Nombrar los lugares así como las personas, siempre ha sido un acto que entraña profundos significados. Denominar una calle, una ciudad, una montaña, un río, resulta imprescindible desde el punto de vista orientativo e identificativo, pero también puede involucrar un mensaje (de poder, de ideología, de sentimiento patriótico, etc). Muchas veces el topónimo queda como el único testigo de un suceso pasado o de un elemento, práctica o inmueble que en el lugar existió.
El topónimo puede valorarse entonces por su fuerte base cultural. Con perspicacia y conocimiento histórico, el territorio puede ser leído como un texto y su mensaje puede ayudar a fortalecer los vínculos con el espacio habitado.
En Cuba tenemos varios topónimos legados por la cultura aborigen que sobrevivieron la colonización y han llegado hasta hoy. Es conocida la prevalencia del nombre otorgado a la Isla por sus primeros habitantes, para los que significaba "tierra", ante los conferidos por Cristóbal Colón (Juana, en 1492, por el príncipe Juan de Aragón) y por la Corona española (Fernandina, en 1515, por Fernando el Católico). La toponimia es, en general, una de las herencias más sólidas que tiene Cuba de su diezmada cultura aborigen. Son profundamente familiares nombres como Baracoa, Sagua, Maisí, Guáimaro, Guamuhaya, Jagua, Habana, Caibarién, Guaniguanico, Cubanacán, Bayamo, Guanabacoa, Cojímar, Jibacoa, Bacuranao, entre muchos otros.
Por razones prácticas, así como por el efecto de posesión sobre las tierras y sus riquezas, entre los primeros nombres otorgados durante la Conquista, abundan los apellidos de propietarios de tierras y la referencia a sucesos, funciones acometidas o elementos construidos en cada sitio. Por ejemplo, los dos ríos principales que desembocan en la bahía habanera: Martín Pérez y Luyanó, tomaron su nombre, en el primer caso, del capitán Martín Pérez de Aróstegui, quien tuvo junto al río una finca; y el segundo deriva del apellido de uno de los primeros pobladores, Sebastián Viano, muerto en combate durante el ataque de Jacques de Sores, en 1555.
Varios nombres de las primeras calles de La Habana Vieja se refieren a las funciones que en ellas predominaban desde el siglo XVI, como Mercaderes, Oficios y Baratillo, esta última por ser espacio habitual de ventas económicas. También existen apellidos de antiguos propietarios de negocios como Bernaza y Tallapiedra; el primero por José Bernaza, quien tuvo en esa calle una panadería; y el segundo por José Antonio Tallapiedra, comerciante y armador que en ese sitio tuvo un edifico y un muelle dedicados a la exportación de tabaco. En 1914, la termoeléctrica allí construida también asumió popularmente este antiguo nombre.
Otras muchas calles se refieren a elementos naturales o edificados que aún existen o existieron, como Cuarteles, que alude a los antiguos cuarteles que había en sus extremos (San Telmo y el de la Artillería); Compostela, por el conjunto de iglesias y conventos construidos a lo largo de esta vía por el obispo Diego Evelio de Compostela (Santo Ángel Custodio, Santa Teresa, Nuestra Señora de Belén y San Isidro); y Línea, en el Vedado, por las vías del tranvía (aunque oficialmente siempre ha sido Calle 9). El barrio de Casablanca por su parte, debe su nombre a un almacén de depósito construido en 1589, cuya blanca fachada era un conocido punto de referencia al interior de la bahía, visible desde el litoral del centro histórico.
Si se refiere a lugares que deben ser vistos desde lejos y que por su importancia deben ser fácilmente identificables, la toponimia se apropió de las formas naturales y su parecido a elementos comunes. Por ejemplo, para localizar la entrada de la bahía de La Habana, los marinos tenían distintas elevaciones como puntos de referencia, y las nombraron como se aprecian desde altamar. Navegando desde Occidente, les guiaba la Sierra de los Órganos, llamada así por su similitud con el instrumento musical, le sigue el Pan de Cabañas y luego la Mesa del Mariel. En este caso, pan se refiere a una elevación de más de 300 metros de altura. Finalmente, el elemento natural que indicaba la situación de La Habana eran las Tetas de Managua, dos colinas gemelas y redondeadas de unos 200 metros de alto, llamadas así porque de conjunto asemejan el busto de una mujer tumbada.
Al interior de la ciudad, no solo de la parte más antigua, muchas calles tomaron el nombre de especies frutales, que hoy nos hablan de los cultivos que identificaron la zona antes de ser urbanizada o de ejemplares que sirvieron de referencia al caminante. Nombres como Sigua, Tamarindo, Aguacate, Mangos, Sapotes, Coco y Mamey son testigos silenciosos de una naturaleza que la imagen de la ciudad contemporánea ha vuelto anacrónica o ajena. Así también quedó inmortalizada la presencia de espacios asociados a la cría de animales en calles como Corrales y Maloja.
Otros nombres de calles, como Manglar y Ciénaga, hacen referencia al paisaje natural que originalmente identificaba la zona. En cambio, en el caso de la calle Lagunas, en Centro Habana, se debe a las tres lagunas creadas tras el abandono de las canteras de piedra que allí existieron. Dichas lagunas fueron cegadas para la construcción de la vía en el siglo XIX. Este es también el caso de la calle Zanja, construida sobre un tramo de la antigua Zanja Real (1566-1592) que canalizó el agua desde el río Almendares hasta la bahía.
Con la instauración de la República hubo un significativo interés en homenajear a los héroes de la independencia, y recordar fechas y personajes ilustres del pasado reciente. Una manera de hacerlo fue renombrando antiguas calles y designando las de los repartos construidos en el siglo XX. De este modo, varias vías principales de las ciudades cubanas pasaron a llamarse José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, e incluso, Progreso, Porvenir, República, Independencia, 20 de Mayo, entre otras nominaciones que ilustraban el espíritu de la época y la voluntad de reescribir la historia desde el propio hecho de nombrar el espacio habitado.
Solo en La Habana alrededor de 105 vías cambiaron su nombre. En la Víbora, por ejemplo, sucedió con las calles Marqués de La Habana (Felipe Poey), Lagueruela (José María Heredia), Príncipe de Asturias (José Miguel Párraga), Cruz (Libertad) y Jesús del Monte (10 de Octubre); y con nuevas arterias como Juan Delgado, Mayía Rodríguez, Goicuría y D'Strampes, por mencionar algunas.
Algunos intelectuales de la época, como Emilio Roig, alertaron sobre los inconvenientes que, desde el punto de vista práctico e histórico, tenía esta mudanza de nombres; lo que conllevó a que algunas retomaran el anterior a partir de un informe presentado por Roig, en 1935. No obstante, otras mantuvieron el nombre moderno. Luego, el Gobierno revolucionario también renombró algunas calles acorde a sus intereses. Por esta razón, Egido y Monserrate son oficialmente Avenida de Bélgica, Zulueta es Agramonte, Belascoaín es Padre Varela, Reina es Simón Bolívar y Carlos III es Salvador Allende, entre muchas otras que en el hablar cotidiano suelen preservar la denominación original, más vinculada a la tradición histórica de la ciudad.