar los caros servicios que se ofrecían en el pomposo local y que se burlaba del miedo de Lezama al qué dirán y muy en particular a su madre, Rosa Lima. Prostíbulo que, por cierto, tampoco fue visitado por Virgilio Piñera, que apenas podía pagar la casa de huéspedes, comprar cigarros y café. A diferencia de Marcel Proust en París, ni Lezama ni Virgilio Piñera visitaron el prostíbulo de hombres de La Habana, recreada en Tres tristes tigres, añorada desde su exilio en Londres por Guillermo Cabrera Infante. Algo que de haber sido cierto no le restaría ni un gramo de valor a sus obras, como no se lo resta a En busca del tiempo perdido. La "Rapsodia…" no perdona a los lémures de entonces y a los que supone que sobrevendrán: Habla de "la carroña de las ancianas aves"; habla de "los pintados guantes de lo estéril", donde salpican las auras tiñosas. que "en el cuello muestran corona tras corona"…

Diez años después de la muerte de Lezama, en 1986, sostuve en Viena, en el restaurante del Kunsthistorisches Museum, una grávida conversación sobre su obra con otra invitada a aquel congreso, mi querida amiga la hispanista alemán Frauke Gewecke, profesora en ese entonces en la Universidad de Heidelberg. Recuerdo que hablamos sobre "Rapsodia para el mulo" como el poema de Lezama que podía considerarse un autorretrato emblemático, un desdoblamiento donde el autor de Paradiso-Oppiano Licario sutilmente se identifica con el mulo. Es el mulo… Días después pudimos oír en la asmática, inconfundible voz de Lezama —por suerte ella tenía en su casa el disco de la Casa de las Américas— y de nuevo leer juntos el majestuoso poema.  Coincidimos en la apreciación, en las hipótesis críticas y en que el pudor —huir del "yo" explícito— puede considerarse un rasgo ético del poeta, artísticamente conseguido en la mayoría de sus textos.

En la inteligencia de que este breve recuerdo logre motivar la lectura o relectura del poema y rinda homenaje a su autor, enuncio seguidamente algunos comentarios "rapsódicos", encabezados por otra conversación con una mujer que pertenece por propios méritos al very exclusive Club Lezama, y que no desea figurar aquí con su nombre. Coincido con ella en que el poema sugiere una atmósfera de soledad, del aislamiento que casi siempre rodea al artista genuino, por lo menos en sus etapas de aprendizaje y por supuesto que siempre en las creativas. Me convence su observación acerca de un substrato filosófico existencialista en el autorretrato, en el carácter confesional que se disfraza de mulo. A lo que añado las lecturas de Federico Nietzsche que una y otra vez hizo Lezama, al punto de incluirlas en su Curso Délfico. El voluntarismo que trasunta el poema tiene uno de sus alimentos anímicos en Nietzsche. Lo que refuerza con la presencia de otros autores que exaltan la capacidad del ser humano para enfrentar obstáculos, bordear abismos, desde el San Agustín de las Confesiones hasta el José Martí del Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos…  A lo que añado las resonancias de José Ortega y Gasset, de quien conocía muy bien la "razón vital" y el "perspectivismo", cita en múltiples ocasiones y escribe un encomioso artículo cuando muere, en 1956, publicado en el último número de la revista Orígenes.

La "Rapsodia…" que en el mulo encarna al poeta no cesa de sugerir conjeturas, como siempre ocurre con los poemas fuertes. ¿Por qué Lezama toma al mulo para la metáfora de la rapsodia que lo identifica? ¿Por qué un supuesto autor tan "elitista" arrebata a la sabiduría popular la  lexicalización de la analogía? ¿Acaso en la composición —como luego se disfruta en la lectura—, no subyacen frases como "Es un mulo trabajando" o "Trabaja como un mulo", que eran comunes, que se usaban y aún se usan para exaltar a personas muy trabajadoras?

Pero además de ser imagen de fuerza y de tesón, el mulo también se caracteriza por no engendrar. Obra del cruce de yegua con burro, las yeguas que admiran su belleza lamentan que no pueda formar familia, engendrar. Lezama amalgama cada uno de los atributos del mulo para escribir el poema. Cuando lo termina, a los 31 o 32 años, se desdobla como un ser híbrido, dueño de una irrefrenable vocación literaria cuya poética ya entonces lo singulariza dentro del orbe hispano, lo aleja por los cauces órficos de cualquier populismo a la vez que echa al olvido —los conserva como prueba de un aprendizaje digno de un mulo— sus poemas iniciales, los que póstumamente se darán a conocer en el muy poco singular cuaderno Inicio y escape.

