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Arquitectura

El baño en la casa cubana

Pensar hoy en una casa sin baño resulta estrambótico, inviable, francamente impensable. Sin embargo, los baños no siempre estuvieron.

Madrid
El remodelado Hotel Telégrafo, que anunciaba sus baños en 1835.
El remodelado Hotel Telégrafo, que anunciaba sus baños en 1835. Tourinews

Pensar hoy en una casa sin baño resulta estrambótico, inviable, francamente impensable. Sin embargo, los baños no siempre estuvieron. Su lugar dentro de la casa, como una habitación con usos específicos, es más moderno de lo que imaginamos. Como consecuencia, lo es también la forma y frecuencia en que nos bañamos, y el uso de un aseo con agua corriente que no deje rastro de nuestros desechos.

En un principio la naturaleza proveyó lo necesario, abonamos la tierra como el más común de los animales y para el baño estaban el mar y los ríos, cerca de los cuales se establecieron las primeras comunidades. No había razón para que estas acciones se hicieran con recato. Colectivos fueron los baños en la antigua Grecia, en Roma, en las ciudades medievales europeas y hasta en la Inglaterra del siglo XIX, donde se instalaban baños públicos. De hecho, en el Londres de inicios del XX existía un baño municipal cada 2.000 habitantes.

Las viviendas de nuestras ciudades coloniales no tenían aseo. En dependencia del tamaño del lote y de las posibilidades económicas del propietario podían o no tener zaguán, patio, traspatio, cocina, comedor, sala, despacho, dormitorios, pero no baño. No hay seguridad de que las personas se asearan a diario, y cuando correspondía, lo hacían dentro de las habitaciones y por partes, valiéndose de aguamaniles, jofainas y palanganas.

En la novela Gallego, muy bien ambientada a los inicios del siglo XX, Miguel Barnet describe la rutina de un inmigrante después del trabajo: "Cuando llegaba al cuartucho me frotaba bien de alcohol de pies a cabeza antes de echarme agua, luego un cubo y a la cama".

A veces, al fondo de algunas casas había una letrina no conectada a ninguna cloaca. Pero por lo general, los retretes eran móviles: orinales o bacinillas que se descargaban en tierra y en ocasiones con indolencia hacia la calle, donde la orina se unía a otros desperdicios de mercados y comercios. Esto afectaba la higiene y limpieza de todo el espacio público, aunque los olores también invadían el privado. Existen múltiples documentos que denuncian este asunto y prohibían arrojar todo tipo de aguas sucias a la calle, incluyendo las de limpieza de la casa y lavado de ropas.

Imagínese entonces cómo sería la rutina diaria de los cubanos siempre que le apuraba una de estas urgencias, el tiempo y los múltiples pasos que dedicaban a cada cosa. A nivel de ciudad y hasta el siglo XIX el panorama solo hizo empeorar con el crecimiento poblacional y la acumulación de basuras, sin infraestructura para evacuarlas adecuadamente, ni un plan organizado para la limpieza de calles y desobstrucción de las cloacas existentes, principalmente en La Habana.

Entonces puede entenderse cuán moderno se anunciaba en 1868 el Hotel Telégrafo (1835) al decir que tenía siete salones, 150 habitaciones y 32 baños. Sin más detalle con qué ampliar esta información y conocer cómo eran exactamente, resulta interesante tener en cuenta que a finales de ese siglo ningún apartamento de alquiler en Nueva York tenía aseo, y que en general, en esa ciudad había un promedio de una bañera por cada 500 habitantes. Por su parte, el Ritz de París no tuvo habitaciones con baño hasta 1906.

Después de que se crearan en Inglaterra los primeros retretes abastecidos con agua corriente, a finales del siglo XVIII, el camino fue lento para que se generalizara su uso. La vanguardia se mantuvo en la cultura anglosajona, y muy particularmente en Inglaterra que se valió de su pujante industria para crear nuevos diseños de inodoros y bañeras. La reina Victoria fue el primer monarca en tener un baño con agua corriente, en 1837. Dicho servicio llegó a la Casa Blanca en 1851.

