Back to top
Arquitectura

Faros y puertos en Cuba

'Todos son accesibles y merece la pena verlos, pues cada uno ofrece una experiencia distinta desde su vínculo con las fortificaciones de las que forman parte o del paisaje marino.'

Madrid
Faro Roncali, Cabo de San Antonio, Pinar del Río.
Faro Roncali, Cabo de San Antonio, Pinar del Río. Mac Tourism Cuba

¿Qué es para una isla un faro? Si hacemos una interpretación muy superficial, tomando por ejemplo un dibujo de una isla con palmeras, suele percibirse como la imagen de la tierra virgen tropical —con o sin tesoro—, pero si le dibujamos un faro se convierte en un espacio habitado, de interés para alguien más. Los faros son por tanto una señal, la marca del acceso a un lugar importante, de parada obligada tal vez. Somatiza el horizonte desde alta mar y en tierra es la constatación de hallarse en un punto específico del mapa. Tiene por tanto significado para quien arriba, para quien está y quien se va.

El acceso a Cuba hasta mediados del siglo XX fue por mar. La asimilación de casi todo el transporte de pasajeros por parte de la aviación, hace que este hecho parezca cosa de un pasado más remoto. Pero hace menos de cien años, la navegación monopolizaba toda comunicación con Cuba, e incluso entre distintos territorios nacionales. No menos importante ha sido el tránsito comercial, que sí ha mantenido este vehículo. De ahí que hasta hace muy poco, era conocido un juego de palabras infantil que iniciaba: "Al puerto de La Habana llegó un barco cargado de…"

Todo ello ha dejado una huella cultural en las ciudades portuarias de Cuba, donde casi todas las urbanizaciones principales lo son. Coincidentemente, gran parte de ellas tienen bahías de bolsa, tipo predominante en la Isla, muy conveniente por el resguardo natural que ofrece. Entre las más significativas están las de La Habana, Santiago de Cuba, Nuevitas, Cienfuegos, Isabela de Sagua, Nipe y Mariel. En la actualidad, algunas bahías como la de la capital, se ven limitadas a recibir las más modernas embarcaciones de carga por la no correspondencia entre las medidas de las embarcaciones y las características del canal de entrada al puerto.

La bahía de Matanzas, por ejemplo, es una de las pocas que responde a una forma abierta, más adaptable pero expuesta a marejadas en su interior. Como dato interesante, no existen en Cuba puertos fluviales por las características de sus ríos, así que el enlace ha sido, fundamentalmente, por la navegación de cabotaje.

Los primeros puertos fueron habilitados con la fundación de las primeras villas coloniales, algunas recolocadas finalmente junto a la bahía. Otros fueron sumándose en los siglos posteriores, sin embargo, la construcción de faros tomó más tiempo. El más antiguo fue el de La Habana, considerando las primeras torres de vigilancia que existieron antes del faro actual, en 1562 y en 1630. Desde allí se comunicaba a las otras fortalezas del puerto la aproximación de embarcaciones, por un sistema codificado de banderas que los otros castillos repetían, y que funcionó hasta bien avanzado el siglo XX.

Se sabe que el siglo XIX protagonizó grandes inversiones en la infraestructura civil e industrial del país, dado el desarrollo tecnológico y económico de entonces. Aunque mucho se ha hablado sobre la introducción del ferrocarril y de la construcción de acueductos en distintas ciudades cubanas, tuvo especial connotación la rehabilitación de los puertos y la apertura de nuevos, así como la construcción de faros por toda la Isla.

En un lapso de 30 años se construyeron 11 faros: el del Morro de Santiago de Cuba (1840-1842); el O'Donnell en el castillo del Morro de La Habana (1844-1845); el faro Colón en Punta de Maternillos (1847-1850), Holguín; el Villanueva en Punta Colorados (1848-1851), Cienfuegos; el Roncali en el Cabo de San Antonio (1849-1850), Pinar del Río; el de Cayo Paredón Grande (1859), Camagüey; el faro Concha en Punta de la Hembra (1857-1863), Maisí; los de Cayo Piedras (1857) y Cayo Cruz del Padre (1859) en Cárdenas; el de Cabo Lucrecia (1858-1868), Holguín; y el faro Vargas en Cabo Cruz (1871), Granma.

En el de La Habana, por ejemplo, se instaló la más avanzada tecnología óptica de la época: una lámpara giratoria de 16 lentes que había sido exhibida en la Exposición Internacional de París de 1843. Este sistema, que utilizaba aceite de colza y tenía un alcance de 33,3 kilómetros, sustituyó al alumbrado anterior, fabricado en La Habana en 1820, que tenía 12 reflectores parabólicos alimentados con aceite y un alcance de 24 kilómetros.

En el siglo XX se electrificaron los fanales, el de La Habana hoy tiene un alcance de 48 kilómetros. Las estructuras, sin embargo, son las heredadas del siglo anterior. Actualmente, los modernos sistemas de geolocalización y de comunicación satelital hacen innecesario la incorporación de nuevos faros y disminuye la funcionalidad de los existentes. No obstante, siguen siendo un elemento de referencia segura para la navegación, además del fuerte vínculo que tienen con el paisaje cultural del cual forman parte.

Al respecto escribió Jorge Mañach: "Qué haríamos nosotros si no tuviésemos el Morro… Porque todas las ciudades que aspiran a hacer un buen papel en el mundo cuentan con algún blasón semejante, de naturaleza o de artificio, que la imaginación toma de asidero para evocarlas y, por ende, llega a adquirir como un valor emblemático. Pensar en la ciudad así dotada es suscitar la imagen de ese índice urbano. Lo que a París es la Torre Eiffel, lo que a Nueva York su Estatua de la Libertad (…), es a nosotros el Morro con su farola. (…) como cifra de la habanidad esencial, inmanente, inmutable".

Algunos faros cubanos han sido reconocidos expresamente como patrimonio nacional. En especial el de La Habana, como parte del sistema de fortalezas, fue declarado Monumento Nacional en 1978 y Patrimonio de la Humanidad en 1982; y el de Santiago de Cuba, como parte del castillo de San Pedro de la Roca, Monumento Nacional en 1979 y Patrimonio de la Humanidad en 1997. Otros tres han recibido la condición de Monumento Local. Estos son los de Cabo Cruz, Cabo Lucrecia y Cayo Jutías (1902), en 1991, 1995 y 2002 respectivamente.

De conjunto presentan mal estado de conservación comparados con los de La Habana y Santiago. El de Cayo Jutías es el único inactivo, pero resulta muy singular ya que fue construido completamente en metal y, aunque muy dañado, es el único de su tipo que se conserva en la Isla. Todos son accesibles y merece la pena verlos, pues cada uno ofrece una experiencia distinta desde su vínculo con las fortificaciones de las que forman parte o del paisaje marino y en el caso del de Cabo Cruz con su casa del farero.

Archivado en
Más información

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.