Al parecer "Rapsodia para el mulo" es quien mejor sirve —tras "Muerte de Narciso"— como imagen de Lezama, emblema y escudo, grito y epitafio... Reitero como simple prueba de ello que cuando graba su disco para la Casa de las Américas y también cuando le piden que seleccione poemas que muestren su quehacer, no deja de incluirlo. Lo sabe esencial, confesional. La interpelación, los saltos donde el narrador omnisciente, sobrio y distante, pasa sin pausa a conversar con el mulo, con su propio doble, abre un "remolino de chispas". Llega a Dios, aunque ciertas experiencias cotidianas traten de alejarlo, de que se pierda entre los desfiladeros de la vida... Quien habla no deja de ser el Lezama católico, no solo en las prácticas de la fe sino en las lecturas de los grandes textos de la patrística y la escolástica o de los existencialistas católicos. De ahí que varios versos observen "la faja de Dios", den fe del Dios que "aprieta la faja" ante sinsabores, ante acontecimientos que van desde la pobreza hasta su sexualidad por complejos desfiladeros anímicos cuyos detalles son lágrimas, ojos acuosos del mulo… Hasta el verso final,  cuando "al fin el mulo árboles encaja en todo abismo". Es decir, cuando leemos que cada uno de esos árboles —sobrenaturaleza artística— es la imagen de una vocación irreductible, de un poema llamado Lezama que acentúa la imposibilidad de que los abismos se lo tragaran, porque "paso es el paso".   

Aquí el poema y, más abajo, el poema en la voz de su autor:  
              

Rapsodia para el mulo

Con qué seguro paso el mulo en el abismo.
Lento es el mulo. Su misión no siente.
Su destino frente a la piedra, piedra que sangra
creando la abierta risa en las granadas.
Su piel rajada, pequeñísimo triunfo ya en lo oscuro,
pequeñísimo fango de alas ciegas.
La ceguera, el vidrio y el agua de tus ojos
tienen la fuerza de un tendón oculto,
y así los inmutables ojos recorriendo
lo oscuro progresivo y fugitivo.
El espacio de agua comprendido
entre sus ojos y el abierto túnel,
fija su centro que le faja
como la carga de plomo necesaria
que viene a caer como el sonido
del mulo cayendo en el abismo.
Las salvadas alas en el mulo inexistentes,
más apuntala su cuerpo en el abismo
la faja que le impide la dispersión
de la carga de plomo que en la entraña
del mulo pesa cayendo en la tierra húmeda
de piedras pisadas con un nombre.
Seguro, fajado por Dios,
entra el poderoso mulo en el abismo.
Las sucesivas coronas del desfiladero
—van creciendo corona tras corona—
y allí en lo alto la carroña
de las ancianas aves que en el cuello
muestran corona tras corona.
Seguir con su paso en el abismo.
Él no puede, no crea ni persigue,
ni brincan sus ojos
ni sus ojos buscan el secuestrado asilo
al borde preñado de la tierra.
No crea, eso es tal vez decir:
¿No siente, no ama ni pregunta?
El amor traído a la traición de alas sonrosadas,
infantil en su oscura caracola.
Su amor a los cuatro signos
del desfiladero, a las sucesivas coronas
en que asciende vidrioso, cegato,
como un oscuro cuerpo hinchado
por el agua de los orígenes,
no la de la redención y los perfumes.
Paso es el paso del mulo en el abismo.
Su don ya no es estéril: su creación
la segura marcha en el abismo.
Amigo del desfiladero, la profunda
hinchazón del plomo dilata sus carrillos.
Sus ojos soportan cajas de agua
y el jugo de sus ojos
—sus sucias lágrimas—
son en la redención ofrenda altiva.
Entontado el ojo del mulo en el abismo
y sigue en lo oscuro con sus cuatro signos.
Peldaños de agua soportan sus ojos,
pero ya frente al mar
la ola retrocede como el cuerpo volteado
en el instante de la muerte súbita.
Hinchado está el mulo, valerosa hinchazón
que le lleva a caer hinchado en el abismo.
Sentado en el ojo del mulo,
vidrioso, cegato, el abismo
lentamente repasa su invisible.
En el sentado abismo,
paso a paso, sólo se oyen,
las preguntas que el mulo
va dejando caer sobre la piedra al fuego.
Son ya los cuatro signos
con que se asienta su fajado cuerpo
sobre el serpentín de calcinadas piedras.
Cuando se adentra más en el abismo
la piel le tiembla cual si fuesen clavos
las rápidas preguntas que rebotan.
En el abismo sólo el paso del mulo.
Sus cuatro ojos de húmeda yesca
sobre la piedra envuelven rápidas miradas.
Los cuatro pies, los cuatro signos
maniatados revierten en las piedras.
El remolino de chispas sólo impide
seguir la misma aventura en la costumbre.
Ya se acostumbra, colcha del mulo,
a estar clavado en lo oscuro sucesivo;
a caer sobre la tierra hinchado
de aguas nocturnas y pacientes lunas.
En los ojos del mulo, cajas de agua.
Aprieta Dios la faja del mulo
y lo hincha de plomo como premio
Cuando el gamo bailarín pellizca el fuego
en el desfiladero prosigue el mulo
avanzando como las aguas impulsadas
por los ojos de los maniatados.
Paso es el paso del mulo en el abismo.
El sudor manando sobre el casco
ablanda la piedra entresacada
del fuego no en las vasijas educado,
sino al centro del tragaluz, oscuro miente.
Su paso en la piedra nueva carne
formada de un despertar brillante
en la cerrada sierra que oscurece.
Ya despertado, mágica soga
cierra el desfiladero comenzado
por hundir sus rodillas vaporosas.
Ese seguro paso del mulo en el abismo
suele confundirse con los pintados guantes de lo estéril.
Suele confundirse con los comienzos
de la oscura cabeza negadora.
Por ti suele confundirse, descastado vidrioso.
Por ti, cadera con lazos charolados
que parece decirnos yo no soy y yo no soy,
pero que penetra también en las casonas
donde la araña hogareña ya no alumbra
y la portátil lámpara traslada
de un horror a otro horror.
Por ti suele confundirse, tú, vidrio descastado,
que paso es el paso del mulo en el abismo.
La faja de Dios sigue sirviendo.
Así cuando sólo no es chispas, la caída
sino una piedra que volteando
arroja el sentido como pelado fuego
que en la piedra deja sus mordidas intocables.
Así contraída la faja. Dios lo quiere,
la entraña no revierte sobre el cuerpo,
aprieta el gesto posterior a toda muerte.
Cuerpo pesado, tu plomada entraña,
inencontrada ha sido en el abismo,
ya que cayendo, terrible vertical
trenzada de luminosos puntos ciegos,
aspa volteando incesante oscuro,
has puesto en cruz los dos abismos.
Tu final no siempre es la vertical de dos abismos.
Los ojos del mulo parecen entregar
a la entraña del abismo, húmedo árbol.
Árbol que no se extiende en acanalados verdes
sino cerrado como la única voz de los comienzos.
Entontado, Dios lo quiere,
el mulo sigue transportando en sus ojos
árboles visibles y en sus músculos
los árboles que la música han rehusado.
Árbol de sombra y árbol de figura
han llegado también a la última corona desfilada.
La soga hinchada transporta la marea
y en el cuello del mulo nadan voces
necesarias al pasar del vacío al haz del abismo.
Paso es el paso, cajas de aguas, fajado por Dios
el poderoso mulo duerme temblando.
Con sus ojos sentados y acuosos,
al fin el mulo árboles encaja en todo abismo.

