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Arquitectura

La Aduana y dos terminales de cruceros a la espera

Desde el siglo XVI el edificio de la Aduana del puerto de La Habana no ha dejado de incidir en la conformación de su entorno.

Madrid
Aduana del puerto de La Habana en plena renovación.
Aduana del puerto de La Habana en plena renovación. fotosdlahabana

Algunos edificios tienen por su forma y su función un impacto en su entorno construido. Este es el caso de la Aduana del puerto de La Habana, un inmueble que desde el siglo XVI hasta hoy no ha dejado de incidir en la conformación de su entorno y en las actividades que allí han tenido lugar. Por lo general, suele apreciarse como un edificio aislado, sin embargo, alcanza mayor significación si se le entiende desde la estrecha relación que guarda con el espacio inmediato y con la arquitectura de distintas épocas.  

En 1519, La Habana se fundó como ciudad portuaria, y aunque en las primeras décadas tuvo que conformarse con la construcción de inmuebles de tabla y guano, rápidamente se planteó la necesidad de sustituirlos por edificios más sólidos y perdurables. Lógicamente tuvieron prioridad las fortalezas, pero también la aduana que, por sus funciones, debía controlar la actividad comercial del puerto y contribuir con sus ingresos al desarrollo de la ciudad.

Esta última es tal vez una de las contribuciones menos conocidas de la institución, ya que desde muy temprano y hasta el siglo XX, varios impuestos financiaron la construcción de edificios importantes del puerto —como su faro—, así como el mantenimiento de la bahía, cuya limpieza y dragado se costeaba por esa vía. Considérese también la gran actividad que generaba el tráfico de mercancías, el envío y recepción de paquetería, en su entorno. Por lo cual, la aduana era un elemento clave en la actividad económica local. Valga para ilustrarlo el hecho de que a inicios del siglo XIX, recaudaba 8.972.547 pesos anuales.

La primera aduana, construida entre 1578 y 1584, fue obra de Francisco de Calona, el mismo maestro cantero que un año antes había terminado la construcción del Castillo de la Real Fuerza. Esta aduana daba su fachada principal a Baratillo 5 y el fondo al mar, donde tuvo un muelle de roble, realizado en esta madera para que durase siete años más que los de caoba. El edificio tenía dos niveles y era de mampostería con techo de madera y tejas, con lo cual tenía una de las más sólidas estructuras de la ciudad. Esto hizo que durante el siglo XVI, la planta alta fuera utilizada como casa del gobernador y para algunos oficiales reales.

Esta primera ubicación junto a la actual plaza de San Francisco, que entonces era una caleta, marcó el sitio como uno de los puntos de más intensa actividad portuaria, junto al cual permanecieron durante mucho tiempo la cárcel y las oficinas de la Marina. Su uso para la carga y descarga de mercancía, y aguada de las embarcaciones, determinó que la caleta de la llamada plaza del Cuerpo de Guardia, se fuera cegando sistemáticamente hasta llegar al espacio que hoy tiene la avenida. A pesar de que más adelante asumió el nombre de la iglesia construida en su extremo sur, la plaza de San Francisco ha estado más ligada al trasiego del puerto que a la práctica religiosa.

Pero esta no fue la única plaza que tuvo relación con la Real Aduana. Cuando la institución ocupaba el mencionado inmueble de Baratillo, no tenía espacio suficiente para sus carros; y al no poder comprar los terrenos privados contiguos, empleó en sus funciones la Plaza Vieja —entonces Nueva, conformada como plaza pública en 1559—. Más adelante este espacio urbano siguió aprovechando su cercanía al puerto y a los almacenes, para dar vida a un mercado hasta el siglo XIX.

Durante un tiempo la Aduana se mudó al final de la calle O'Reilly, junto al Muelle de Caballería, y su casona de Baratillo pasó por distintas funciones hasta ser destruida por un incendio. Entre 1825 y 1829, la Aduana se recolocó nuevamente cerca del emplazamiento original, en San Pedro entre Jústiz y Baratillo. El nuevo inmueble, que había sido construido entre 1804 y 1817, tenía dimensiones considerables y era de cantería. Fue por su diseño uno de los primeros edificios neoclásicos de la capital, y sin duda uno de los más vistosos del borde marítimo. Tenía dos niveles y una torre mirador con reloj. Estaba construido prácticamente sobre los muelles, y aunque tenía almacenes de gran capacidad requirió la edificación de otros entre la calle Ena y el muelle de Caballería. En 1843, también ocupó la iglesia de San Francisco como almacén de depósito.

Luego de que un huracán en 1846 destrozara el ábside de la iglesia, edificó en el espacio donde hoy está el parque y la iglesia ortodoxa griega un almacén rectangular con frente a la avenida. De esta forma, las funciones de la Aduana ocupaban casi todo el litoral entre la Plaza de Armas y la de San Francisco.

En 1914 se le construyó una nueva sede, la que hoy conocemos. El inmueble anterior fue utilizado por otras administraciones y demolido en 1946. La parcela fue ocupada por el edificio moderno del Estado Mayor de la Marina de Guerra, edificado en 1951 por la prestigiosa firma norteamericana Purdy & Henderson Co.

La última Aduana es un edificio monumental de 64.755 metros cuadrados de superficie total. Con sus tres espigones de acero y hormigón armado transforma sustancialmente un tramo de la silueta de la bahía, por lo que visualmente es sin duda la edificación más poderosa del puerto después de La Cabaña.

Proyectada y ejecutada por la firma norteamericana Barclay Parsons & Klapp, contó con el mejor equipamiento de su época. Su fachada constituye un ejemplo temprano del estilo neocolonial. En la década de 1920, se le construyó una doble vía de ferrocarril con ramales que entraban a los espigones, posibilitando la carga y descarga directa entre el tren y la embarcación, lo que agilizaba y abarataba el proceso.

Al asumir el sistema de dock inglés con dos niveles de almacenamiento en cada espigón, conectados al edificio principal, se reunieron en esta descomunal estructura las principales funciones de la Aduana, despejando las múltiples dependencias que tenía en ese tramo de la bahía. Era además un espacio compartido entre varias oficinas privadas y públicas, aunque estas últimas ocupaban la mayor parte del edificio. Con la nueva obra, la Plaza de San Francisco selló su relación con el puerto, ahora delimitada al este por la avenida y el inmueble que la separa visualmente del mar y para el cual funcionó como especie de atrio.

Con la nacionalización de toda la infraestructura portuaria en 1961, el edificio y los espigones de la Aduana, mantuvieron sus funciones y siguieron siendo sede de las principales oficinas del puerto. Al conjunto se le llamó Terminal Sierra Maestra.

Con el interés de fomentar el turismo en la capital, en 1996 se rehabilitó el espigón San Francisco como terminal de cruceros. Así estuvo funcionando hasta 2019, cuando la Administración Trump prohibió la actividad. Hoy todo el conjunto se encuentra en un proceso de rehabilitación integral. Una vez finalizado contará con dos terminales de cruceros, aparcamiento para 400 vehículos, servicios especializados del puerto, oficinas, hotel, etc. Todo lo cual tendrá un impacto directo en la actividad del entorno inmediato así como en los servicios que, si se permiten, generará.

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3 comentarios

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Hoy la Aduana de Cuba son una sarta de ladrones y corruptos; que roban y extorsinan a la cara a cuanto ser vivo pueden. Como todo lo de ése desgobierno, en contra del pueblo.

Que belleza... Cristo danos la libertad!

Más dinero para la mafia militar verdeolivo de Cuba...