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Urbanismo

El olvido perpetuo: calles sin arquitectos

Otras capitales del mundo dedican calles a los arquitectos que la construyeron, en La Habana faltan esas calles.

Madrid
Facultad de Farmacia, Universidad de La Habana, obra de Pedro Martínez Inclán.
Facultad de Farmacia, Universidad de La Habana, obra de Pedro Martínez Inclán. Arquitectura Cuba

La Habana, ciudad construida intensamente, es un catálogo gigante de buena arquitectura, de esa que aun en convalecencia es capaz de transmitir su validez. Todo gran arquitecto cubano dejó en ella alguna obra y no pocos extranjeros también contribuyeron a su avance. Sin embargo, la ingrata no los recuerda. No conozco una sola calle que rinda homenaje a un arquitecto o urbanista cubano, lo que no deja de ser una incongruencia que ojalá algún día se pueda saldar.

Los topónimos tienen gran relevancia a nivel comunitario, pues además de su función nominal, funcionan como recordatorio conmemorativo de un elemento o hecho significativo. De ahí que, en lo que se refiere a personas, abunden los nombres de grandes de la política, la ciencia, las artes, etc. Más allá de que aparezcan en los libros, el bautizo de una calle hace ilustre al homenajeado, y su historia más cotidiana y popular con un poquito de curiosidad que se tenga.

Otras capitales del mundo, con tradición toponímica no numérica, han agasajado en su callejero a arquitectos imprescindibles de su historia constructiva. Bruselas, una de las cunas del art nouveau, tiene dos discretas callecitas dedicadas a los maestros de este estilo: la rue Guimard y la rue Baron Horta. En París, la rue Soufflot conduce hasta la plaza que antecede la fachada principal del Panteón construido por él en el siglo XVIII. En la capital francesa tampoco podía faltar un gran boulevard dedicado al barón Haussmann, autor de su principal reforma urbana.

Madrid tal vez sea la más lisonjera de todas, corren por sus calles nombres como el de Matilde Ucelay, primera española graduada de Arquitectura; Antonio Palacios, autor de edificios monumentales de la capital, como el Palacio de Cibeles, y de la primera red soterrada de metro; y Arturo Soria, creador de la utópica Ciudad Lineal, donde se le recuerda con una escultura y su nombre identifica una escuela, una estación de metro y una avenida de cinco kilómetros. También están los extranjeros, como el italiano imprescindible de la arquitectura monárquica del siglo XVIII, Francesco Sabatini, quien nombra cuatro calles en la capital. El culmen resulta el barrio de Valdebebas, ampliación de Madrid Norte, cuyas calles a partir de 2012 han asumido el nombre de 53 arquitectos, urbanistas e ingenieros españoles. Su amplísimo repertorio abarca algunos tan variados como el maestro barroco Pedro de Ribera, el racionalista Félix Candela y el brutalista Francisco Sáenz de Oiza.

En La Habana bien merecería el ingeniero Luis Iboleón Bosque que su nombre figurara en algún rótulo, como excusa para recordar al diseñador del primer trazado urbano moderno de la capital: El Carmelo (1859) y El Vedado (1860). De conjunto, esta urbanización fue el principal referente del desarrollo urbano habanero durante el siglo XX, y la mejor lección de planeamiento del hábitat social.  

La escultura del parque de Línea entre K y L, conmemora la figura de Francisco de Frías y Jacott, Conde de Pozos Dulces, uno de los promotores del reparto y su mayor propietario. Sin embargo, de Iboleón no se sabe casi nada, ni siquiera los textos especializados dan luz sobre su trayectoria, aunque resulta indiscutible que fue un pionero del urbanismo moderno a nivel mundial. Pues al mismo tiempo que este surgía como ciencia, y comenzaban los primeros ejemplos reseñables como el Plan Cerdá (1860) de Barcelona, Iboleón consiguió en el Carmelo y El Vedado un trazado perfecto en forma, orientación y proporción de la retícula y los espacios libres, donde el confort y la higiene fueron premisas, y la cualificación estética una garantía de calidad de vida.