Gracias a EEUU se introdujeron en Cuba los avances de la higiene, y en particular el cuarto de baño privado con todas sus facilidades. Durante el período de intervención norteamericana, La Habana tuvo su primer sistema moderno de alcantarillado y un eficiente sistema de recolección de basuras. Se unían a ello los beneficios del recién inaugurado Acueducto de Albear (1858-1893). La vivienda comenzó a incorporar con interés el cuarto de baño, definido en la planta del inmueble como una habitación para esos usos específicos, usualmente intercalada entre los dormitorios.

El baño intercalado se cubrió con mosaicos o azulejos, como ya se había hecho en la antigüedad grecolatina, por la función aislante del material así como por sus posibilidades decorativas. Las piezas sanitarias eran todas importadas de EEUU y respondían a los más avanzados diseños de la época con elementos de hierro esmaltado y galvanizado. A su vez se conectaban a la nueva red hidrosanitaria, con lo cual llegamos de golpe a la concepción del baño moderno.

Merece la pena visitar los que se conservan en algunos museos que antes fueron viviendas de la clase media y alta habanera. En el primer caso, está el modesto baño intercalado de la Casa de El Vedado, museo ambientado como espacio residencial. Construida en 23 entre C y D, esta vivienda de 1921 tiene tres dormitorios, y su baño de azulejos blancos muestra todas las piezas habituales de la época: el lavamanos de pedestal, el urinario, el bidé, la bañera-nicho y los apliques.  

Mucho más lujoso resulta el que perteneció a María Luisa Gómez Mena, propietaria de la mansión que hoy es Museo de Artes Decorativas. Construido en 1927, este baño es un bello ejemplo de estilo art déco, cubierto de mármoles de colores combinados en paredes y suelo, así como con el lavamanos labrado en este material y la bañera empotrada y cubierta por un dosel a juego con la estancia. Destacan los apliques de vidrio opalescente de Ernest Marius Sabino, y los artículos de tocador diseñados por René Lalique. Muy interesante es la presencia de una jofaina y aguamanil de plata al centro de la amplia habitación como recuerdo de los hábitos del pasado.

Revisar la historia de los espacios habituales siempre trae sorpresas que cambian nuestra percepción del entorno más cercano, mucho más rico desde el conocimiento de lo que fue y de cómo las diferencias influyeron en las costumbres, los ambientes y la vida misma. Observar su evolución proporciona cierto alivio y una relación más estrecha con lo cotidiano. Lamentablemente, el baño es una de las partes de la casa que más se transforma, con lo cual se van perdiendo muchos elementos distintivos de cada época. Con fortuna aún son frecuentes los diseños típicos de mediados de siglo con sus azulejos de 10x10, sus botiquines empotrados tras el espejo, y sus amplios lavamanos e inodoros de cerámica esmaltada a juego con apliques, toalleros, jaboneras, etc.

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3 comentarios

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Interesante esta cronica

Interesante artículo. Mi abuela me contó que fue todo un acontecimiento cuando en Trinidad, mi pueblo, se instaló el primer inodoro de agua corriente. Por supuesto, descargaba hacía una fosa séptica porque no había (ni hay) red de alcantarillado. Por cierto, ahora no hay ni agua, así que mis biznietos podrán hacerle el mismo cuento a los suyos…😀

Profile picture for user Ana J. Faya

Gracias por estas crónicas. Avanzado el siglo XX --décadas de los 40 y parte de los 50-- había casas de buena construcción y varias habitaciones en pueblos de la periferia de La Habana, sin baños, con letrinas en el fondo del patio, sin conexión a la casa; y las "bacinillas" o tibores se utilizaban a diario. Si bien los avances en la instalación de baños dentro de las viviendas se pueden medir bien en la capital, pienso que eso no era lo común en otras localidades. Dependía del alcance de la instalación del alcantarillado, y por supuesto del nivel de ingresos de la familia. Pero aun en casos de familias con al menos un miembro de ellas con un ingreso regular, no fue hasta la segunda mitad de los 50 que las letrinas en los patios comenzaron a desaparecer en esos lugares.