José Lezama Lima

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5 comentarios

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Excelente artículo y análisis.

Profile picture for user Ana J. Faya

Desde que leí por primera vez un poema de Lezama, allá por la segunda mitad de los 60, tuve la certeza de que no intentaría nunca ni estudiarlo ni entenderlo, sino solo disfrutarlo --cuando me sintiera para el paso--como se hace frente a un cuadro de Mondrian o algunos de Chagall. Porque sencillamente no lo entiendo. Esta nota de Prats al aniversario de la muerte del poeta, rezuma años de dedicarse a estudiar a Lezama y de desentrañar sus enigmas. Por suerte para la cultura cubana --y para la obra de Lezama--, la Escuela de Letras y de Arte de la UH graduó a alguien como él.

Profile picture for user Amadeus

El Gran Lezama, el prestidigitador de las palabra y los verbos. Alabado sea!!

Me parece un buen análisis del poema, que se aquilata con el hecho de proceder de una fuente exacta en el conocimiento de la obra del escritor. Honor a quien honor merece. La falta de claridad señalada por Narco, puede ser resultado de la edición del texto, pero no es la generalidad de lo que se puede leer aquí. No se reproduce (ni se glosa) el discurso de Lezama en el análisis, defecto en algunos miembros del denominado ¿club?, ya advertido de cierta forma por González Echevarría en su libro más reciente. En cuanto a la exclusividad del mencionado Club Lezamiano, discrepo, elemento propio de una democracia, incluso en el terreno de las letras. Más bien creo que hay de todo en la viña del Señor. A buen entendedor, con pocas palabras basta, porque el estudio de la obra de Lezama ha ido aumentando con los años y con resultados diferentes, de ahí lo heterogéneo del conjunto de visiones sobre la obra del escritor: algunos con imaginación y aportes, otros: repiten lo conocido y sin novedad.

Profile picture for user NARCO

"Los costados de los sesgos neobarrocos, donde las ondulaciones expresivas logran perderse en las sugerencias analógicas del horizonte ontológico, en los acuosos ojos del mulo en el abismo".