Otro urbanista imprescindible, que afortunadamente en las últimas décadas se está reivindicando en el círculo de arquitectos, es el cienfueguero Pedro Martínez Inclán (1883-1957). Este arquitecto, graduado en la Universidad de La Habana en 1910, destacó por su obra construida pero también por su fundamentación teórica y sensibilización sobre la trascendencia del planeamiento urbano ante la Academia, el Colegio de Arquitectos y el Estado.

De sus proyectos arquitectónicos tiene La Habana obras bellísimas como la residencia neorrenacentista construida en la década de 1920, en 25 y J; de 1939, la Facultad de Ciencias (hoy Matemática y Cibernética) en la plaza Cadenas, y las facultades de Ciencias Comerciales y Farmacia (1940) en primera línea de fachada a ambos lados de la escalinata de la Universidad. No obstante la relevancia de estos edificios historicistas, se le recuerda por el edificio moderno del lote agudo de 23 y 16, construido en 1931 y considerado la primera vivienda racionalista de la ciudad.

Entre 1913 y 1933, Martínez Inclán trabajó como jefe de Arquitectura para el antiguo municipio La Habana. Esto le permitió estudiar la ciudad a escala urbana, comprender sus necesidades, potencialidades y limitantes, y ponderar la significación de un adecuado planeamiento urbano y el papel del Estado como regulador de ese proceso. Entiéndase que este fue uno de los periodos más prolíficos en la expansión de La Habana moderna. Sin embargo, fue liderada por la iniciativa privada de manera fragmentada, espacial y temporalmente, sin un plan rector, donde el completamiento del territorio se dio por la suma discontinua de fincas en parcelación. De los problemas de esta ciudad hecha como colcha de retazos, Martínez Inclán fue el primero en alertar y proponer soluciones para facilitar la comunicación y circulación vehicular a nivel de ciudad, incorporar espacios verdes y atender la precarizada vivienda social.

Muchas calles como las conocemos hoy fueron trazadas por él en 1919, cuando propuso su Plan Director para La Habana, publicado en 1925. Este comprendía una red de 26 avenidas jerarquizadas que conectaban la vieja ciudad y las zonas de expansión. Algunas se apoyaban sobre el trazado preexistente, resaltando la significación de esos ejes e impulsando su ensanche y prolongación. Este fue el caso de la ampliación de Infanta, 26, y Luyanó; la continuación de la Avenida Paseo hasta Carlos III; de Ayestarán hasta Puentes Grandes; de Concha hasta Fábrica; de Santa Catalina y Acosta tal cual existen hoy, entre otras. Martínez Inclán trazó las avenidas Dolores y Agua Dulce, y durante el gobierno de Grau del que fue asesor, construyó la Vía Blanca y el Parque Residencial Obrero de Luyanó, junto a Quintana, Romañach y Mantilla.

Profesor emérito en 1949, había incorporado los estudios de Urbanismo en la Universidad con la fundación de la Cátedra de Arquitectura de Ciudades, Parques y Jardines, en 1924. Más adelante la propuso como carrera, pero no llegó a implementarse.  

Algún día habrá que enmendar esta falta de memoria y gratitud hacia quienes han diseñado cada rinconcito valioso de La Habana. Nombres hay miles: Eugenio Rayneri, Leonardo Morales, Enrique Montoulieu, Raoul Otero, Miguel Ángel Moenck, José María Bens Arrarte, Luis Bay Sevilla, Emilio de Soto, Joaquín Weiss, Evelio Govantes, Félix Cabarrocas, Rafael de Cárdenas, Enrique Luis Varela, Eduardo Cañas Abril, Alberto Camacho, Walfrido de Fuentes, Alberto Prieto, Elena Pujals, Eugenio Batista, Miguel Gastón, Nicolás Arroyo, Gabriela Menéndez, Manuel de Tapia Ruano, Antonio Quintana, Mario Romañach, Nicolás Quintana, Manuel Gutiérrez, Fernando Salinas, etc. Entre los más recientes están también los que han sido Premio Nacional de Arquitectura, entre muchos otros.

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1 comentario

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Muy bueno, como siempre, la gran pregunta: nunca hubo calles con nombres de arquitectos o ingenieros, o si? se les cambiaron despues de Enero, 1959? gracias